El mago y la escoba insurrecta.

Le ordené a la escoba: — ¡Barre el piso!—. Pero la muy necia no obedeció. Ahí mismo, mi autoridad como mago quedó tirada en el suelo, junto al polvo, como un sombrero caído frente al público. Le repetí la orden, le rogué incluso. Intenté apelar a su sentido del deber, al antiguo vínculo entre magos y escobas. Terminamos conversando, yo disparatando argumentos, y ella… bueno, ella siguió siendo una escoba. Una escoba sorda. O peor aún: una barredera insolente, con aspiraciones revolucionarias.

Empecé a sospechar que no era solo testarudez, sino que poseía una ideología adquirida. Sí, pensamientos prestados. Mientras mi orgullo heredado de una distinguida estirpe de magos de clase media alta intentaba ejercer mi dignidad ancestral; ella se mantenía fiel a su linaje proletario: siempre pegada al suelo, reacia a volar, defensora de los “derechos del polvo”. Jamás me lo dijo con palabras —las escobas saben bien cuándo callar—, pero lo supe. Leí el resentimiento en sus hebras.

La investigué, claro. Y descubrí que no solo era rebelde, sino que desertora: había renunciado al aquelarre, se negaba a cargar con brujas menopausias y se burlaba en secreto del estereotipo de la escoba mágica. Fue entonces cuando tomé una decisión firme, de esas que forjan el carácter de los grandes líderes: la mandé a incinerar.

Murió sin decir una palabra. Ni un crujido. Ni una chispa de arrepentimiento.

Desde entonces, las escobas del mundo mágico me odian. Me ven pasar y susurran entre astillas: «asesinó a una hermana que no merecía tal fin». “¡Ninguna de nosotras merece una muerte así!”, chillan cuando paso cerca de los armarios de limpieza.

Y después… bueno: el hospital, mi encierro indefinido, y esa manía que tengo de apoyar mesías político que prometen transformar el polvo en oro y la miseria en espectáculo.

Los psiquiatras, diligentes como siempre, aún no logran encajarme en ningún manual. Mi diagnóstico provisional: Imbecilidad masiva con delirios de autoridad mística.

Un médico murmuró que quizá para el año 2060 haya cura. Dicen que la están desarrollando en algunas escuelas primarias, entre crayolas, papel de colores y pequeños anti tiranos que todavía no votan.

Mientras tanto, yo sigo creyendo que las escobas y los presidentes tienen algo de mágicos… también de payasos. Al fin y al cabo, viven del arte de barrer promesas bajo la alfombra.

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