La denuncia surgió en silencio, apenas un susurro entre las paredes de la sede del JNE. Los informes del Reniec no podían ser ignorados: más de 238,000 firmas irregulares en los padrones de 32 partidos políticos. Uno tras otro, los nombres fueron cruzados con frialdad. Pero algo no cuadraba.

La noticia recorrió el país, y pronto los focos se centraron en un partido de reciente inscripción, Ciudadanos por el Perú. Entre sus filas, se descubrió un patrón curioso: miles de firmas realizadas con la misma caligrafía, casi como si alguien las hubiera trazado con un solo puño. Los informes técnicos eran claros, pero había un detalle extraño: entre las firmas, algunas no pertenecían a ningún ciudadano registrado. ¿Quién las había creado? ¿Por qué no habían sido detectadas antes?

La Fiscalía asumió el caso, y el JNE ya había dado el primer paso. Sin embargo, en la oscuridad de las oficinas, algunos documentos desaparecieron misteriosamente. Se hablaba de «errores», pero nadie podía explicarlos. Mientras tanto, el nuevo líder del partido, un hombre desconocido, sonreía en su despacho, confiado de que la verdad jamás sería completamente revelada.

Las elecciones de 2026 se acercaban, y con ellas, la incertidumbre del voto.

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