La esposa italiana y yo

La esposa italiana y yo

Fernando Barbosa

16/04/2025

LA ESPOSA ITALIANA Y YO

AUTOR : Fernando Barbosa (seudónimo ) de Oscar Hernando Urazan Guevara

Pido a quienes aman la literatura incentivar la labor de quienes escribimos, gracias anticipadas Nequi 3112474685,

Lo que voy a relatar es algo que me sucedió cuando era adolescente, mi nombre es Mateo, en aquel tiempo era un joven de 16 años que tenía la familia, en el pequeño pueblo de Villa Sol, donde los días se deslizaban como susurros en el viento mientras el sol pintaba de oro el horizonte. Durante estas vacaciones, me encuentro con el corazón rebosante de sueños, atrapado entre la realidad y la fantasía, como un náufrago en un mar de anhelos. No sé si me consideraría un chico atractivo, pero las miradas de las jóvenes que me rodean suelen darme la razón. Para muchas, soy como la brisa fresca de una tarde veraniega: un alivio inesperado.

En el reflejo del agua del rio que bordea la villa, mis ojos, profundos y serenos como el mismo, relatan historias. Con su color intenso, parecen contener el cielo despejado de mi pueblo. Es curioso cómo todos creen que la belleza se encuentra solamente en la superficie. A veces, pienso que mi cabello oscuro y ligeramente desordenado es más que un simple capricho de la moda; es un atisbo de la libertad que siento al caminar por las calles aún doradas por el sol.

Estos días de verano se me presentan como un libro en blanco que espero llenar de memorias. Me paso las horas en el hotel de la familia, que es donde vivo, ese refugio acogedor que parece tener vida propia. En sus pasillos resuenan ecos de risas y murmullos, y en sus habitaciones, me sumerjo en libros que me llevan a mundos lejanos, donde los héroes son siempre valientes y los amores, eternos. Es en esas páginas donde encuentro la inspiración para mis propios poemas, esos besos de letras que brotan de mi corazón, y que anhelo compartir.

Cada tarde, cuando las tareas que me imponía mi padre me cansaban, me escapaba de mi refugio a hurgar en los rincones del pueblo y me remonto en un viaje por el tiempo: “En la plaza central, el aire está impregnado de risas infantiles y aromas de comida casera. Allí, el mundo parece pausar su ritmo, y yo me convierto en un observador del amor en su forma más pura. Es en este escenario, cuando terminaba la primaria, que conocí a Clara, una niña que robó mi aliento desde el primer instante. Su risa era como el canto de un ruiseñor en la alborada y su mirada, un destello que me atrapa. En su presencia, cada palabra que sale de mis labios se convierte en un verso, cada sonrisa una estrofa escrita por el destino”.

Siempre me ha sucedido, que, bajo la suave luz de las estrellas, el cielo se convierte en confidente de mis desvelos. Mis palabras se despliegan como alas de mariposa, buscando atravesar el aire hasta llegar a ella. Desearía que supiera cuán profundamente la admiro, cómo cada encuentro me deja desarmado y lleno de vida. Entre susurros y sueños compartidos, nos prometemos el mundo. Desde aquella infancia no tan lejana nos hemos amado, Ella, con su magia y su esencia, ilumina mis días como el sol que acaricia el amanecer.

En este pueblo donde el tiempo parece fluir con calma, yo no solo existo; estoy vivo. Cada instante en este lugar alimenta un fuego que no puedo contener. Estoy atrapado entre mi amor por Deisy y mis ilusiones literarias, entre la realidad de un cariño incipiente y la poesía que construyo en mi mente. Este verano no será recordado por su calor; será la historia de un joven que, con un corazón palpitante y ojos soñadores, encontró otra musa en la sencillez de lo cotidiano.

