Brotes endémicos

Me separé en agosto del 2019. Otra decepción, una profecía anunciada. Sabía que sabía y sin embargo insistí. Me vuelvo a encontrar con esa pulsión de muerte que me conduce a caminos de abismo, al maltrato conocido. Me expuse y di hasta que no pude más y la casa que ayude a construir se empezó a desmoronar. Se volvió siniestra, pero el fantasma de “Pepe”, me acunó. Sus palabras resonaban en mi mente y su amor a la vida me hizo resistir y no desfallecer, no morir realmente, aislada en esa habitación aferrada a otras ficciones, porque la mía ya no me pertenecía. ¿A que se apega una en momentos de dolor ensordecedor? si comulga con el ateísmo y no con la religión monoteísta. A un ser humano de carne y hueso que quiso ver el sol hasta sus últimos días. Cometí y cometo tantos h-errores, la h porque también son horrores.

Aunque, no me quedé dormida eternamente, en esa casa que se caía a pedazos, me sigo metiendo en líos y tramas que me perturban y enloquecen. Escribir ayuda a comprender y crear nuevos caminos más amorosos, una construcción de amor propio, como una muleta que me permita seguir andando.

Aquí entra el arma, porque la violencia de género se genera en la misma mujer que se desconsidera y habilita el germen que pulsa al aniquilamiento y si no se trabaja se multiplica como una hiedra venenosa. Por eso para evitar la violencia hay que mover las bases y volver a nacer creyendo que es posible un amor decente y estable. La construcción subjetiva que pueda suplir las carencias pasadas y equilibrar el desequilibrio destructivo.

Pero volvamos al arma real y metafórica que permití que entrara, no había sanado y en mi lucha con la soledad o desolación, abrí otra vez puertas infernales donde me repito y se repite la historia destructiva. Elegí amar a un policía y lo deje entrar con sus balas y bolas bien puestas.

Al principio me confió su malestar en la policía y su deseo de dejarla. El trabajo extenuante, el desamparo, la explotación y la desconsideración con las que tratan a las fuerzas de seguridad, hasta volverlas un instrumento, un objeto de uso y abuso para fines supuestamente de defensa y contención a la comunidad. Me pregunto ¿cómo puede ser que este oficio tan loable, tan sensible, tan delicado, pueda transformarse en un ejercicio y maquinaria de violencia y destrucción con una estructura rígida que reproduce lo que supuestamente intenta combatir? Esa declaración me conmovió y quise escuchar más de esa canción, pero luego este personaje se cerró y apareció la censura, porque como no puede desarmar lo que se inventó, no quiere escuchar de salidas posibles ante el espanto. Entonces me vuelvo en vez de un testigo, un “enemigo” y aparece la reprensión y la impotencia. La mía, la de él y por ende la nuestra. Y empezamos a consumirnos en una relación patológica.

Mientras me des- potencio aún más, porque no me hice tiempo para la recomposición, él se potencia con su hostilidad y desconsideración y reproduce su sadismo y enojo conmigo, sé que lo permito pero el erotismo, me hace naufragar en pasiones inhóspitas y arrolladoras. Esas manos enormes me hacían olvidar por un rato mis propios derrumbes, la pandemia hostil y la opresión externa que ahoga. Creía que mientras gozaba no era tan espectral el mundo. Pero otros espectros reflotaron, algunos que me persiguen de manera sinuosa y con sigilo. Los encuentros de amantes que se desgarran sus vestiduras con premura, continuaron por un tiempo casi anacrónico.

¿Cómo hice para superar mis juicios de valor con respecto a la policía?, creo que se produjo un divorcio entre lo racional y las emociones. Es como si estuviese en el espacio sideral o en un océano flotando arrastrada por el deseo. Arrasada por una vuelo arrollador. Asumo que no pude discriminarlos y confundí el águila arpía con la paloma.

Preludio de una muerte anunciada

La que intenta salvar.

