SOBRE POSITIVISMO TÓXICO

SOBRE POSITIVISMO TÓXICO

Mar Mioni

23/05/2025

La sociedad no está lista para ver nuestra peor cara.

Cuando vemos llanto en la cara de alguien, corremos de inmediato por pañuelos mientras le suplicamos al que sufre que se calme: “Por favor, ya no llores, no me gusta verte así” y omitimos decir: “porque no sé qué hacer con esto”. Nos repelen los rostros compungidos, las caras de miedo, los ceños fruncidos. Nos gustaría ver a las personas enfundadas en botargas amarillas con forma de emoticón sonriente, aunque por dentro sepamos que hay un corazón que arde y tripas que estallan, pero eso no importa, lo que importa es lo de afuera, el forro, lo que se ve.

Tememos todo lo que parece difícil de manejar, resulta relajante cuando alguien ríe y hace bromas, pero cuando llora nunca sabemos bien qué hacer, porque, con el que ríe te ríes, y con el que llora, ¿qué haces? si acaso mirar incómodamente para todos lados, intentar dar un abrazo o utilizar frases maestras que no dicen nada, pero sacan del apuro: “Sonríe, vales mil, tú puedes”, o la favorita de mi madre: “Mírame a mí, estuve peor que tú y salí adelante” o la imperdible: “Relájate, échale ganas”.

Por un tiempo esta sarta de frases superfluas tuvo cierto efecto “sanador”, pero afortunadamente hubo quienes cuestionaron: “¿Por qué debería sentirme bien todo el tiempo?” “Si no me siento así, entonces ¿hay algo mal conmigo?” “Si no evoluciono a la par de mi gurú millonario con isla privada ¿entonces soy un perdedor por sentirme más perdedor desde que me comparo con él?”

Las frases positivas que parecían tan fáciles de implementar se convirtieron en una bola de nieve en apariencia blanca y prístina, cuyo único afán era ayudarte a salir de tus miserias, cuando en realidad formaban una masa aplastante que exigía dar un poco más, y para exigencias ya teníamos suficiente, sobre todo quienes pecamos de perfeccionismo y obsesiones compulsivas.

Yo también estuve ahí, comprando el curso de mil dólares donde la gurú aparece en un escenario progre, vestida de negro y sentada en un enorme y ridículo sillón dorado (los colores del poder, según la mercadotecnia), cuyas enseñanzas consisten confesarte a manera de “top secret” algo que ya es del dominio público, o en deducir que posiblemente mi falta de aseo y ejercicio es lo que me tiene jodida y sin pareja, cuando ella no sabe que soy obsesiva del ejercicio y la limpieza y aun así no pesco ni un resfriado.

Estuve ahí también, sintiéndome estúpida hurgando entre los secretos de tantos falsos gurúes, gastando varios meses de sueldo y tiempo para descubrir la misma mermelada embarrada en diversas paredes, un dulce empalagoso que te invita a ser feliz, a reflexionar que sólo estás jodido porque quieres, porque dicen que el sistema social, político y económico nada tiene que ver con que seas un perdedor, eso es aparte, todo es cuestión de manifestar correctamente, ¿no sabías?

Lo dice aquel que no trabaja de 5 de la mañana a 10 de la noche, pero que te señala con su dedo acusador mientras mira te fijamente a través de la cámara: “Sí, tú, huevón, que no haces nada con el tiempo libre que tienes entre 10 de la noche y 5 de la mañana”

Estuve ahí, parada frente al espejo intentando decirle “eres hermosa” al reflejo despeinado y ojeroso con playera floja que solo intenta sobrevivir al domingo para volver a la carga el lunes. Estuve luego regañándome y sintiéndome doblemente mal, por lucir tan desarreglada y encima no poderle decir palabras bonitas a la chica del espejo.

Entonces no, no me digas palabras huecas que suenan bien porque las viste en una frase inspiradora que ni tú entendiste, mejor no digas nada, perdóname si soy ruda, si has estado de este lado entenderás que a veces no necesito que digas nada, a veces solo te pediré que me escuches y me tengas paciencia, créeme, lo estoy haciendo lo mejor posible, pero el positivismo tóxico me está hundiendo.

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