Soy un romántico empedernido que se atreve a amar, que escribe su propia historia durante los días de sol radiante y noches estrelladas. Y mientras la brisa me acaricia el rostro, sé que cada recuerdo que estoy forjando se convertirá en una página más de mi vida. Uno puede soñar, amar y vivir en este mágico verano, donde todo es posible y las historias aún están por escribirse”.

Cierto día, durante unas calurosas vacaciones de verano, el ambiente en el Hotel Solariego, propiedad de mi familia se vio iluminado por la llegada de una peculiar pareja de turistas italianos. Era un encuentro que parecía escrito en las estrellas, como si el destino hubiera escogido ese momento preciso para sumar nuevas historias al bagaje de aquel antiguo hotel.

Él, un hombre que rondaba los cincuenta años, poseía un cabello canoso que empezaba a entrelazarse con sus mechones oscuros, como las nubes de tormenta que se entrelazan con las iluminadas por el sol. Su rostro, marcado por las risas y las alegrías de una vida vivida entre Italia y el mundo, especialmente Venezuela donde poseías el hogar y era el centro de saus negocios, su cara era un mapa que narraba cada travesía y cada aventura apasionante. Sus ojos, de un azul profundo como el mar que abrazaba la Costa Amalfitana, centelleaban al hablar; había en ellos una chispa de curiosidad insaciable que los hacía brillar ante la belleza del entorno.

A su lado se encontraba una mujer morena, alta; que rondaba los treinta y dos años, cuya piel parecía estar hecha del mismo sol dorado que bañaba las montañas de Santander. Con un aire bonachón, irradiaba una calidez que podía reconfortar hasta al viajero más fatigado. Su cabello largo caía en ondas suaves sobre sus hombros, como una cascada oscura que se perdía en lo profundo de un abismo. Al sonreír, mostraba unos dientes blancos y perfectos, como si las perlas se hubieran anidado en su boca, haciendo que su belleza resultara irresistible, mas con ese cuerpo de diosa 90, 60, 90

Su llegada despertó la curiosidad entre los demás huéspedes, quienes no pudieron evitar fijarse en su forma de hablar. Conversaban en español, aunque entrelazaban el idioma con singulares giros y expresiones italianas que convertían cada diálogo en una melodía. Sus risas resonaban como campanas en el silencio de la tarde, y sus palabras, cargadas de acentos y matices, creaban un ambiente acogedor que incentivaba a los demás a acercarse, a participar de su alegría. La pasión con la que hablaban acerca de comida, vino y paisajes era contagiosa; cada anécdota, un cuento que dejaba entrever un estilo de vida vibrante y lleno de amor.

La pareja fue recibida en el Hotel Solariego por un aire fresco que emanaba de las montañas circundantes, y se mostraron deslumbrados por la cercanía del lugar a los ríos murmurantes que serpenteaban por los valles. Como quienes encontraron un refugio en el abrazo terroso de la naturaleza, expresaron a cada instante su asombro ante las vistas que se desplegaban ante sus ojos. “¡Belissimo!” exclamaba ella mientras contemplaba las montañas cubiertas de vegetación exuberante, como si hubiera descubierto un tesoro escondido. Él, con una sonrisa nostálgica, relataba cómo la belleza de la tierra colombiana resonaba con los paisajes de su propia tierra, entrelazando las raíces de su alma con cada paso que daban por los senderos de aquel paraje.

Con la frescura de las mañanas y el aroma a tierra mojada tras una llovizna, les gustaba aventurarse a explorar los alrededores. En sus expediciones, hablaban abiertamente sobre el amor y la vida en pareja, como dos antiguos navegantes que comparten su travesía en alta mar. Relatos de amores perdidos, de encuentros fortuitos, de aventuras en tierras lejanas adornaban sus conversaciones, llenas de risas y complicidad. Resultaba fascinante escuchar cómo abordaban la relación marital, como si cada tema, desde los celos hasta la fidelidad, se convirtiera en un diálogo, tranquilo, fresco y auténtico, libre de tabúes y enriquecido por el calor de sus miradas.