Creo que padezco del “síndrome del salvador”, esa necesidad siempre desmesurada de ayudar, de contener, a riesgo de olvidarse de los propios asuntos. La mejor manera de decirlo, es que me pierdo en el otro, y no cualquier otro, en este caso un tipo inseguro, destructivo y volátil, que siempre se queja de la vida eligió. Me creí el cuento de la víctima sufriendo el maltrato institucional, la narrativa de que era “muleado”, que por eso había que entenderlo, no cuestionarlo, aceptar que estaba reventado y no renegar de los restos que daba. Dude de mis capacidades mentales, al perderme en el laberinto de una mente manipuladora y utilitaria. Es mi responsabilidad, creí que las cosas iban a mejorar si lo ayudaba a cambiar las condiciones precarias de laburo. Le conseguí contactos, comisarios, políticos. Le redacte las cartas para poder pedir traslado, él me decía que yo escribía mejor. Solo entregó la carta en la comisaria, por insistencia mía. Por esta ansia, ya diría ansiedad u obsesión que tengo en cambiarles la vida a las personas. Aunque no puedan o no quieran, insisto hasta el punto de enloquecerme. Hasta fuimos a hablar con el intendente de mi ciudad (Mercedes) allí quería trasladarse para vivir conmigo, también nos reunimos con el jefe de la policía.

Él se seguía quejando y decía: “viste que te dije no iba a lograr nada”, había desgastado mi energía en una persona que parecía quería seguir con este malestar, Cómo estaba estresado por la vida cargada que llevaba con horarios extenuantes y demandas agobiantes le sugerí hacer terapia y le conseguí terapeuta y psiquiatra. Empezó los procesos, pero como todo lo que hacía, duro poco, por la misma inestabilidad y volatilidad de una personalidad caótica. Su casa estaba en construcción hace años y su avance no tenía ni lógica ni sustento. No había terminado un área y ya empezaba otra. Los cables de luz, eran como un nido de pájaros gigantes colgados en un rincón. Además anidaban telas de araña por todos los rincones de ladrillos rotos y polvo. Me quedé muchas veces en esa casa, no sé cómo acepte compartir en esas condiciones, no había vidrios en las algunas ventanas y eran tapadas con cartones y chapas. El jardín, estaba lleno de escombros, había un garaje sin terminar, cúmulos de arena, hierros partidos, un auto pudriéndose al sol. Para colmo era un falcón verde, con todo su simbolismo. ¿cómo pude soportar este panorama lúgubre y caótico? Tan alejado de mi esencia, no me sentía cómoda…. Los pastos eran altos y los jardines linderos eran tan bajos y desprolijos que el vecino también con su casa sin terminar, podía observar nuestras acciones. Él estaba orgulloso de su casa, la critique constructivamente, le dije que tiraría algunas cosas para afrontar el caos y se ofendió y victimizó y saco la frase de contexto para martirizarme durante largos periodos, repetía vos me dijiste: “yo tiraría todo” y por más que le explicará mil veces, no había manera de sacarlo de ahí, era como que entraba en un loop que nos enloquecía.

Ese mecanismo lo repitió con otras frases que le dije, solo repetía lo que le convenía para hacerse la víctima y generar momentos destructivos para pudrir las situaciones y generar insatisfacción. ¿Me daba cuenta? Sí, mantenía un dialogo interno conmigo, discutíamos, le decía que me molestaba, pero no le importaba y lo seguía diciendo una y otra vez. Habitualmente se generaban momentos de malestar, pedía disculpas, le decía ya te pedí disculpas, ya pasó y seguía torturándome una y otra vez. La tortura era como una onda expansiva infinita, porque no podía terminar el vínculo. Hablaba conmigo misma, era una guerra interna que me bloqueaba, ¿porque seguía insistiendo en esta locura?

