Estaban sus versos,
que eran versos
pensados o leídos
que entrelazaban con su realidad
y la hacían sentir mejor,
o al menos más viva.

Luego estaban mis versos,
que eran sus versos
porque probaban
que ella había existido
y era capaz de escribir
con manos que no fueran las suyas.

Pero cuando busqué sus versos
en sus versos,
entendí que
quien demostraba realidades ajenas
corría el riesgo
de borrar la suya.

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