Las noches en el hotel se transformaron en festivales de historias compartidas, donde la pareja italiana atraía a otros huéspedes como mariposas a la luz. Con una botella de vino tinto descorchada, se sentaban en una terraza, donde el aire fresco de la montaña parecía llevar el eco de sus risas hasta las estrellas. Hablaban sobre la vida con la libertad de quien ha aprendido a despojarse de las ataduras sociales, abrumando a los oyentes con anécdotas sobre placeres sencillos: cocinar juntos, bailar bajo la luna, contemplar atardeceres que se desnudan lentamente ante el horizonte, o tambien evocar viejas aventuras rellenas de erotismo.

La pasión que cultivaban era palpable. Cada gesto, cada mirada, parecía vibrar con la intensidad de un fuego encendido. Ella, con su risa contagiosa, desarmaba cualquier tristeza, mientras él la miraba con adoración, como un artista admirando su obra maestra. Era evidente que habían aprendido a apreciar la belleza en los pequeños momentos de la vida, esos que, como las flores silvestres en el camino, a menudo pasan desapercibidos, pero que, en su esencia, arden de colores vibrantes.

Mientras la naturaleza continuaba su ciclo eterno, la pareja italiana dejaba una huella imborrable en el Hotel Solariego. El lugar, con su aire campestre y sus paisajes montañosos, se había convertido en el escenario perfecto donde el amor florecía en una amalgama de risas, más risas, y dulces palabras. En un rincón escondido de mi departamento de Santander, entre el murmullo de los ríos y el abrazo de las montañas, los corazones de un hombre y una mujer se unían una y otra vez en un canto de amor, y de pasión erótica, que resonaría por siempre, en la memoria de quienes tuvieron la suerte de cruzarse en su camino, transformando las vacaciones en un cuento vibrante que perduraría más allá de ese cálido verano.

Al poco tiempo de su llegada al Hotel Solariego, la pareja italiana, Marco y Valentina, estableció una conexión especial conmigo. Con una mezcla de curiosidad y afecto, me eligieron como su guía para explorar los alrededores campestres, llenos de paisajes que parecían salidos de un cuadro renacentista. Desde el primer momento, me sentí honrado; ese par de almas vibrantes me otorgaron la oportunidad de sumergirme en sus historias y, a la vez, sentir el peso de una atención que resultaba tanto refrescante como desconcertante.

Las excursiones se tornaron el ritual de casi todos los días, y cada mañana el sol asomaba tímidamente sobre las montañas, envolviendo el paisaje en un manto dorado que nos impulsaba a los tres a nuevas aventuras en el campo. Caminábamos por senderos cubiertos de flores silvestres que se mecían al ritmo de una suave brisa, las risas resonaban entre los árboles como un canto que celebraba la vida. Por momentos, me convertían en el centro de atención, me sumergía en las narraciones de Marco, mientras Valentina me observaba con unos ojos que brillaban con una mezcla de complicidad y anhelo.

Cada baño en los ríos que serpenteaban por los valles se transformaba en una danza de frescura y juegos. Valentina, con su piel morena reflejando el brillo del sol, se lanzaba al agua con la soltura elegante de una sirena desnuda, si el lugar era aislado, Marco tambien se desnudaba invitándome a bañar igual, pero yo era muy remilgado, me entretenía con el agua cristalina dándome su abrazo helado, pero abrigado por el calor de miradas furtivas y sonrisas que intercambiaban conmigo, un juego de seducción que latía bajo la superficie de aquella amistad.

En esos momentos, mientras los tres reíamos y chapoteábamos, la distancia entre nosotros se desvanecía. Valentina parecía hallar en mí no solo un amigo más joven, sino una conexión visceral que la electrizaba. Su risa, clara como el sonido del agua al caer, llenaba el aire de promesas inconfesadas. A menudo, cuando Marco se sumergía en charlas profundas o exploraciones sobre el paisaje, ella se acercaba a mí y su mirada pícara insinuaba un interés que iba más allá del mero afecto.