Mi problema fue querer rescatar a alguien, que quiere seguir hundiéndose en un pantano y al hacerlo hundirme con él. Creo que mi problema son los excesos y mi parte destructiva. ¿Hasta qué punto es sano “ayudar”?, Los límites son necesarios en cualquier vínculo saludable, asumo que me costaba. Hiciera lo que hiciera, otro punto central, era insuficiente, no estaba conforme y siempre demandaba más y más. Decía que no confiaba y que necesitaba que me involucre, cuando en realidad él no se podía involucrar ni comprometer, no tenía tiempo, carecía de consistencia, de coherencia y de estabilidad emocional.

¿Porque me metí en esto? Si no me convenía, lo sabía, pero insistí. Era arrastrada por mi devenir inconsciente. ¿Porque quería que el deseara ser mejor?, era solo un deseo mío y el me hacía creer que también lo quería pero en definitiva, nadábamos en un estanque de quejas y demandas excesivas, con poca entrega.

Éramos ambos destructivos pero de diferente manera, Si bien éramos responsables de llevar a cabo este vínculo enfermo, las diferencias estaban.

Quería armar compulsivamente un vínculo sano con alguien que no estaba disponible para construir. Quería cambiar las cosas, estar mejor.

Pero abundaban las faltas. Falta de tiempo, la policía lo volvía un esclavo deteriorado que lo consumía y a mí me quedaban los deshechos de ese ser deshilachado. Cansado y frustrado solo añoraba descargar sus tensiones en el acto sexual. ¿Cómo aguantaba eso, porque soportaba este despojo?

Porque era como él, me quejaba, pero seguía aguantando este ser roto que me ofrecía solo momentos. Y me obsesione con más. Ambos estábamos rotos en diferente medida. Me enojaba conmigo porque aguantaba esperando esos momentos de pasión pasajero. Solo teníamos los días francos y él quería distención, a mí no me alcanzaba con eso, por eso mi obsesión por construir moradas que no tienen posibilidades. Quería contención, pero creo que era solo un aguantadero, porque cuando me tocaba a mí requerirla, no era válido mi sentir, el consideraba que estaba exagerando y me quedaba con todo ese malestar sin poder extirparlo. La obstinación mía me termino desgastando, porque no me retiraba en vez de pedir frutos en terrenos infértiles, creyendo que soy omnipotente y apenas soy un ser que puede algunas cosas. La cara de la omnipotencia es la otra cara de impotencia. No quería ver, que no podía con semejante travesía. Uno tiene que aceptar sus límites. A riesgo de romperme más y más seguía como una autómata obsesionada con causas perdidas. Sentía que el vínculo era como un cristal, se podía romper con cualquier insignificancia, era como una montaña rusa emocional.

La institucionalización de la miseria

Defino la miseria como la degradación del ser humano. Y él se dejó degradar por la institución policial, que propone una lógica destructiva que deshumaniza. Solo por un futuro júbilo se dejó maltratar, bajar la jerarquía. Me hablaba de resistir. Pero resistencia no es aguantar la estructura jerárquica y piramidal que oprime y desvaloriza y propone abolir las emociones. El “deber ser” de permanecer erecto aunque estés quebrado y abatido. Mi miseria fue aceptar eso que le sobraba, las migajas, como esos lobos salvajes que comen carroña, los restos que desnutren y proponen una dieta poco saludable. Me había convertido en un ave rapaz que comía lo que sobraba y se conformaba con eso. El tipo desnutrido, aplastado buscando un poco de afecto y la madre nutricia dándole a riesgo de quedar seca. Una tierra árida esperando siempre ser cosechada.

Es mi oscuridad, son mis heridas que promovieron que arrasen mi ser endeble, expectante. Impávida y devastada. El me pedía abrirme y yo siempre maltrecha, esperando un milagro, La tristeza me invadió, creía que merecía ese ultraje de mi ser. Ese vaciamiento descomunal. Se creó en mí un cráter, ya no era una llaga, era un abismo, que no podía cortar. Es el infierno con un fuego que nunca se apaga.

