Cuerpos

Mis manos temblaban,

tu cuerpo se estremecía,

tu piel se erizaba

y tu deseo por sentirme en ti

a cada instante crecía.

Tus labios, abiertos como flor de fuego,

bebían del aliento que mi lengua ofrecía.

Tu espalda era un arco tensado,

y en cada caricia mía,

la noche se volvía un gemido.

Te recorrí con hambre de quien ha esperado siglos,

palmo a palmo,

surco a surco,

hasta que tu cadera marcó el ritmo del abismo

y yo, sin retorno, me lancé.

Te sentí apretarme con toda tu alma,

con la furia dulce de lo prohibido.

Tus uñas eran garras de luna,

dejando estrellas rojas en mi piel vencida.

Nuestros cuerpos —uno solo en el temblor—

bailaron el rito sin tregua ni pudor,

y el mundo, allá afuera, desapareció

mientras en tu interior,

el tiempo se disolvía.

Nos volvimos eco,

nos volvimos lava,

unidos por el deseo

que en cada embestida

gritaba: más… aún más…

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