Aquellos encuentros, durante los paseos en alguno de los ríos, se tornaron un espacio de confidencias secretas. Un día, mientras se recostaban sobre la orilla, Valentina se permitió acercarse más, el roce de su brazo contra el mío, me fue provocando una corriente de emociones pecaminosas que nunca había experimentado. En esos momentos tejidos de tensión y deseo, mi corazón palpitaba desbordante, como un tambor que acompaña un baile ancestral; era una sinfonía secreta, un acorde de atracción no verbal. «A veces, los riesgos traen las mayores recompensas», le susurró Valentina, mientras la brisa jugaba con su cabello y sus labios se curvaban en una sonrisa seductora y don Marco tranquilo, como si observara a dos desconocidos en juegos de seducción.

Mas tarde cuando ya el sol descendía en el horizonte, tiñendo el cielo de rosas y naranjas, Valentina decidió ser audaz. “Siempre he creído que la vida se debe vivir intensamente”, me dijo mientras sus ojos se fijaban en mí, cernidos en un tono que desnudaba su deseo. No especulo que estaba embriagado y a la vez asustado por la profundidad de esas palabras, sentí que un paso hacia adelante podría cambiar todo. En ese instante, la línea que separaba la admiración de la atracción se desdibujó, como las sombras que danzan al caer la noche.

Lo que comenzó como una amistad entre una turista, su esposo y yo se transformó en un juego de miradas y sonrisas furtivas. Valentina aprovechaba la ausencia temporal de Marco para acercárseme, tocaba mi mano con la sutileza de una mariposa al posarse sobre una flor; un roce ligero que provocaba que el aire vibrara entre los dos. Mientras nos adentrábamos más en los secretos que ofrecía el campo, los corazones latían al unísono, una melodía irresistible construida por el deseo, la curiosidad y el peligro de lo prohibido.

Como un sol que se oculta en el horizonte, Valentina y yo nos encontrábamos en lugares apartados, donde los árboles se erguían como testigos silenciosos de esta conexión. La cercanía se hacía cada vez más palpable; en cada encuentro, las palabras se tornaban innecesarias, pues el aire se llenaba de una electricidad incalculable. El roce de sus manos ya no era casual, sino anhelante; una promesa no verbal que desnudaba cada vez más mi vulnerabilidad.

Las aguas del río, testigos de secretos, susurraban encantadas sobre esa complicidad, ese momento en el que dos almas condenadas a una distancia decidieron cruzar la línea de lo convencional. En la frescura del agua, Valentina hallaba un refugio donde sus deseos podían fluir, y yo me dejaba llevar por la corriente de esa pasión prohibida, un juego de vida y de placer en el que todo parecía posible. Aunque era un amorío fugaz, algo más ideal que físico, vibraba con la fuerza de la fogosidad de ella y mi juventud, con la pasión que requiere la locura de un instante, como el estallido de una flor que, en su breve existencia, deja una huella indeleble en el corazón y el cuerpo.

Y así, en medio del esplendor de este paisaje colombiano, entre risas y susurros, la esposa italiana halló en mi un refugio inesperado, donde la aventura se entrelazaba con la exploración de sus propias pasiones, tejida con el delicado hilo de los sentimientos, mientras las montañas y los ríos de aquel paisaje campesino, se convertían en cómplices de una historia secreta que florecía entre la luz y la sombra del anhelo.

El Viaje de don Marco

La brisa suave de antes del inicio de la noche acariciaba los senderos del Hotel Solariego mientras los tres compartíamos risas y anécdotas, pero en el aire flotaba un murmullo de secretos no revelados. Fue en aquel momento en que la luz del sol, aun pintaba sombras en el suelo lo que hizo que Marco, con una expresión intrigante, decidiera contarnos sobre un lugar conocido en un pueblo cercano. Un rincón donde las montañas susurran secretos y las aguas termales calientan el cuerpo y el alma, lugar custodiado por mujeres hermosas, quienes, según los rumores, vendían su compañía y ofrecían placer en las más variadas formas.

