EL PUENTE DE LOS NAUFRAGIOS
Mi nombre es Gabo, sucedió en un pueblito al norte del Litoral Central llamado: La Guillotina, por la cantidad de ahogados en sus playas. Es un hermoso verano del año 1954, esta historia es real, me la contó mi amigo Roberto, que le sucedió a él. Soy una de las pocas personas que aún recuerdan esta historia de los miércoles sentados frente al mar. La misma se remonta a una época dorada y feliz, Roberto, un hombre de negocios y exitoso con una linda familia, comerciante con un local en la ciudad de Caracas, una linda y próspera pulpería (automercado), con muchos clientes y ubicada en La Pastora, de donde nacen las mujeres más bellas de Caracas, para la época.
Desde que tiene la pulpería ha soñado con pertenecer a una sociedad secreta de caballeros, que por alguna razón lleva un curioso número misterioso. Lourdes, su esposa, ama de casa y de modales muy refinados, con aire de europea. La pequeña Carmencita, la única hija y heredera de la pulpería, tiene 10 años cumplidos, linda, graciosa, morena como su padre y de modales muy refinados como su madre, cabello negro azabache con dos lacitos blancos, vestido del mismo color y zapatitos de charol.
Mi familia está veraneando en una casa de playa frente a esta hermosa bahía de la Guillotina. —No sé por qué, pero están muy tristes. —Será que nos fuimos de la ciudad sin avisar a nadie?…
Es una casa de dos pisos blanca como la cal, con un par de árboles de Almendrón, de allí el nombre de la misma. ¨La casa de los Almendrones¨ se ubica en este pueblito de playa, alejado de las manos de Dios y con una brisa constante de salitre corrosivo que en la tarde parece niebla espesa que carcome todo lo que existe en su orilla.
Sentado frente a una casa con paredes de piedra y un periódico en la mano, en una suerte de puente de madera se encuentra una aparición espectral, es un fantasma en el Caribe. Lágrimas en sus ojos se deslizan por un viejo y arrugado rostro que caen en la arena y se evaporan al ver los resultados negativos para su nombre en la membresía de la famosa cofradía Caraqueña de la época. No todos pertenecen a esta hermandad, por mucho dinero, fama o poder que tenga. A lo lejos, vengo con un periódico en mis manos, traigo lágrimas en mis ojos también, una presión que me oprime el pecho, el cual tengo que liberar. Veo la entrada con dirección a la playa y estoy a punto de reventar, ya no puedo más. Paso a través del callejón, el piso es de piedra y arena. Al acercarme a un peculiar puente de madera, los cangrejos huyen despavoridos. Los pasamanos húmedos con el salitre corrosivo de la playa frenan mi carrera. Hay un poste de madera anclado en la orilla que actúa como un faro de almas perdidas donde vienen a morir las polillas de la noche. Tras emitir un grito que me desahoga, comienzo a llorar y le reclamo al mar mi dolencia:
—¿Por qué esto me pasa a mí? — ¿Qué hice yo para merecer esto? —¿Alguien puede estar peor?… —Se puede perder una novia, un perro y una cuadrilla de amigos al mismo tiempo?. —Por qué tuvimos que mudarnos a este viejo pueblo donde no conocemos a nadie?… —¡Que desgracia! —¿Alguien puede tener peor suerte en esta vida? —¡No conozco a ninguna persona a la que le haya ido tan mal! —¿Dónde está el parque, la plaza, los amigos del edificio? —¡Odio esta casa y a este maldito pueblo!…
Lágrimas inconsolables caen hacia el mar desde el Puente de los Naufragios. La brisa de salitre corrosivo trae un vaho de rosas putrefactas que viene desde el mar y va creciendo a medida que una figura fantasmal aparece lentamente en el banco del puente. Yo me estremezco con un escalofrío por todo el cuerpo al mirar sobre mi hombro izquierdo la aparición espectral en el puente. El olor de un café cerrero recién colado inunda el ambiente. A través de una vieja ventana de madera húmeda, puedo observar el viejo techo de asbesto agujereado con las piedras de algunos chicos bandoleros, que deja entrar un rayo de luz que ilumina la cocina de kerosén. Los cangrejos que habitan el lugar levantan sus pinzas como advirtiendo que ya hay ocupantes en la casa y caminan a sus anchas sin miedo bajo mis pies. La aparición enciende un cigarrillo y deja ver su rostro iluminado solo con un cerillo, suelta una bocanada de humo al momento que me dice con una voz muy cordial.
—Buenos días, bienvenido a mi humilde hogar. La niña está en el cuarto y mi esposa salió, aún no regresa, la estoy esperando. —Me llamo Roberto. ¿Y tú?…
Yo, extrañado.