La relación enferma

Me apasione por este ser que exigía, pero poco proponía…No había reciprocidad.

Me di cuenta que también tenía una carencia, una pobreza espiritual. Creía que me merecía ese maltrato que se institucionalizaba al igual que en la policía. Me pedía que acepte que tenía poco para dar, pero yo pedía más y no me daba cuenta de las imposibilidades de este vínculo. ¿Porque me propuse aceptar poco tiempo? Porque me había enamorado de una persona que vivía y se desvivía por su trabajo y me confundía, el tiempo era un valor para mí, pero por otro lado, pensaba uno no elige de quien enamorarse, sucede, el amor es un acontecimiento, me sentía muy vulnerable y no pude frenar mi parte que se ahogaba. Por supuesto me podía dar cuenta de que esa persona no me podía dar lo que era valioso para mí, pero no me escuche y me perdí otra vez, cortarlo a tiempo hubiese sido una virtud que no tuve. Me desvalorice, esperando y renegando. ¿Porque no irme en vez de reclamar y renegar?.

Ahí reside mi locura patológica, que me llevó a adentrarme en lo que me hace mal. Se difuminan mis horizontes, me despersonalizo y confundo.

Creía que si me enamoraba, estaba obligada a aceptar, porque nadie es perfecto, se me confunden los conceptos y siento que tengo que ser más tolerante, y aceptar lo inaceptable, me pierdo una y otra vez, como cuando escribo este relato, me pierdo. Tengo muchas especulaciones y clases magistrales que doy para otros, pero cuesta aplicar eso en mi propia vida. Me equivoco, me mareo, me aturdo con tanta información.

Intente poner límites, lo tengo que reconocer, pero no fueron escuchados, él me decía que le ponía muchas condiciones y eso le justificaba seguir igual, ¿porque lo permitía?, solo decía, y gritaba pero no accionaba. Me perdí, no le preste atención a mis valores más importantes, porque me obsesione en curarlo y él no quería, quería seguir así, sin más, “si no te gusta, te vas”, porque muchas veces me dijo y bueno: “si no va no va”, sin ánimo de modificar ninguna actitud para que estemos mejor.

Me manipulaba con la idea de que la relación se sostenía porque él venía a mi casa a su casa deje de ir, porque el frio y la desidia en la que vivía me descomponían.

Seguía martirizándome con eso, de que si no vengo, no se sostiene… cuando hasta se me ocurrió alquilar algo en Capital para generar un punto común y vernos más seguido, él trabajaba en una comisaría de Saavedra y vivía a setenta kilómetros en San Vicente, en eterna construcción y decadencia.

Ante esta propuesta mía, el no quiso pagar, como no quería y se quejaba de todo lo que pagaba conmigo, era miserable en el amor y por ende con el dinero.

Cuando me venía a ver, siempre me hacía comentarios de cuanto gastaba de nafta, de que los peajes habían aumentado y de lo mucho que se sacrificaba al venir. Me quería hacer pagar esos sacrificios, eran manipulaciones y castigos con el fin de lograr una denigración. Siempre diciendo lo mucho que le costaba esta relación, pasando factura de lo mucho que el hacía, hasta me llego a decir que le costaba traer una picada, era impagable esta locura, era una deuda eterna de humillación y maltrato.

No quiso pagar hoteles, ni vacaciones, solo fuimos una vez a un departamento de mi tía en Villa Gesell porque no pagaba y a la casa de sus padres en la costa, es al único lugar que iba año tras año con todas las mujeres que lo acompañaron en diferentes momentos históricos.

Todas mis propuestas fueron rechazadas, y yo me enojaba, pero seguía insistiendo como si eso fuese a lograr un germen que el no quiso nunca tener. El sacrificio para ambos a esta altura era nuestra religión.

