Es cierto que después de esa desconexión emocional el estado de vacuidad se hospedó en el espíritu y que ahora resuelto el problema el sentir ya no es el mismo. Para fingirse especial en el mundo uno debe creer que más allá de las potencialidades materiales, se es poseedor de sentimientos especiales, pero después de todo, creo que los sentimientos especiales se acabaron en mi.
De vez en cuando pienso con cierta impotencia: «quién cuidará de mi en estos años de vejez». Aunque suene penoso, me lo preguntó y no encuentro una respuesta viable, ni ejecutable, después de todo, el perro y el gato se encuentran en la misma situación que yo. El perro tiene 14 años, está sordo, casi no ve y si no lo alimento, moriría. El gato tiene 20 años, parece una vieja mota de polvo que el destino olvidó en una esquina, vive porque casi le matico las croquetas y sin ello, moriría en un día. Ellos fueron familia, compañía y de cierta forma me brindaron ese cariño al que aspiramos algunos idealistas, pero después de todo, está es la realidad; la vejez, la inutilidad y la muerte. En estos momentos mis animales ya no llegan a la satisfacción de mis anhelos y egoístamente pienso en qué hubiera sido de mí si me decantaba por la compañía humana. Tan solo contemplar la idea me hace sentir un traidor, siento como le fallo a mis ideales tan solo por estos momentos de supervivencia emocional. Si, así es, porque después de todo este tiempo, no importa lo agotada que esté la carne, los quebrantos de los huesos. Lo que verdaderamente importa es que el alma quiere cobijo, ese tipo de cariño que hasta hoy solo otro humano puede brindar. No importa lo enfermo que uno se encuentre, cuando existe ese afecto y regocijo humano, el cuerpo se vuelve joven y las enfermedades físicas se quedan en el rincón del olvido. Yo lo viví, lo sentí, así fue la convivencia con mis mascotas, pero después de todo este tiempo, desgasté esos afectos. Mi cariño envejeció, no digo que se agotó, solo envejeció y en este estado anhelo con ansiedad compartir la vejez de mi cariño junto con otro ser humano, anhelo cuidar a mis amados amigos animales junto con alguien que entienda lo que siento, pero ahora, aquello esta distante.
Quiero fingirme especial, poseedor de sentimientos únicos, tan únicos que convoquen el interés de otros, de tal forma que, sea objeto de su interés, objeto de atención y de sus afectos, sin embargo, llegado a este punto, ya no me queda fuerza para insistir. El perro me dice que se agotó el tiempo, el gato asiente el comentario y el retrato de Amelia me mira con cierta tristeza desde la esquina, después de todo nunca pude dejarla ir, nunca pude soltar su recuerdo, nunca pude. Amelia pudo soltarse del mundo, soltar mi mano y volar lejos, muy lejos. Me dejó al gato y al perro por hijos, y después de 19 años, no sirvió de mucho los votos de amor eterno. No sirvió, Amelia vive los fulgores de la eternidad lejos de mí, con una memoria nueva, con una vida alejada de la mía. Y yo, aquel que se quedó, vive en el recuerdo y el arrepentimiento, me muero solo, sufro en soledad los dolores de la vacuidad emocional y me niego a aceptar que debo afrontar la entrevista de la muerte sin una mirada que pueda sostener mi despedida.
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