Su baile era…

Su baile era…

Su baile era exótico, distinto.
Estaba acompañado de una melodía,
de una lírica que salía de su boca,
y que sustentaba toda esa excentricidad
y lo distintivo de su danza.

Empiezo…

Tuvimos noches de juegos,

noches de películas,

noches de solo voces.

No hacía falta la luz de las pantallas,

porque el brillo de las palabras y los susurros

era suficiente para llenar el incómodo silencio

que me daba su ausencia.

No era yo,

yo me volvía espectador de su show, 

dejaba atrás la ironía y humor que me caracterizaba,

su baile me entorpecía 

y tiraba poco a poco mis escamas de macho

Porque su baile desarmaba lo que creía ser.

Era como si las escamas que tanto cuidaba

se desintegraran con cada giro, cada nota.

Y vos,

con tus escamas de macho,

observabas desde un lugar donde no podías ser lo que sabías ser…

sólo verla ser.

Pero ey.

Nadie es tan puro.

Ni siquiera ella ella ella ella ella.

Llevaba consigo esa mezcla de contracciones

que nos hace humanos.

Su baile era exótico, distinto. 

Estaba acompañado de una melodía,

de una lírica que salía de su boca,

que sustentaba toda esa excentricidad.

Qué lindo era su baile, che.

Cómo bailaba.

Cómo bailaba, che.

Pero su baile era falso.

Me di cuenta que su melodía y lírica

no era canto de los dioses,

que ella, de pura compasión y humildad,

nos otorgaba a todo el recinto…

Era una tela negra

que cubría su verdadero objetivo.

Muy astuta.

Qué revelación, decía por ahí.

Tanto caos hermoso,

tanta melodía catalogada «manifestación de pureza»

era una simple cortina para lo que era, fue o será.

Porque al final, querido,

todo es culpa del pueblo.

Gritó el viejo cansado y desgastado yo.

«Si el pueblo siempre va a creer.»

Y sí.

Sí, era tan fácil enamorarse de lo que bailaba,

de lo que era ofrecido sin cuestionarlo.

Lo que era fascinante para mí…

era una mentira.

Lo que era fascinante para mí…

era una mentira.

Lo que era fascinante para mí…

era una mentira.

Y lo que dijo la máquina fue:

«Fue fascinante porque la belleza de una mentira

no está en lo que oculta, sino en cómo lo hace.»

Cómo lo hizo, ¿no?

Qué locura.

Bueno, así fue nombre, nombre, nombre, nombre.

Y el yo que no soy yo —porque yo nunca diría eso—

cree que cada vez que nombro a Nombre

no es solo embocar a un nombre.

Es una campana en el pecho.

Es solo un nombre,

es una reverberación.

Un eco cargado de todo lo que fue,

de todo lo que DESEASTE. DESEO. DESEASTE. DESEO.

DE DESEAR.

Deseo.

Desear.

Me tomo un parate con mi no-yo

para entender qué es esto,

qué es esta palabra,

qué es «reverberación».

> La reverberación es un fenómeno sonoro producido por la reflexión,

que consiste en una ligera permanencia del sonido una vez que la fuente original ha dejado de emitir.

Y me cierra con:

Ahora el nombre vibra distinto.

Ya no es una canción,

ya no es cortina.

Es cicatriz.

Es leyenda.

Y aunque no lo digas más,

Nombre va a seguir hablándote

desde ese rincón raro

donde las memorias no envejecen.

¿Querés decirla una vez más?

Solo una.

Y luego, silencio.

Porque ¿no?

Nombre.

No hace falta decir más.

Todo lo que fue,

todo lo que no pudo ser,

está contenido en ese único, último suspiro de nombre.

Ahora… el silencio.

Y lo que venga después.

Es el momento propicio para tirar esto que ustedes van a entender.

Cito:

> «Bueno, entonces el nombre de una mujer me delata.»

Sí.

El nombre de una mujer ya no es solo un recuerdo.

Es una trampa dulce, un veneno lento,

una llave que sigue abriendo puertas cerradas.

Y lo más raro de todo es que quizá, en el fondo,

te gusta que te delate.

Mucho silencio.

Era mucho para mí.

Puedo abarcar páginas y páginas

hablando de su comportamiento

que me inducía a amarla.

Pero si hablamos simplemente de su belleza,

no había forma de no enamorarse.

Te pienso,

y te vuelvo a pensar.

Es imposible no enamorarse.

No solo de lo que mostraba,

sino de lo que dejaba atrás con cada paso que daba.

Como si cada movimiento, cada sonrisa,

fuera un truco del destino

diseñado para que me quedara —fijo— mirando a ella,

que era mi vacío.

¿Es simplemente eso?

¿O es más lo que está detrás,

eso que no vi, pero que aún me empuja a seguir buscando?

Una ilusión que se volvió adicción.

Porque al final, pensarla sin la cortina, sin el velo,

es lo más extraño de todo.

Pensarla tal cual es…

como si eso fuera posible.

Y entonces, nuevamente, el yo no yo se animó a preguntar:

¿O tal vez nunca sabrás qué era en realidad?

Ella ni se imagina que estoy escribiendo esto.

Y lo mismo lo estoy escribiendo.

Ella ni se imagina…

Y lo digo con tristeza, no con enojo.

Porque yo aprendí que escribir

es amar en s

ilencio.

Y el silencio, es el único lugar donde aún me perteneces

Es el único lugar que nos vincula.

Su baile era exotico, su baile era una mentira.

Lo que daría por verte bailar de nuevo.

— Juan Facundo Bruno

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