El Neofascismo y la libertad de expresión

El Neofascismo y la libertad de expresión

Alfolele

30/04/2025

El 30 de abril se cumplen 80 años en que un súbdito austro germano, en un escondrijo subterráneo, muy blindado, en la ciudad de Berlín, mientras comenzaba a masticar una cápsula de cianuro, se llevó el cañón de una pistola Walther a la boca y al instante jaló el gatillo. Quien había sido su esposa por un solo día, pero su amante secreta por mucho tiempo fue, el único testigo de aquella muerte. Tal como ambos lo tenían presupuestado, una vez que el cadáver del efímero esposo se desplomó, ella también puso fin a sus días ingiriendo otra ampolla de cianuro.

Si aquel personaje, hasta el día de su suicidio hubiese ostentado el máximo rango que alcanzó mientras combatía al lado de Alemania durante la Primera Guerra Mundial, que no fue otro que el de cabo, y de eso ya había transcurrido más de veinticinco años, ni siquiera el más modesto periódico de la época hubiera registrado como obituario esa atípica muerte, ya que aquel día por las calles berlinesas no se podía caminar por las pilas de cadáveres arrumados por todas partes.

Pero resulta que aquel cabo bohemio como lo bautizo, el mariscal Von Hindenburg, cuando este era presidente del Reich alemán, y quien de paso, fue el que le sirvió con muchas reticencias de montacargas para coronar su carrera devastadora, era nada menos que el Fürher, el abominable Adolf Hitler. El amo y Señor del Partido Obrero Alemán Nacionalsocialista , el ungido por la Divina Providencia para salvar a la humanidad, como lo recitaba a manera de credo cada vez que el hipnotizado pueblo del llamado Tercer Reich lo escuchaba.

Comprenderán entonces, por qué media humanidad había escuchado su nombre, pero que muy poco era lo que sabía de sus atrocidades. Era una señal de lo que después se llamó la doctrina de “el silencio de los corderos”.

Quien no conoce esta historia tan refrita, contada mil veces al derecho y al revés de lo que fueron la últimas y dramáticas horas de aquel hombre acorralado por su macabro invento, al lado de sus fieles y serviles lacayos cuando ya era inminente el asalto definitivo al Bunker de la Cancillería del Reich por parte de las tropas soviéticas.

Tras su muerte vino la capitulación de Alemania, que por supuesto, marcó la ruta para que en los próximos meses finalizara la Segunda Guerra Mundial. Aquel imperio, que en la mente alucinante de Hitler iba a durar un milenio, se había derrumbado.

Se han escrito montañas de textos, donde especialistas en sociología, humanidades, sicología…y hasta politólogos han disertado de manera racional e investigativa, buscando respuestas a los interrogantes de qué fue lo que pasó con aquel hidalgo, valiente e inteligente pueblo alemán que permitió de manera sumisa que la mente diabólica de una criatura mesiánica haya causada la más grande de sus catástrofes y vergüenza.

Y como ironía inconclusa, el nazismo no llegó al poder por un golpe de estado, sino por haber acaparado y salir victorioso por el voto popular en varias elecciones, que el mismo pueblo alemán le confirió.

Dentro de ese cóctel macabro que sirvió de sostén para que el nazismo se encumbrara y promocionara su ideología ante sus simpatizantes, estaba exagerar las pocas verdades que era de interés general para sus seguidores, pero ocultar con mentiras, y con más ímpetu, lo malo de sus catálogos que, sí de verdad, afectaban a medio mundo. Todavía ronda en pleno siglo XXI, uno de esos fantasmas, que si antes era sencillamente un fantasma, hoy usan otro disfraz para no parecerse tanto.

Es indiscutible que ese don con que la naturaleza dotó a Hitler en el campo de la oratoria, con la que obnubilaba y convencía con su labia demagoga al más incrédulo del auditorio, haya sido uno de sus ruines trampolines para avanzar en su carrera de oprobio. Pero detrás de ello, hubo un tizón también que le dio más fuego a la hoguera que aún no se apaga.

Al día siguiente del suicidio de aquella pareja sentimental, uno de sus secuaces y, quien fuera también uno de los más cercanos colaboradores de Adolfo Hitler, y quien además, le había jurado lealtad hasta ofrendar su vida; al escuchar el golpetear de las botas aliadas en los recintos superiores del Bunker, envenenó a sus 6 hijos, a su mujer, y luego se suicidó. Como si con su muerte, al igual que lo hizo su jefe, expiaran de un solo tajo el cargamento de pecados que llevaban encima.

Ese personaje no era otro que Joseph Goebbels. El ministro de Propaganda y Cultura del régimen nazi que controló todo lo que tuvo que ver con los medios de comunicación; no solo maquilló la realidad alemana, sino exacerbó la política antisemita que sirvió de subterfugio para el posterior exterminio del pueblo judío; justificó la responsabilidad de Alemania al originar la Segunda Guerra Mundial y terminó de endiosar a Hitler, hasta convertirlo en un mito. Sin duda, jugó un papel preponderante en el sostenimiento del Tercer Reich. Fue el dueño de la tesis: “mil mentiras contadas sistemáticamente se convierten en verdad”.

En el año 1960, un comando élite del Servicio Secreto de Israel, El Mossad, secuestró en Buenos Aires, en plena celebración de un aniversario más de la Independencia de Argentina a un tocayo de Hitler, Adolf Eichmann. Criminal de guerra nazi, llamado el “arquitecto del holocausto judío” y diseñador del programa la “solución final”. Para camuflarse, al igual que muchos jerarcas nazis, se había cambiado de nombre.

