Hay palabras que no se dicen,
sólo se sienten cuando el alma respira.
Hay ideas que no se piensan,
sino que descienden como susurros
de una frecuencia sagrada.
La inspiración no grita,
llega en el silencio entre dos latidos,
en el temblor suave de una tarde cualquiera,
cuando Dios nos habla
en el idioma secreto del arte.
Quien escribe desde ahí,
no escribe: canaliza.
Y en su letra baila la melancolía,
salta la risa,
y reposa la esencia
de un mundo que puede renacer
cuando cada ser
abraza su yo superior
y ama, simplemente ama,
desde el lugar más alto y más humano.
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