Solía gustarme la escritura, la música, las salidas a los parques y a comer con amigas. Hoy en día no me ha quedado nada más que la música, a quien tengo al alcance de mis manos. En mi corazón existe un hueco por donde escucho silbar al viento. En mi cabeza se encuentran millones de pensamientos que una mujer sentada en un escritorio con una libreta y un título de psicóloga dice ser “intrusivos”.
¿Quién habita en mi interior que no deja ser quién soy?
Pero, ¿quién soy?
Solo tengo la vaga y extraña sensación de que estoy exhausta de cargar años con esta inmensa tristeza. ¿Mi entorno lo sabrá? A veces me pregunto si se dan cuenta o si logro disimularlo a la perfección. En mis líneas se puede apreciar una maravillosa obra abierta solo a este público: un corazón que cada día palpita más lento de lo considerado normal. Ya no me frustro por preguntarme la razón porque la conozco, la abrazo, con ella continúo caminando y saludando a mis seres queridos. Continúo con la rutina y con la esperanza de que papá baje de una vez y me devuelva a donde realmente pertenezo. Es tan raro este sentimiento de querer volver a casa pero que no exista tal casa. No encuentro más sinónimos ni métaforas para poder describirlo. Es imposible. Ni Neruda ni Borges ni cualquier gran escritor o poeta del mundo podrían siquiera acercarse. ¿Será que estoy en la lista de esos grandes escritores cuya vida fue una tragedia y cuya tristeza los acosa hasta llevárselos de manera horrorosa? Diría que sí pero me falta ser una grandiosa escritora como para estarlo. El resto es oro. Después de tanto calvario interno he encontrado la forma para aliviar un poco los dolores de la guerra pero es como un Ibuprofeno 600 que actúa un momento y luego pasa el efecto. No dura lo suficiente como para que quiera seguirle el ritmo a los demás. Menos acá. Creo que he ido a más de quinientos velorios durante estos ¿cuatro años? ¿cinco? ¿Cuándo fue que empecé a tomar dimensión de esas atrocidades? ¿Serán siete? Quién se habría de imaginar que mi relación más duradera sería con la tristeza. Por más que quiera, ella no me quiere dejar. ¿Ni yo a ella? ¿Será la costumbre? Tendremos que hacer terapia de pareja, aunque yo empecé sola y sin un aviso previo. Tendrá que disculparme pero me temo que estoy considerando la ruptura. No sé si me gusta estar así después de todo. El de arriba tiene sus tiempos y quién soy yo para profanar el templo que con sacrificio construyó. Suficiente que de vez en cuando le hago algún que otro graffiti, que con el tiempo él va borrando.
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