No había proyectos, solo estar por dos o tres días, para después desaparecer y que no se supiera si iba a volver, o se iba a inventar algo para destruir y no retornar. Y yo le rogaba, le pedía que venga, él me decía: “no voy a hacer lo que vos queres”, había una rivalidad constante, el creía que yo quería que deje la policía, porque de tanta queja y victimización me cansaba y le decía: “si no sos feliz déjala y hace otra cosa”, pero se enojaba y me atacaba, entendí que no quería dejarla y por eso lo ayude a generar cambios para estar mejor dentro de la institución, cambiar horarios, días, traslado, como relate, pero no había caso.

Se seguía quejando sin cesar y quería seguir siendo un pobre tipo, maltratado por la institución y encontrar a alguien que le banque esas quejas, esos maltratos que el ejercía porque venía muy cargado, intentó hacer cambios cuando fue a terapia, pero como todo, fue muy efímero, se quejó tanto que se enamoró de esa posición y de ese gasto energético y de hablar siempre de quimeras y proyectos que nunca realizaría. Fumaba compulsivamente e hilvanaba imaginaciones y fantasías que no cumplía. Otro tema importante era que siempre escuchaba las mismas canciones de Cerati, su ídolo máximo, era una cárcel compartida. Dos pájaros enfermos con alas rotas. Me costó curarlas, hasta que adquirí valor para cambiar y dejar ese mundo ciego, sordo y mudo.

La que cree

Las relaciones suponen un engaño compartido, una ilusión.

Mi engaño personal fue seguir aceptando las incoherencias, la inconsistencia, la diferencia abismal entre lo que se dice y se hace. Las falsas promesas. Quería creer que era posible y una y otra vez me convencía y naufragaba en angustias y ansiedades porque la contradicción que enloquece era la maquinaria que se reproducía una y otra vez. No veo la hora de verte, me decía, de hacer el amor, de compartir y después llegado el momento una insignificancia se transformaba en un mundo y no se concretaba, no venía, y lo más terrible era que me adjudicaba la culpa y yo tenía que remediarlo para la próxima vez, arrastrarme para que esta vez si viniese, demostrarle obsesivamente que quería que venga. Los tipos inseguros requieren una demostración excesiva porque viven presos de sus construcciones imaginarias a veces paranoicas. Las frases de él eran: “Tenes muchos problemas para vernos”, léase por tu culpa no nos vemos… Esta misma lógica destructiva y de chantaje aplicable a todos los sucesos de nuestros esporádicos encuentros.

Las últimas vacaciones lo mismo, que bueno, averiguamos donde íbamos a ir, le pregunte qué días le daba la Policía para poder coordinar juntos, y se fue por enésima vez a lo de sus padres, ellos viven en la costa y cuando regreso me culpo a mí, de no poder concretar un viaje. Siempre tenía una excusa, solo le interesaban sus cosas, no le daba importancia a lo nuestro y me obsesione con que aprendiese a pensar en plural. Y le mandaba notas, artículos, que nunca leía. Y otra vez esto de decir una cosa y hacer otra, mi locura se acrecentaba y se manifestaba con reclamos, le contaba que me molestaba, pero no le daba importancia y se reproducía siempre lo mismo. La inestabilidad, la palabra no tenía sustento y si lo tenía había que rendirle cierto culto, porque cualquier cosita que sucediera para él era sinónimo de que no lo estaban esperando. Por ejemplo una vez llego y como tarde cinco minutos en abrirle se enojó y se fue, para castigarme con una risa socarrona y sádica. ¿Cómo soporte todo esto? ¿Qué me pasaba? Todos estos des-tratos, humillaciones por algo muy precario, muy miserable. Me siento muy triste, porque la relación se construyó atravesada por la humillación, la defensa, el miedo.

Seguía creyendo que la relación iba a mejorar.