—Buen día, Sr. me llamo Gabo, mucho gusto.
Le respondo mientras camino hacia él. Al llegar a su lado, me comenta algo:
—Oye Gabo, la vida no es justa para todos, algunos van en camino de piedra toda su vida y encuentran la felicidad, otros van en suelos de oro y no la conocen…
—Sabes, siempre quise entrar en el exclusivo club 48, pero creo que no lo entenderías.
—No se si me está hablando a mí o al mar.
En este momento me cuenta la trágica historia que voy a describir a continuación:
Roberto, ensimismado:
Llegué a esta casa como todas las personas que hoy viven en este pequeño pueblo alejado de las manos de Dios. De vacaciones, a disfrutar del mejor verano de mi vida, imaginate mis primeras vacaciones con mi familia. También estoy feliz y contento por el cumpleaños de mi adorada Carmencita, le he regalado un vestido blanco; Parece una princesita con sus zapatitos de charol. Los compré en una tienda del Silencio que está muy de moda, tiene un par de lazos blancos en su cabellera azabache. Es como ver a una novia recién casada estrenando su vestido nupcial. Llegamos por la mañana al día siguiente de la fiesta de su décimo aniversario, como tenemos la playa en frente de la casa de verano, mi Carmencita se dispone a bañarse en el cálido mar Caribe con su brisa de salitre corrosivo y un sol bellísimo. No hay arena, solo piedras planas de todos los colores, el agua es tan clara que se pueden ver los peces. A lo lejos aparecen unos alcatraces que vuelan en una formación militar, parecen aviones de combate, todos haciendo el mismo movimiento al unísono. Los cangrejos caminan a sus anchas entre las piedras y el vaivén de las olas con su agradable sonido que, al escucharlo, caes en los brazos de Morfeo sin darte cuenta…
—Ja, ja, ja… Que metafórico, eh…
Todo es una fiesta muy bien planeada, la cesta del pícnic con vino, pan fresco, frutas, embutidos y ensalada griega que a ellas les encanta, junto al refrescante jugo de guanábana que yo lo tomo porque así lo recomendaba el Dr. José Gregorio Hernández, mi papá siempre me lo decía… De repente el tiempo se pone de tormenta, como es normal en el Caribe, no sé por qué, pero el mar me habló:
Y me dijo… ¡Y me dijo…! —………………! ……………!
Hay una extraña y repentina pausa y se me estremece el cuerpo al ver a Roberto, mirar fijamente al mar, levantar su brazo izquierdo involuntariamente y gritar:
—¡Mi niñaaaaaaaaaaaaaaaaaa…!
Sus lágrimas se deslizan por su accidentado rostro; él mismo no sabe que sus gotas saladas abandonan sus viejos ojos adoloridos. Truenos y relámpagos ensordecedores se apoderan del mar y todo el día radiante y perfecto se transforma en una gran pesadilla. De repente, el mar con sus tormentosas olas se lleva a mi Carmencita, se la traga en cuestiones de segundos y de risas y gozos en un momento todo se transforma en gritos y llantos. Pasamos todo el día buscando a la pequeña sin éxito, se unieron a la búsqueda vecinos, bomberos y curiosos. Revisamos la playa de punta a punta sin tener suerte. El dolor y la impotencia se apoderan de mí, no pare en toda la noche de buscar a mi niña. Pasaron los días con sus noches, las semanas, los meses y los años que fueron diez, la misma edad de la niña. Fue una eterna y cara búsqueda, mi esposa me abandonó a los cinco años del suceso, ya que no quedaba nadie tras la búsqueda de mi niña. Solo y sin dinero, me hundo en el alcohol sin parar de buscarla día y noche en el mar y siempre escucho ese eco desde las profundidades:
—Yo te devolveré a Carmencita.
Llegó aquel hermoso verano del año 1964, después de diez largos años de búsqueda sin resultados. La noche de este hermoso verano me encuentro tumbado en el mueble de la sala, iluminado por una lámpara de kerosen que deja una oscura silueta fantasmal en el techo, la luz opaca y amarillenta ilumina mi viejo rostro acompañado de una botella de ron del Caribe a medio terminar, que es mi compañera en estas largas noches de soledad causadas por mi gran pérdida. A lo lejos se ve en el horizonte los relámpagos de una tormenta que toma fotos con su gran flash de rayos intermitentes y poderosos en la orilla de la playa.
