Un ensayo sobre por qué Orgullo y Prejuicio es mi historia de amor favorita y cómo Jane Austen cambió la forma de escribir romances

Jane Austen nació en 1775 en un pueblito de Inglaterra llamado Steventon. Era hija de un reverendo, vivía rodeada de libros y desde joven escribía con una soltura increíble. Cuando publicó Orgullo y Prejuicio en 1813, lo hizo de forma anónima. En la portada solo decía: “By a Lady”. Porque en esa época las mujeres que escribían tenían que esconderse, aunque tuvieran cosas brillantes que decir. Pero aun así, desde ese anonimato, Austen revolucionó la literatura.
Orgullo y Prejuicio no fue solo un libro exitoso. Fue el inicio de algo mucho más grande. Un parteaguas en la novela romántica. Y para mí, sigue siendo —sin duda— el mejor libro de romance que existe.
Y es que, ¿qué sería del mundo sin Orgullo y Prejuicio? Probablemente un mundo menos romántico, menos soñador, menos idealista. Esta novela no es solo un clásico: es el referente. Ha sido leído y releído, adaptado mil veces, citado por generaciones, convertido en películas, en memes, en fantasías. Y sobre todo: ha sido amado. Muchísimo.
Sí, hay muchas historias de amor, pero pocas con el equilibrio perfecto que logró Jane Austen: ironía, emoción, inteligencia y profundidad. Elizabeth Bennet no es la típica protagonista sumisa. Es directa, aguda y tiene carácter. Y Mr. Darcy no es simplemente el galán perfecto: es terco, orgulloso… pero también capaz de cambiar, de amar sin imponer. Y eso, en la época en que fue escrito, era muy revolucionario.
Antes de Austen, las novelas románticas eran puro drama: muchachas que sufrían eternamente, hombres ideales pero inalcanzables. Ella cambió el juego. Sus personajes dudan, se equivocan, tienen prejuicios (literal) y se enfrentan a ellos. El amor ya no es solo destino: es una elección. Y para mí, eso es lo más valioso que nos dejó.
Lo increíble es que Elizabeth y Darcy no se enamoran a primera vista. Se caen mal, se critican, se equivocan y eso lo hace todo más interesante. Porque su amor no es un premio, es algo que construyen. Darcy aprende a escuchar. Elizabeth aprende a mirar más allá del orgullo. Ambos cambian. Ambos se eligen cuando ya saben quiénes son. Y eso es hermoso.
El famoso cliché del “enemies to lovers” tiene aquí su mejor versión y se volvió famoso gracias a ellos. Porque no es solo una fórmula. Es una tensión real. Una fricción de carácter, de clase, de personalidad, de prejuicios. Austen entendió que el conflicto también puede ser una forma de intimidad. Que amar no es solo sentir: es elegir con quién queremos discutir la vida.
Pero más allá del romance, Austen escribía sobre algo más profundo: la clase social, el dinero, la educación, la familia y el lugar de las mujeres y lo hacía con una ironía finísima, Por eso sigue tan viva hoy. Porque no idealiza el amor: lo examina, lo pone en duda y también a prueba.
Leer Orgullo y Prejuicio me cambió la forma de ver las historias de amor. Me hizo más exigente. Me enseñó que no hace falta exagerar para que una historia sea profunda. Que se puede ser romántica sin ser cursi; que el amor verdadero no es perfecto, pero sí honesto.
Yo de verdad creo que este libro es la joya de la literatura romántica. Es una maravilla, y Mr. Darcy, con todo su carácter y encanto, dejó una huella imborrable en la cultura popular. Aunque quizás hayamos quedado con expectativas imposibles para cualquier hombre que no sea Mr. Darcy, la historia de amor que se desarrolla entre él y Elizabeth Bennet nos ha robado el corazón para siempre.

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