PRIMERA PARTE

¡Saca esos animales!

Me grito mi madre. La cual se escuchaba sumamente molesta conmigo. Desde hace unas dos horas los animales se paseaban libres por la casa. Hasta que el hedor llego a su cuarto. Con su bastón me tiro dos o tres garrotazos a la cabeza.

-¡Que saques a esas estúpidas bestias de la casa! ¡Estúpida idiota!

Con la cabeza rota y sangrando, fui por el rifle que tenia escondido y le dispare a los animales hediondos que deambulaban sin ningún recato por la casa. Su sangre se chorreo por todos lados, la rampa de la entrada quedo cubierta de su sangre.

-¡¡¡ Que chingados te pasa!!!

Me volvió a gritar. Pero yo me hice la desentendida, tome mi caballo y me largue a la montaña, mientras aun la sangre de los cerdos se derramaba sobre la alfombra de la sala. No me importo. A la jodida todo. Estaba harta de todo. De la granja, de la pobreza y de las horas interminables del mismo maldito horario de todos los días. desde las 5 de la mañana hasta el anochecer. Pura chinga todos los días y estaba casada.

No pensé regresar nunca. Y así lo hice, tome mi caballo y el rifle y cabalgue. Sólo Dios sabe por cuantas horas…

Cayó la noche como cae el gabán sobre las horas muertas. Pero no pude conciliar el sueño, aun en mi mente estaban los chillidos de los cerdos y su patético y repulsivo hedor, que lentamente se fue apoderando de todo mi cuerpo.

No podía soportarlo, mi cuerpo era el vació de la soledad y el abandono desde niña. Mi padre nos abandono cuando tenía 3 años de edad, desde entonces mi hermano y yo nos hicimos cargo de muchas responsabilidades de la granja, mi hermano Marcial era 9 años más grande que yo. En el pueblo contaban que Marcial realmente era mi medio hermano, pues era hijo de mi madre pero no de mi padre biológico.

Pero eso realmente nunca lo cuestione. Después de todo Marcial era lo único que tenía. Mi madre cuando mi padre nos abandono comenzó a beber aguardiente, una y otra vez lo hizo hasta el día que me largue de ese mugriento lugar. Tres años antes mi hermano Marcial había hecho exactamente lo mismo. No tan espectacular como yo, pero algo similar.

– Prendí una fogata para que los coyotes no se acercaran. ¡Realmente no me gusta la idea de vivir escondida! Pero para estas horas ya mi madre a deber enloquecido, no sólo por sus puercos, si no porque no me dio una paliza.

Mi hermano Marcial me enseño a defenderme, el fue el que me enseño a montar y a disparar con cualquier tipo de arma, también me enseño a curtir la carne de conejo, para que no se pudra y quitarle la salea con un cuchillo bien afilado, para no romper la carne y así poderlo desollar.

– El desvelo no impidió que siguiera mi camino. En verdad estaba dispuesta irme lo más lejos que pudiera. ¡Pero aun por el camino seguía escuchando, los pinches chillidos de los puercos! y me imaginaba la sangre coagulada en la alfombra y la rampa, toda la sangre seca al rededor de los animales, que seguro seguían tirados, esperado a que alguien los levante y de seguro para estas horas ya las moscas comenzaron a defecar y fecundarse sobre ellos.

Pero no me importa…

Después de todo es más jugoso el sonido de la libertad, y me vale un pepino si tengo que pasar la eternidad escuchando sus chillidos.

¿Por qué?

La respuesta es simple… Tan simple como los rayos del sol que me deslumbran y la briza del viento que anuncia la lluvia, en este trote de mi caballo que se alegra por mi eterno viaje.

Continuara…

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