«Es un lugar lleno de sorpresas», comenzó Marco, su voz resonando como si llevara a sus oyentes a un mundo distante. “Las historias que he escuchado hablan de belleza salvaje, de risas que se entrelazan con el murmullo del agua que fluye, y de noches que se iluminan con el fuego de placeres desconocidos. Es un sitio donde los deseos encuentran su liberación, lejos del juicio del mundo”. Su tono era melódico, y a medida que hablaba, los ojos de Valentina se llenaban de un brillo que revelaba una mezcla de interés y complicidad y yo al lado de ellos, sentí un escalofrío recorrer mi espalda. La idea de un lugar así, de un burbujeante alarde de sensualidad, me intrigaba.

Sin embargo, lo que resonaba más fuerte en mi mente era el entresijo entre Marco y Valentina, su complicidad resplandeciendo como un fuego ardiente. Por un momento, me halle como un solitario espectador en una obra de teatro, absorto en la conversación mientras el aire se tornaba espeso con un deseo inconfesable, lo que decía Marco era la descripción magistralmente poética, de una serie de burdeles, plenos de putas hermosas y ardientes que era como vulgarmente, las gentes de la región referían aquel sitio.

Con reminiscencias de aventura, y quizás un toque de inevitabilidad, Marco me miro, como si de alguna manera ya hubiera visto el desenlace de este relato. “Mateo,” pronunció, en tono serio, pero con un ligero matiz juguetón, “me voy a ese pueblo por un por 2 o 3 días. Cuida de Valentina durante mi ausencia. Estoy seguro de que disfrutarás de su compañía.” Sus palabras estaban impregnadas de una conspiración tácita, de un permiso que iba más allá de la simple confianza.

Cada sílaba resonaba como un eco, un desafío lanzado al aire. ¿me atrevería a aceptar aquella insinuación velada? La mirada de Marco parecía ser un puente que nos conectaba a todos en ese instante. “Quiero que ella se sienta libre de explorar el placer de la vida, y tú, joven, tienes la chispa necesaria para encender ese fuego. Disfruta de lo que ofrezca, incluso si es el eco de un deseo. Recuerda, la vida es breve y necesita ser vivida con intensidad”, añadió Marco, como un bardo de épocas pasadas que diera a su discípulo un mapa hacia la aventura.

La decisión de Marco fue un golpe de timón en el viaje de la vida, una forma de liberar a Valentina de ataduras invisibles, mientras él mismo se aprestaba a adentrarse en una aventura erótica, en un ambiente desconocido, lo cual la convertía para el en algo deliciosamente inquietante. Y así, con su mirada decidida y llena de posibilidades, se dedicó a preparar su carro, un vehículo que podría llevarlo hacia el corazón del abismo de placeres que había soñado. Mientras guardaba en el maletero, alguna ropa y botellas de licores caros, había en sus gestos una liviandad de mente, como si lo que para muchos eran placeres prohibidos, para él era simple y llana cotidianidad

Por mi parte, mientras observaba a don Marco, hacer los preparativos del viaje, mi corazón estaba agitado por la mezcla de emociones y Valentina, siempre astuta, observaba con una chispa de desafío en la mirada, las palabras de su esposo, sobre un volcán de oportunidades en placer para él, abrían en ella una puerta similar, pero en otros brazos y en su misma cama.

La s palabras del italiano ahora sonaban a melodía y promesa, mezcladas con un destello de peligro. “Sé que no tengo tu sangre, y esa manera tan libertina de vivir la vida, pero es verano y el clima me enciende la llama de la pasión “le susurró Valentina cuando Marco, se subía al auto, “bona serte “respondió el, mientras le daba un beso en la frente, cuando el carro se alejo en medio de una nube de polvo, La atmósfera se tornó espesa. Por un instante, el aire quedó detenido en un limbo entre la expectativa y la tentación.