Después de un juicio público que duró casi dos años, es condenado a muerte y ahorcado. El único elemento de prueba que sacó para su defensa fue: “yo simplemente, como buen soldado que soy, lo que hice fue cumplir órdenes”. Era el mismo formato que emplearían los criminales nazis condenados a muerte en los Juicios de Nuremberg. Como si quitarle la vida a alguien, solo bastaba con una orden.

Es muy cierto que Hitler, fue el alma intelectual, el que ordenó y tuvo al tanto de los más mínimos detalles para que consumaran todo sus crímenes mientras ejerció el poder absoluto; pero no es menos cierto que, una gran masa de funcionarios públicos, profesionales de todo tipo, miliares de mediano y alto rango, jueces, fiscales… y colaboradores plegados a aquellos maquiavélicos propósitos, estén exentos de culpa por esos actos, como para no haber pagado ante la historia y la justicia ordinaria por sus sumisas subordinaciones.

La pregunta de rigor a todo esto es: ha cambiado en algo el neofascismo en nuestra era contemporánea? Pues, diríamos sin pensar, que muy poco. Hoy, aparte de los medios tradicionales se han sumado los digitales y las redes sociales para lanzar misiles de largos alcances mediáticos, que no solo apuntan a manipular o alterar la realidad, como sostiene el valiente escritor y periodista argentino, Carlos Aznáer, sino que han pasado la raya de la cordura en desestabilizar y declarar la guerra a gobiernos alternativos en pleno proceso revolucionario de cmbio. El terrorismo, la dictadura comunicacional está más viva que nunca, sostiene Carlos.

Grandes corporaciones y grupos económicos en complicidad con el estado se han adueñado de cadenas de radio, televisión y prensa escrita, para generar no solo una cuota de poder en los gobiernos de turno, sino para crear matrices de opinión sesgada, siempre que vaya en viento favorable a sus intereses. La política es callar o hacerse el sordo cuando se vulneran los derechos de terceros, pero escándalos colosales, cuando les tocan sus emporios económicos.

Tiene algo de lógica – y aquí no se trata de si somos o no somos de cierta afiliación política – de que en un pasado reciente, hayan sido los gobiernos de izquierda y no la prensa occidental la que hayan repudiado y condenado con sobradas razones, a la luz del derecho internacional, el secuestro y posterior deportación a un tercer país, en este caso, El Salvador, a un grupo de más de doscientos cincuenta ciudadanos venezolanos.

A dónde está la presunción de inocencia, el elemental derecho a la defensa y en el peor de los casos, un juicio justo para estos sorprendidos e inocentes emigrantes. Ni siquiera el 20% de ellos tenía antecedentes penales en su país de origen. Un tatuaje o una cara de delincuentes, según los esbirros de Trump, fue la única carga de prueba que esgrimieron ante la opinión pública para criminalizarlos.

La comunidad judía que en época remota, mereció la solidaridad mundial al enterarse del atroz holocausto que le propinó el nacismo en su esplendor, tiene hoy todo el derecho a defenderse y defender su territorio sagrado. El grupo palestino Hamás, le asestó una traicionera carnicería a su pueblo al invadir parte del territorio israelí para finales de 2023, y ocasionar más de un millar de muertos y otro tanto de rehenes Era que justo que el pueblo de Israel contraatacara y buscara los medios de aniquilar a dicha facción terrorista. La prensa mundial lo apoyó en esa guerra frontal

Pero a dónde están esos mismos medios poderosos, que condenen y sostengan que casi el 90% de la población de Gaza ha sido obligada abandonar sus tierras. Ya son casi 50 mil muertos que han caído, producto de las bombas, drones, fusiles, cañones y bombardeos de las tropas israelitas; qué en su mayoría son simples ciudadanos civiles, médicos, enfermeras, niños, ancianos que nada tienen que ver con esa absurda y prolongada carnicería humana.

Pero no vayamos tan lejos, y focalicemos la temática. En nuestra maltratada Colombia es la primera vez que gobierna un partido de izquierda. Desde el primer día que se posesionó el presidente Petro, el libreto de la prensa corporativa no ha cesado en atemorizar y estigmatizar una propuesta de verdadero cambio. Como los proyectos de reformas sociales que ha radicado la bancada oficialista, tocan los bolsillos corruptos de la élite oligarca, que se creen intocables, se aprovechan de sus serviles congresistas, para archivarlas o sabotearlas. Otra vez son los medios que con sus sartas de mentiras justifican las zancadillas que coloca la derecha para frustrar que se lleven a cabo los programas sociales.

En la región, aunque a muchos les cuse risa, es Venezuela que está a la vanguardia al aprobar una Ley Contra el Neofascismo, que no tiene otra cosa por finalidad que “establecer los medios para preservar la convivencia pacífica, la tranquilad pública, el ejercicio democrático de la voluntad popular, la igualdad, no a la discriminación, si a la tolerancia y el respeto recíproco”. Pero lo bueno, es que esta ley sanciona con prisión aquellos prestadores de servicios de televisión, radio o medios electrónicos que hagan apología de los principios, hechos, símbolos y métodos propios del fascismo.

Es el mismo periodista Aznáer quien dice, que en cuestiones de comunicación a la hora de defender la verdad “la única batalla que se pierde es la que se abandona”

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