¿Y si me lo pierdo? El impacto del FOMO

¿Y si me lo pierdo? El impacto del FOMO

Laura Duarte

23/05/2025

Últimamente me pasa algo que no sé si tiene sentido, pero lo siento todo el tiempo: miedo a quedarme fuera. No solo de un plan o una fiesta, sino de experiencias que debería vivir por ser joven. A eso se le llama FOMO, y aunque suene moderno o incluso superficial, la verdad es que puede hacerte sentir muy sola.

No tengo muchos amigos. Y los pocos que tengo o no les gusta salir o viven muy lejos, incluso en otra comunidad autónoma. Nunca he ido a una discoteca, ni a una fiesta de pueblo de esas que terminan al amanecer comiéndote un cruasán recién hecho de la panadería. Y eso me pesa. Porque no sé qué se siente. Me genera un vacío, una sensación constante de que hay una vida allá fuera que me estoy perdiendo y que quizá no vuelva.

Cuando sé que hay una fiesta, me entristece. Dejo de ver redes sociales esos días. Pero claro, luego la gente sigue subiendo cosas dos o tres días más, y todo vuelve. Intento distraerme, pero al final siento que me estoy perdiendo cosas de mi vida, que no recuperaré nunca. Encima, cuando alguien me pregunta si salgo mucho y digo que no, siempre viene la misma frase: «Estás desperdiciando tu adolescencia, eres joven, deberías salir cada día.» Y eso no ayuda nada. Solo hace que el FOMO se sienta más real.

Este miedo ha cambiado mi forma de tomar decisiones. Nunca digo que no a un plan, aunque no me apetezca. Siento que si lo rechazo, estoy desperdiciando una oportunidad única. Tampoco sé cuándo será la próxima vez que me inviten a algo. Y sí, más de una vez he subido cosas a redes solo para que la gente vea que también salgo, que también hago cosas. Aunque por dentro me sintiera desconectada.

Porque eso es lo que me pasa muchas veces: me siento inferior. Aislada. Como si todo el mundo tuviera una vida social activa y yo no. Mis amigos tienen otros grupos y no me invitan porque dicen que no quieren «acoplarme», así que al final me quedo sin planes. Y cuando me comparo con la gente «normal» de mi alrededor (no influencers, sino personas de mi pueblo o del de al lado), siento que todos tienen una vida más divertida que la mía.

Porque sí, los influencers ya los veo como personas de otro mundo. Ellos viven en una realidad diferente. No me comparo con ellos. Pero con los que tengo cerca… sí. Y eso me duele más.

Sé que esto no nos pasa solo a los adolescentes. Creo que los adultos también sienten FOMO, solo que no lo llaman así. Nosotros le pusimos nombre, pero ellos también lo viven, aunque disimulen mejor o estén tan ocupados que no tienen tiempo de pensarlo.

Hace poco tomé una decisión: dejé de seguir en redes a casi todo el mundo que no fueran personas cercanas. No fue tanto por controlar el FOMO, sino por proteger mi salud mental. Me dolía ver cómo los demás tenían planes constantemente mientras yo no.

Hoy, mientras escribo esto, descubro algo nuevo: existe el JOMO (Joy Of Missing Out), que es justo lo contrario del FOMO. Es disfrutar de perderte cosas. De no estar en todas partes. Es encontrar paz en desconectar, en no necesitar la validación constante, en quedarte en casa sin sentir culpa. Suena bonito, aunque no voy a mentir: todavía no sé cómo llegar ahí. Pero tal vez sea el camino.

Como conclusión solo puedo decir que estoy cansada de sentirme así. De sentirme fuera. De compararme. De pensar que por no ir a una fiesta soy menos adolescente. Creo que muchas personas se sienten igual, aunque no lo digan. Y aunque en el fondo sabemos que somos más que un plan o una historia en Instagram… no siempre lo recordamos.

Supongo que, como todo en la vida, esto también se aprende. Así que deseadme suerte mientras dejo de perseguir lo que no fue… y empiezo a abrazar la belleza de lo que sí elijo vivir.

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