Era la idea de un desliz, de jugar con el fuego lejos de la vigilancia de Marco, se presentó en sus mentes como una sombra danzante. La idea de que su aventura pudiera tener más matices, que las dinámicas de sus interacciones fueran llevadas al límite, llenó el espacio de una ansiedad electrizante.

Dos horas después, mientras el sol se escondía detrás de las montañas, aun flotaba en aquel espacio la despedida de Marco, un abrazo para mí y ese beso inocente en la frente para Valentina, que acrecentaba una atmósfera cargada de anhelos. Mientras su carro se alejaba, un nuevo capítulo se abría ante nosotros; las palabras de Marco resonaban en el aire como un eco persistente, y pude sentir el peso de aquellos deseos escondidos, Así, en la calidez de aquel crepúsculo, cada uno nos sumimos en pensamientos, anhelantes de lo que aguardaba.

El camino hacia el pueblo cercano, que emprendió Marco, se había convertido en un sendero de posibilidades, en un viaje que podría entrelazarnos de maneras que ninguno habíamos anticipado. ¿Qué sucedería en las noches estrelladas por venir, cuando los silencios se llenarán con susurros de promesas, gemidos de pasión y dulces pecados? La complicidad estaba dibujada en el aire como una obra de arte, esperando ser adoptada por los atrevidos, mientras las sombras jugarían un gran rol, en esta aventura más allá de lo imaginado.

Recordé que la tarde del día anterior, cuando el sol se deslizaba por el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados y lilas, mientras Valentina caminaba, como un susurro, entre las herramientas esparcidas en el espacio que estaba siendo renovado. Yo sudaba en la obra, levantando ladrillos y adobes, mis músculos tensos brillando bajo la luz de la tarde, mientras la brisa traía consigo la fragancia de la tierra fresca, mezclada con el aroma de la madera nueva y se escuchaba el eco de las risas que rebotaban en las paredes del hotel.

Apareció Valentina, por la obra, había decidido que la curiosidad la llevaría más cerca de mí. Mientras yo ayudaba distraídamente en la obra, ella observaba mi trabajo; el esfuerzo que ponía en cada movimiento, la dedicación que se notaba en mi labor. Yo era un joven que me movía con una gracia casi felina, a ella le encanta ver mi forma de moverme y la forma en que la camiseta pegada a mi piel, por el sudor, revelaba cada curva de mis músculos, que le provocaban una chispa explosiva de deseo en su interior, un fuego que había permanecido oculto, pero que ahora empezaba a arder con fuerza.

Aquella tarde se acerco decidida y me entrego 2 cervezas, una para el maestro y otra para mí, después sin mediar palabra me acaricio un brazo mientras me estampaba un beso súbito en los labios, sentí una llamarada de calor intenso en todo el cuerpo, pero no por el miedo de que alguien se fijara en esa escena sino por un sentimiento extraño que no era amor puro, sino algo difuso entre al placer y las ansias de poseerla.

La tarde de la partida del italiano, a medida que el día se desvanecía en la serenidad de la noche, un deseo latente nos envolvía. Valentina sintió que los confines de su ser, aquellos que alguna vez habían sido impenetrables, comenzaban a romperse. Decidida a tomar el control de sus impulsos, acercó la idea que la había perseguido desde que Marco había dado su visto bueno. Con una sonrisa picardía, se plantó frente a mí y me susurró al oído: “¿Te gustaría venir a mi habitación cuando caiga la noche? Solo asegúrate de que nadie sepa a dónde vas.”

