El mar es mi reflejo

El mar es mi reflejo

Laura Duarte

25/05/2025

Mis personajes como espejo.

No está siendo un día bueno, pero al fin tengo tiempo de retocar ‘La Habitación Azul’. Después de los días de presión -que no han servido para nada- que llevo encima, no apetece nada más que descansar, y descanso escribiendo y editando.
Hace unas semanas escribí una de las últimas escenas del libro: en ella, Mar se sincera con su terapeuta, abriéndose en canal. Al principio, creía que escribir inspirándome en Aitana -la cantante sí- porque todo esta historia de empezar un libro dio comienzo cuando estrenó su documental Metamorfosis.
Ahora, pasados los meses, me doy cuenta de que una parte de Mar sí es mía. Sobretodo, y por desgracia, la del final del libro.

Extracto de ‘La Habitación Azul’:

Mar se sienta en el borde del sofá, con la espalda recta y las manos cruzadas entre las piernas. No llora. Ya no lo hace. De hecho, ni siquiera se permite pensar si está triste o no.

—¿Has dormido algo esta semana? —pregunta la doctora con suavidad.

Mar se encoge de hombros, como si la pregunta le resultara ajena.

—No sé. Un poco. Supongo. Porque debo.

—¿Te sientes desconectada?

—No. O sea… sí. Pero no es solo desconexión. Es como… como si estuviera en piloto automático. Como cuando conduces y, de repente, llegas a casa y no recuerdas haber pasado por ningún sitio.

Después, alcanza su botella y hace girar la tapa entre sus dedos, lleva su mirada a un punto invisible del suelo.

—Siento que nada me atraviesa. Que estoy viendo mi vida desde fuera. La gente me habla, me pide cosas, me felicita, incluso me quiere… y yo solo asiento y devuelvo sonrisas. Como si supiera exactamente qué se espera de mí, pero ya no me importara.

Hace una pausa, y esta vez sus ojos no se bajan al suelo. Mira a Elisa, pero sin expresión.

—Y a veces pienso que me lo merezco. No estar bien, no sentir nada. Que este sea mi castigo.

Elisa asiente despacio, como si estuviera viendo encajar las piezas. —Y ese castigo… —dice con voz firme, sin levantar el tono— es lo dura que estás siendo contigo misma. Eso es lo que te estás imponiendo.

Mar parpadea, sin decir nada.

—Ese castigo es demasiado duro —continúa Elisa—, y también demasiado fácil. Porque te permite seguir haciendo exactamente lo que estás haciendo sin cambiar, porque crees que te lo mereces. No hay esperanza. Estás más allá del perdón. Así que bien podrías irte a la mierda para siempre y bajarte a la cuneta porque según tú, es lo que te mereces.

Elisa deja que las palabras se asienten un momento. La sala está en silencio y Mar no se mueve.

—¿Sabes qué es lo más triste de todo eso? —prosigue Elisa, en voz más baja— Que es exactamente por eso que el mundo sigue empeorando. Que si fueras la única que lo sintieras, bueno, estaría mejor todo. Pero es que la gente sigue haciendo mierdas que consideramos imperdonables, y en vez de enfrentarse a lo que hicieron, deciden que no hay razón para cambiar. Así que ahora hay un montón de gente corriendo por ahí a quienes les importa un comino la redención. No solo eres tú.

Elisa se inclina ligeramente hacia ella. Mar no contesta. Inhala, exhala y trata de procesar las palabras de la doctora. Llega la conclusión de que no lo comprende, y verbaliza:
—No lo entiendo.

—Verás, hay muchísima gente que hace cosas imperdonables, y como creen que ya no tienen remedio, ni siquiera lo intentan. Se rinden. Y entonces hacen aún más daño, porque creen que no importa. Que ya no tienen nada que perder.

Hace una pausa, y mira a Mar con firmeza.

—Pero tú no eres esa gente, Mar. No lo eres. Solo que ahora mismo te estás empezando a parecer demasiado. Y eso sí que da miedo. Porque tú aún puedes elegir hacer algo distinto. Además todavía estás aquí. Estás intentando entenderte. Eso es todo lo que puedes hacer hoy.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS