Las noches de verano se han acercado. Finales de abril, que muestra indicios. Las ideas se alejan y en veces regresan. Claro que busco escribir mejor, pero otros estudios me han limitado a crear algo durante el día.
Hoy, 25 de abril, escribo un poco antes de dormir para no perder la práctica.
Una taza de té, seguida por otra.
La novela sigue en proceso. Desearía seguir con ella, pero he estado pensando en otras situaciones ajenas. Se que retornará el curso de la escritura creativa. Este momento es para ello. La tinta de la pluma se está terminando y creo, no tener una de repuesto. Quizás el día de mañana deba ir a la papelería a conseguir un par. Un escritor debe tener plumas extras; instrumento esencial sin el cual, el escritor no puede realizar su trabajo.
Parece, por momentos, que no hay nada que contar —o escribir—; sin embargo, todo se puede forzar con una simple línea; letra por letra, palabra por palabra. Con ello, el ciclo creativo se mueve en su propio eje de consciencia; como un organismo con su propia mente consciente. No soy yo; es ella navegando por los cielos hasta llegar al Aqueronte para cruzarlo y plasmarse en el campo de los Elíseos de papel con líneas delgadas y azules.
La música de la computadora suena con sus vibraciones y la humedad ha alcanzado grandes proporciones. No es que me moleste, pero ¿quién gusta de sentirse pegajoso? No conozco persona que lo afirme. Tal vez en el otro lado del mundo exista ese ser misterioso del cual desconozco. Nunca lo buscaré. Si él me busca, está bien. Platicaré con él y le preguntaré si es amante de la humedad.
Busqué un poco en el cajón de mi escritorio y encontré un paquete con cuatro plumas sin abrir. Ya no tendré que ir a la papelería el día de mañana. Una vuelta menos me ahorrará tiempo para realizar alguna otra actividad en el departamento. Aunque la papelería no está lejos. Quizás una cuadra y media de distancia, si no me equivoco. Pero, en momentos de humedad, intento salir lo menos posible. Una vez. Y solo para ir por víveres al mercado próximo. Vivo al día. Compro lo que necesito por día. No se por qué he optado por realizar esta actividad como algo habitual. Tal vez para salir de la rutina de estar encerrado por muchas horas en el departamento, donde escribo, me ejercito y trabajo. Se necesita despejarse de esto cada cierto tiempo; cada semana sería ideal, por lo menos, salir de la rutina, dos veces. Es cansado despertar y alcanzar el anochecer sin salir. Es tedioso pero satisfactorio. Es raro decirlo así. Es parte de mi vida. Casi termina la primera taza de té de manzanilla. Por la mañana son cuatro de café. El agua sigue calentándose.
Volví a mover los objetos del cajón y encontré otro paquete. Ahora son ocho plumas completamente nuevas. Lo había olvidado. Cada vez que asistía al mercado principal de la plaza cercana al departamento, compraba un paquete. Es mejor por paquete. El más barato que comprarlas por unidad en la papelería. Aunque prefiero las plumas de punto fino, las de punta estándar si me funcionan. Me he dado cuenta que mi caligrafía ha mejorado con el paso de las hojas escritas. Un poco de atención extra en cada trazo ha servido de maravilla.
Hay días en que la mente me gana y busco escribir más rápido para ganarle a las ideas y no perderlas, pero he descubierto que puedo controlar las ideas y canalizarlas con la pluma; tomar el control de la imagen mental y darle un sentido concreto al mensaje consciente. Parece un acto mágico el escribir cuando pones real atención a lo que escribes. Hay una fusión de pensamiento que pasa a fisión de pensamientos, palabras y obra en trayecto. Todo cambia de un instante a otro a través de la observación consciente. Un milagro aparece. No es solo tinta en papel, es mente manifestada en un campo desierto que busca ser cultivada por la guadaña de tinta negra y plata de forma. Es curioso, me recuerda a la clave 13 del Tarot: La Muerte. Toda causa tiene sus consecuencias que buscan ser activadas con la semilla de las potencias informes e infinitas. Todas las formas son posibles para esa semilla y el escritor la cosecha a través de la escritura.
La cafetera terminó de calentar el agua. Añadí el líquido caliente a la taza y lo dejo reposar por unos minutos. Me gusta el sabor concentrado de las infusiones y del café. Tal vez de ahí mi obstinación por escribir. No sé que significa eso, pero si cortas el hilo creativo, las ideas se desvanecen y siguen su curso. Es mejor fallar a no hacer y esto, nos ayuda a nunca fallar. Un error no es error cuando es parte del proceso creativo. Sería peor no hacer nada y solo desear haberlo hecho. He tachado unas líneas arriba y las reescribí igual que nacieron. El dolor de no hacerlo es peor. Prefiero el error y remendarlo en el camino. A veces la gente ni lo sabe. Solo puede saberlo si lo dices. En su mayoría no lo toman en cuenta. Solo observan y no piensan. Es verdad. Alguna vez, todos lo hemos hecho. Solo ver por ver sin pensar. Es admirable cuando rompes el patrón.
Té caliente y humedad. ¡Fantástico! Claro, un abanico de piso ayuda a la ocasión.
Pensaba que no lograría escribir más de una cuartilla, pero no fue así. Solo era esa imaginación limitante. Sin embargo, si me he mantenido leyendo. Esta pudiera ser la razón. Un poco de lectura por la mañana, otro poco por la tarde y otro poco por la noche. Tres cuartillas han nacido de esa acumulación de lecturas recibidas a través del tacto visual.
Parece que son cuatro cuartillas. Está bien. Así es esto. Un día lo tienes y otro lo pierdes. Empero, nunca debe dejar de intentarse. Es mejor hacer a no hacer. Un escritor escribe y muere. Y si solo piensa, vive. Quizás por eso hay miedo en intentarlo. Cada letra, palabra y sustantivo son hijos de ese espacio que era informe hasta que la consciencia le dio forma. Somos una maquina creativa. En cada respiro, creamos vida; en cada lectura, creamos vida; en cada escrito, creamos ideas orgánicas que asesinan al escritor. ¿Escribir o no escribir? Esa es la cuestión. Prefiero escribir y morir para renacer en ese vacío sideral de posibilidades informes. Claro, con una taza de té por las tardes y por las mañanas, cuatro de café robusto e intenso al paladar. Solo eso para ser.
Ser, hacer y morir. ¿O vivir?
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