La obsesiva que insiste

Me obsesione con tener una relación sana, con construir sin darme cuenta si había recursos para eso, solo fueron telas de arañas endebles que se cortaban al mínimo roce. Había un exceso, algo compulsivo en esta relación enferma. Le mandaba notas, artículos, para que aprendamos juntos, él decía leerlos, pero no los interiorizaba. No podíamos salir del atolladero de la competencia feroz. Quería construir un nosotros, pero no se podía. Y no me daba cuenta de esas limitaciones de no querer o no poder del otro, insistía sin cesar.

Trataba de comprender e insistía en que el otro le llegue algo y así mejorar. Pero no pasaba, las cosas se repetían una y otra vez y cuando parecía que algo se modificaba en el vínculo, otra vez el mismo fantasma, la inestabilidad, la falta de compromiso. Otras vez las mismas miserias y girar en círculos, sin proyección ni proyecto, solo esperar compartir momentos, asociados solamente a lo que él podía ya que estaba aplastado por la policía y solo tenía un fin de semana al mes. Quería que cambie los horarios, que se libere de esas ataduras. Le pedía que haga algo que no podía lograr, siempre le echaba la culpa a otros. Le pedía que cambie, pero yo no lo lograba, porque seguía insistiendo en sembrar en un terreno árido y pantanoso.

La decepción

Seguía esperando, mandando mensajes, esperando esos momentos de pasión y desenfreno, casi siempre discutíamos proyectando nuestras miserias en el otro. Él me decía que iba a estar a la altura de mis expectativas, que no me quería perder. Me ilusionaba y desilusionaba constantemente, tenía mucha ansiedad, era como luchar contra huracanes, ráfagas de promesas que no se cumplían, no se podía crear esa construcción que tanto me obsesionaba. La inestabilidad arrastraba lo poco que se generaba.

La violencia

Los delincuentes eran “mugrientos” para él, siempre le cuestionaba esto. El otro era un enemigo, admitía desconfiar como una constante y eso también lo llevaba a sus vínculos personales, por ende yo siempre estaba en la mira de acusaciones persecutorias. Construcciones imaginarias que me caían como una lámina de hierro, me costaba mucho hacerle entender que solo eran sus inventos, me hablaba de buitres que merodeaban… Le evadía el tema y quería seguir con esa enfermedad y ese control inseguro.

Le decía que me molestaba y nunca le importo… Y por ende a mí tampoco, porque seguí con él, no comprendiendo que me lastimaban esas actitudes que generaban mucha inseguridad en mí. Notaba un goce en generar malestar, hablaba de un encanto especial para seducir mujeres, comparaba con otras historias pasadas que no habían durado más de seis meses. Le explicaba que me hacía mal, pero se burlaba sádicamente de estas secuencias y seguía alimentando el malestar y el temor. Era fanático del mundo animal y amaba los leones y las águilas pero se consideraba una mula y siempre se estaba compadeciendo, con el fin de que las personas que lo rodeaban le tuvieran piedad y con eso, ganar un trato especial y grandioso dando muy poco. Sacaba la carta del sacrificio policial, constantemente como medio de manipulación y chantaje.

Era siempre la misma cantinela: “no tenes ni idea como es mi vida”, me decía, pero no podía hacer nada para cambiarla. Él era de la Policía de la Ciudad, antes pertenecía a la Federal, pero como Nación y Provincia eran dos mundos distintos, no pudo volver a la fuerza original y se quedó padeciendo y haciendo su vida miserable y afectando a los demás con sus decisiones y sus frustraciones.

No había tiempo, no había plata y estaba agotado. La terapeuta que le conseguí le había dado algunos recursos… pero no funciono, No se hacía responsable de sus tratos y formas. Me ponía muy nerviosa, no lo sabía manejar y me desbordaba. Creía que tenía que acompañar estos procesos.