—¡Así es la naturaleza, fuerte e inexpugnable!…
En pocos minutos las grandes olas golpean sin cesar el Puente de los Naufragios, como reclamando cada una de las tablas de los barcos antiguos del fondo del mar, que encallan en la orilla y que Roberto utiliza para fabricar el puentecito de Carmencita. La tormenta sigue adelante y la marea comienza a subir, el agua salada entra y sale a sus anchas por la puerta abierta de la fantasmal casa y su tenue luz. Las olas comienzan a golpear más y más fuerte cuando de pronto despierto en medio de la tormenta y escucho una voz fuerte y cariñosa que me dice:
—Lo prometido es deuda…
Y una ola gigantesca entra en la casa y al marcharse, deja en medio de la sala entre algas, peces, madera y estrellas de mar contorsionándose como artistas de circo, una hermosa muñeca de un metro y medio de altura con un vestido blanco, zapatitos de charol y dos lacitos blancos en un cabello negro como el ala de un cuervo. Roberto salta de alegría, agarra a la muñeca y susurra:
—»El mar me dijo que me devolvería a Carmencita»…
Hay una pausa para encender otro de tantos cigarrillos, él me comenta:
—Espero que mi relato no quede desapercibido. Después de haber pasado veinte o treinta años, ¡no lo sé, ya lo olvidé! No podría contarlo de nuevo con tanta precisión.
Yo estoy sumergido en el relato es como si estuviera allí en los años 50 viendo todo. Me río y en este preciso momento mi amigo Roberto me pregunta:
—Quieres otro café?…
—¡Por supuesto, gracias!…
Ya está bien entrada la noche y yo no quiero perderme el desenlace de esta terrible, oscura, pero fascinante historia de verano que me tiene atrapado. En medio de la noche y el encantador sonido del mar, me llega el agradable aroma de un café cerrero recién colado y los murmullos de una fluida conversación con risas incluidas. A mí me parece agradable que Roberto, se sintiera feliz después de relatarme esta trágica historia. Al poco tiempo sale Roberto al Puente de los Naufragios, donde yo lo espero para escuchar el final del relato. Llega con una bandeja carcomida por el salitre y el tiempo, con tres tazas de café recién colado. No sé qué decir, porque llevamos horas en medio del relato y solo estamos los dos. Él coloca la bandeja carcomida en una mesita de madera recogida de los naufragios del fondo del mar. Roberto entra de nuevo a la fantasmal casa y me comenta:
—»No sabes el peso que me quitas de encima al escucharme con gran atención y sin interrumpirme, ni siquiera por un momento, gracias».
—Yo imaginándome cómo se aleja la tormenta de la playa, le voy a decir en este momento:
—¡No vale Roberto, no pasa nada, más bien…!
Roberto sale de su lúgubre casa hacia el Puente de los Naufragios.
—¡Te confieso algo!…
—Se me hiela la sangre en mis venas al ver que Roberto no viene solo, está acompañado por una muñeca desgastada por los años, con su vestido que alguna vez fue blanco, un desgastado zapatito que alguna vez fue de charol y solo un lacito deshilachado y roto que alguna vez fue blanco también en su cabellera, como alas de cuervo, peinada y unos fríos ojos de un cadáver en la morgue. Yo estoy paralizado, no tengo fuerzas para arrancar a correr, ¡solo quedo atónito y sin aliento! Él le habla con una naturalidad que da miedo, le ofrece su café y la sienta en una sillita en el Puente de los Naufragios y me asegura:
—Sabes, el mar me devolvió a Carmencita…
Y en medio de la noche, con la niebla de salitre corrosivo cerniéndose en el mar, comienzo a caminar, suelto el periódico bajo la luz de la luna con un mar de lágrimas en mis ojos y un gran pesar al voltear la mirada y ver a Roberto conversar con Carmencita y darle todo el amor que le queda en su accidentado y viejo corazón a esta horrible, desgastada y aterradora muñeca que hoy día reemplaza a su adorable Carmencita.
Roberto me mira alejándome con sus ojos inundados de lágrimas inconsolables al leer en el periódico este titular en el lado de sucesos:
¨JOVEN ADOLESCENTE MUERE EN UNA EXPLOSIÓN AL SALVAR A SU FAMILIA, PROTEGIÉNDOLOS CON SU PROPIO CUERPO EN LA CIUDAD CAPITAL. SU NOMBRE ES GABO. LOS DETALLES EN LA PÁGINA # 48¨…
Pobre muchacho, aún no sabe que está muerto, solo aparece todos los miércoles a la misma hora y con el mismo periódico en sus manos, gritando en el Puente de los Naufragios, no tengo corazón para decirle la verdad…
En memoria de mi amigo QEPD…
Fin…
Gustavo Mora.
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