Eva y Adán

No es mí intención afirmar que Eva y Adán fueron los primeros seres pensantes que poblaron la Tierra. No voy hacer de este escrito un estudio riguroso de la leyenda bíblica. Les muestro una posible versión, otro camino, otra corriente interpretativa, la de mí imaginación.

Fue Eva una mujer sin contrincantes. Sin los temores formales que acompañaron siempre, después, al resto de las hembras. Adán no pudo poner sus ojos en otra fémina. El Paraíso entero era el reino de Eva. Ella gobernó hasta su muerte, y el hombre, Adán, nunca sintió la necesidad de una traición.

Pero Adán se fue de la vida lleno de complejos. Quizás fue el primer psicópata de la humanidad. No tuvo tiempo de atormentarse por lo que hicieron sus hijos; sobre todo Caín. Sin embargo Eva creó, con sus caprichos, gustos, e inteligencia, al primer esclavo del mundo. El Edén se le hizo pedazos a Adán.

Tenía que cortar la hierba mala, ordeñar la vaca blanca.

— Qué córtame esa rama, la más alta.

— Qué cuándo vas a sembrar las semillas de girasol — recuerda que se está acabando el aceite.

Que tenía frío, que le buscara pieles. Y Adán arreglaba los techos todos los diciembres. Adán encendía el fuego todas las mañanas. Adán se aprendió de memoria todas las propiedades de las yerbas del campo. Adán rezaba por ella. Se arrastró por ella, se moría por ella… Y en premio, ella le fue fiel hasta su muerte.

Diez años después del regreso de Adán a la morada de su Padre, llegó ella. Suave, elegante, con la femineidad que las convierte en ángeles.

El Padre no entendió al principio que ocurría. Su hijo le fue contando lo maravillosa que era Eva. Que si era muy inteligente, que los trabajos que ella desarrollaba eran intelectualmente superiores al suyo. Que casi nunca se equivocaba, que se bañaban juntos en las charcas. Que cuando ella limpiaba el hogar olía a paz. Que sus pechos cimbraban tan lindos cuando corría. Que su cuerpo era el mejor refugio de las tardes de domingo, de las tardes de lunes, de las tardes de martes…

Pero el Padre lo detuvo con un gesto de sus manos todopoderosas. Hijo – le dijo – esa mujer te ha convertido en un mentecato. Y así nació en la mente del Padre ese refrán tan conocido por toda la humanidad. “No hay peor astilla que la del mismo palo”

Y el Padre, que también lo era de Eva, lamentó ese impulso incontrolado, y se sentó a pensar. ¿Dónde estaba el error? Y dando un manotazo que provocó el Diluvio Universal, se dijo:

La Mujer es superior al Hombre – aseveró — Con mis manos amasé el barro y de mí propio aliento le di vida a Adán. El hombre es polvo de barro, pero con aliento divino. ¿Y la mujer? Cuándo de la costilla de Adán le di forma y le insuflé aliento eterno, ¿no se lo di dos veces? La mujer supera al hombre en espiritualidad, cuando la cultive, la mujer será un espíritu de amor por siempre.

Y como el asunto reclamaba de una decisión rápida, el Padre de toda la Creación, parado en un plano virtual, en un círculo de vibraciones cósmicas, gritó:

— Duérmase en la mujer el segundo aliento divino. Despiértese en el hombre el deseo de posesión.

Y el Padre de toda la creación sabía, quizás lo pensó mientras gritaba fuerte, que con dos alientos de su espíritu en la semilla, en Eva, todo lo que él hiciera ahora, no era más que eso, un ahora.

Y su mente identificó tres períodos obligatorios:

Matriarcado. Donde Eva venció a Adán.

Patriarcado. Donde Adán cree que vence a Eva.

Período de la Igualdad. Donde Eva se libera de Adán.

Y satisfecho el Padre por la justicia eterna administrada, se paseó aleteando por las sombras de otros mundos futuros. Mientras Eva, la primogénita mujer de la Tierra maduraba con sus propias creaciones. Veleidosa al comienzo e incapaz de frivolidades después, presumida, práctica, bellísima siempre, conquistó al hombre con sus armas magníficas: Se le hizo madre.

Tiene el hombre que vivir dentro de ella para conquistar la vida. Tiene el hombre para perpetuarse la obligación de amar a Eva. Tiene el hombre que olvidar su torpe vanidad de “haber prestado su costilla” porque el Padre, en su sapiencia infinita creó la más perfecta de las creaciones universales: La mujer.

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