En ese momento su voz de se convirtió en un canto hipnótico, una melodía de sirena, que seducía hasta el aire que nos rodeaba, sabía que eso debía suceder, pero me sorprendí, me sentí intrigado, parecía que el mundo se desvanecía a mi alrededor. Era un momento que parecía sacado de un sueño; la mujer que había empezado a idealizar me invitaba a culminar la danza prohibida. El sonido de mi corazón resonaba dentro de mi pecho como ese tambor ancestral, que tantas veces escuché de joven, frente a una promesa de posesión de una mujer, mientras, asentí, consciente de que cada segundo que pasaba me acercaba más a lo dulce y desconocido.

Cuando la noche se adueñó del paisaje, asegurándome de ser sutil y discreto, como un ladrón de corazones en medio de la penumbra, me deslice adentro de su habitación, la atmósfera destilaba una sensualidad que parecía impregnada en las paredes. Las cortinas se agitaban suavemente con la brisa, dejando entrar un suave murmullo de la naturaleza, como si el universo entero conspirara a favor de los dos.

Valentina, vestida con un baby doy trasparente que realzaba sus curvas, me recibió con una sonrisa que resplandecía como un faro en la oscuridad. Sus ojos, dos luceros vibrantes, reflejaban un panal de tesoros ocultos y deseos ansiosos. Con un gesto invitador, se acercó a mí y acabo de meterme en la cama, y en un instante, el silencio de la habitación se transformó en un lienzo de promesas, “Esta noche,” pronunció Valentina en un susurro, “quiero explorar lo desconocido contigo, quiero aprender y enseñarte.”

Sus palabras flotaron en el aire, cálidas y pesadas, como un abrigo en medio del calor intenso de un desierto. Yo sentía un gran cosquilleo recorrer mi piel; mientras ella me despojaba de mis ropas, mientras me besaba con gran intensidad lo, su lengua hurgaba con ansias, en mi boca, moviendo tan rápido como las aspas de una licuadora, aquello que empezaba a suceder, era mucho más que un encuentro sexual; era una entrega, un juego de almas, que se entregan de forma total.

En esa cama ella era mi Cleopatra y yo su Marco Antonio, nuestros cuerpos se acercaron Se lentamente, pero con la fuerza irresistible de dos imanes, atrapados en un destello de necesidad. A continuación sus labios se encontraron, recorriendo mi cuerpo, primero con un roce tímido, que pronto se transformó en un torbellino de pasión, sentí muy adentro el pánico de que esa boca me mordiera y me hiciera pedazos, pero no, solo sentí la suavidad de unos labios carnosos que me elevaban al cielo del placer; lamiendo chupando y dando pequeños mordiscos, después ella, con suavidad, tomó mis manos y las deslizo por su cuerpo, desde la garganta hasta su zona púbica, enseñándome con murmullos entrecortados por el placer; los puntos donde sentía placer, una guía para enseñarme la reivindicación de sus placeres latentes, la promesa de un mundo nuevo por descubrir.

Así fue como entre susurros y suspiros, Valentina se convirtió en mi maestra y yo en un alumno aventajado. Aquella noche como las dos que siguieron, me enseño todas las danzas del placer, nuestros cuerpos se movieron en total sintonía, mi piel ardiendo al contacto con el calor de su ser. “Quiero que me conozcas, que entiendas la esencia de lo que deseo”, me decía con voz envolvente, mientras sus manos dibujaban caminos de fuego. Cada caricia era un poema que se desnudaba lentamente, una sinfonía de deseos compartidos, bahías insondables. Ella guío mis dedos, para que exploraran su cuerpo, como tocando las notas adecuadas de ese pino erótico, con la delicadeza requerida, para despertar el fuego que ardía bajo la superficie de su piel, liberando un torrente de sensaciones que se expandían como la luz de un relámpago en la noche.

No puedo extenderme en muchos mas detalles, lo cierto es que los segundos se convirtieron en minutos, y los minutos en horas, ella me enseño casi todos los secretos del placer; como un arte que implica no solo el cuerpo, sino también el alma; en una entrega total, nadie como ella entendía que el deseo de ser complacida y complacer se convertía en poder. En las sombras danzantes, el aire a su alrededor se llenó de la fragancia de su deseo, de la pasión que encendía nuestros cuerpos.