Pero lo que tenía que ser un momento de disfrute siempre se transformaba en un campo de batalla amenazante y destructivo. Le decía que frenara con eso, pero no podía, y tampoco podía poner un límite ante tanto desborde. La “loca” siempre terminaba siendo yo, era injusto, mis emociones y mi malestar no era escuchado. A veces no podía dormir en toda la noche, porque roncaba muy fuerte y sufría en sueños, transpiraba mucho y sin darse cuenta me ponía el codo en la cara. Me despertaba muy mal, desvalorizaba mi sentir, lo invalidaba y el encuadre era la amenaza de siempre, me culpaba como una constante, la relación era un mar de inconstancia e inconsistencia. Y en ese mar naufrague por cuatro largos años, queriendo cambiar las cosas, aferrada a un resto, esperando una evolución que nunca llegaba.

Me decía que teníamos que explotar los momentos al máximo, quizás con una carga de ansiedad que a mí me era difícil elaborar. Decía:” vos tenes otros tiempos y yo no tengo” y todas las carencias con las que me atravesaba me generaban tensión y presión. Como si corriéramos para ganar tiempo, como el conejo de Alicia en el país de las maravillas.

Nos arrasaban mareas y ráfagas de viento y tormentas por luchar contra el tiempo, que es finito y limitado. Creo que es importante saber en quién y en que invertimos nuestro ser y poder discriminar entre lo que es y lo que podría llegar a ser un vínculo. Ojala otras personas puedan nutrirse de esta vivencia y psico-educarse para no proyectar ciegamente.

Angustia y confusión

La angustia y el saber que cuando un arma entra por la puerta, el amor se va por la ventana.

Este asunto del arma y de la policía no dejaba de martirizarme. Para poder estar con él me olvidaba de mí, de lo que era realmente importante. Era un deseo de jugar a ser otros. Pero no lo lograba, sabía que no congeniaba con la ideología que tenía.

La única manera de desarmar esta violencia, que yo misma me ejercía, en primera instancia. Era poder amarme de una manera distinta, recordando y reconociendo lo que para mí era trascendental. Para poder luego no habilitar que este ser atormentado se descargara conmigo.

El buen trato, la libertad y la honestidad en pos de elegir desde el amor y no desde el desamor que me liga a personas que no saben ni quieren aprender a amar.

Aprendí e intento transmitirles a otras mujeres que es mejor construir una relación con la ley de derechos humanos bajo la almohada, con dignidad e igualdad.

Porque en definitiva éramos dos objetos, el de la policía y yo el suyo, uno donde dirigía todas sus frustraciones, disgustos y pasiones. Éramos dos pobres almas penando y lastimándonos. Estos amores no son dignos de ser vividos, porque atentan contra la decencia. La única manera de salir de estos laberintos del horror es poder reconocer que todos merecemos amarnos y amar de una manera constructiva sin anular las diferencias, nutriéndonos y respetándonos.

No hay que dejar que crezcan en cada una estos brotes endémicos que nos llevan a la pulsión autodestructiva que termina desbastándonos y descomponiéndonos. Nosotras mismas y les hablo a muchas mujeres, que se pueden identificar, necesitamos adquirir la fortaleza necesaria para poder construir un horizonte de amor y ternura, en definitiva una pareja democrática que nos ligue a la comunidad y potencie la calidad de nuestra vida, pues es la única que tenemos.

La igualdad solo puede ser posible, con un sujeto que conoce sus derechos y es responsable de su bienestar, de sus elecciones por eso apelo al pasaje de la victimización a la valoración desde la responsabilidad. A poder elegirse primero, desde el amor propio para luego vincularse de manera sana con otro ser humano.

No ser un objeto y permitir que el otro haga lo que quiera, ser un sujeto de deseo que solo pueda construir cuando existan las condiciones propicias para hacerlo. No negociar valores humanos ni derechos trascendentales que cualquier vínculo digno necesita para crecer, aprendiendo a poner límites y poder retirarse a tiempo cuando no se cumplan. Poder discernir cuando el otro no se siente interpelado por nuestras molestias y no hay cambios de actitud. Son las acciones las que importan, no la palabra vacía.

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