Manejo a mil por hora, por una carretera resbaladiza en el medio de la noche, entre curvas y bajadas, atravieso un acantilado que a estas horas es una boca de lobo que lanza rugidos furiosos. Voy rápido, furiosa también, tengo prisa, como siempre, la sensación de que tengo que llegar pronto a ningún lugar y, que, al mismo tiempo, he olvidado hacer algo importante en otro. La música en volumen alto, el viento en la cara, grito y río como una loca, con todos mis sentidos sobreestimulados. Acelero.
Parpadeo, los sentidos se colapsan, de pronto mi video mental corre en cámara lenta, todo es más ligero, vuelo en medio de la nada sin asiento ni volante; veo cristales puntiagudos volando alrededor junto conmigo, intento tocarlos, algunos son como estrellas brillantes, otros parecen arcoíris, otros más atraviesan mi piel, pero no duele, nos integramos: los cristales y yo. Sigo dando marometas en el aire. Soy trapecista sin trapecio.
Vacío, me precipito hacia el vacío, las luces se vuelven lejanas mientras voy cayendo en una profunda oscuridad, allá donde me esperan las olas furiosas, esas que me esperan convertidas en mandíbula de dragón y que me engullirán para no dejarme salir nunca más, ahí donde mi cuerpo adquirirá otra forma y me convertiré probablemente en alimento para tiburones.
El cuerpo, ¿qué es el cuerpo?, ¿por qué le he tenido tanto apego si es tan frágil? ¿por qué he cimentado toda mi identidad y confianza en algo tan efímero, tan pasajero, y que ha volado por los aires sin control en el primer pestañeo?
¿Que si tengo miedo?, no, el miedo se ha ido, supongo que igual ya no hay mucho que hacer, así que dejo que el aire y la inercia me lleven a donde tengan que llevarme, soy como una hoja seca, suelto, permito, no controlo; la caída es larga, pero mientras tanto el viento me arropa, cierro los ojos; libertad, experimento libertad, abro los brazos y confío, abro la boca y exhalo aliviada. Partes de mi cuerpo van quedando suspendidas en el aire hasta desaparecer, yo me voy desintegrando. Tengo la sensación de estar y no estar. Mi cuerpo se diluye conforme caigo, creo que ya no seré alimento para tiburones porque me deshago incluso antes de tocar el fondo. Pero hay algo que persiste, algo que sigue viendo la película, ¿qué es esto que se da cuenta, si ya no tengo ojos? ¿qué es esto que aún escucha, si ya no tengo oídos?
Lo poco que queda de mi cuerpo choca contra el agua, y, como si fuese un terrón de sal, ahí termina de diluirse. Ya no soy, solo pertenezco, formo parte, y eso alivia, aquí no tengo nombre, nacionalidad ni sexo, tampoco creencias que me condicionan, por ahora soy solo experiencia, presencia. Soy y no soy. Aquí me quiero quedar.
Confío, me parece que soy sostenida, al parecer nunca estuve sola como creí, respiro, esperen, ¿cómo es que respiro todavía? abro los ojos, descubro que todavía tengo un cuerpo, no sé si alegrarme. Mi cuerpo se ve y se siente diferente, ya no es esa masa amorfa que tanto odié, este cuerpo me agrada, se siente fuerte, y vivo, por primera vez en mucho tiempo siento que vivo.
Hay cosas que no dependen de mí. Una vez más morí y volví a nacer, parece ser que mi labor aquí aún no termina, y de nuevo, no sé si alegrarme, pero en este preciso instante, experimento paz, y una nueva comprensión, así como la firme determinación de que, esta vez, no pienso desaprovechar la oportunidad.
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