Siguiendo aquella sesión interminable de entrega total penetre hasta lo profundo de su cuerpo y casi durante una eternidad porque ella no dejaba que yo terminara en esos mínimos segundos que son el máximo placer de un varón, sino que me llevaba casi hasta el final y luego cambiaba el ritmo, para volver a iniciar una nueva oleada, mientras casi que chillaba como una gata, gozando orgasmo tras orgasmo, como la insaciable que era, nuestros cuerpos ya estaban totalmente mojados de sudor y de fluidos suyos cuando al fin, cuando yo más lo deseaba dejo que bañara con mi semen la calidez de su vagina, otro poco más estuvimos moviéndonos, hasta que ella calmo esa tormenta de deseo que la embargaba, al caer por fin rendidos cayeron las almohadas y nuestros cuerpos al fin se separaron.

Ahí Fue cuando la habitación se llenó de risas suaves, de susurros cargados de emociones. Valentina se acercó envolviendo mi cuerpo con las piernas, me acercó a ella como llevando un barco a puerto seguro. Era una fusión de calor y ternura, un momento para cobijarme, como un premio de la maestra a su aprendiz, donde cada movimiento se sentía como el roce de alas de mariposa, ella era toda ternura, la calma momentánea de la tormenta, después iniciaría nuevamente otro llamado de los instintos más profundos.

De ese primer encuentro aun puedo recordar, que cada empuje era un eco de susurros compartidos, cada gemido, un latido en el aire. De él puedo concluir; Valentina me condujo a través de un viaje de descubrimientos sexuales, mientras me observaba con sus ojos brillantes, y yo estuve extasiado al ver la forma en que su cuerpo reaccionaba a cada toque en el punto adecuado; un canto de liberación suyo para romper las pocas barreras que aún tenía para convertirse en la amante que siempre quiso ser, por mi parte aprendí a explorar sin restricciones la sensualidad de una compañera, sintiendo la energía vibrar en el aire como un sonata inconfundible.

Cuando estuvimos juntos El tiempo parecía congelarse a nuestro alrededor mientras viajamos por los paisajes del deseo, en una danza interminable. cuerpos, entrelazados, se moviéndose con la gracia de hojas llevadas por el viento, hacia la lujuria extrema. La atracción entre los dos se convirtió en una sinfonía entre lo apasionado y lo sublime, gracias a un rastro ineludible de caricias que se marcaban en la piel como letras en un libro antiguo.

Durante aquella noche, se repitieron más encuentros no puedo asegurar cuantos, en ese mismo lecho, nuestros cuerpos, cada vez, se entrelazaban como raíces profundas de los árboles, en el piso de un vasto bosque, sintonizados con la melodía de este universo que creamos, al final. Valentina se recostaba en mi pecho, con el aliento entrecortado resonando como el canto de un ave nocturna, que rompe el silencio. Al mirarnos comprendíamos que lo nuestra era más que deseo; era una conexión, bien profunda, una emocionante celebración de vida y libertad.

Mientras las estrellas aun brillaban en el cielo nocturno, en la habitación, Valentina supo que había encontrado en Mateo no solo un amante, sino un cómplice. Agradecida por esos momentos robados entre risas y deseos, se prometió que nunca permitiría que las cadenas del miedo o la culpa la atraparan. Y así, en el silencio de la noche, sellaron un pacto que resonaría en sus corazones y recordarían de manera indefinida; aquellos encuentro en el que el amor, el deseo y la amistad danzaban juntos, cobijados por el manto estrellado de noches que nunca olvidarían.

Mientras las noches eran de solaz y de amor, mis horas diurnas transcurrían entre la polvorienta obra del Hotel Solariego, donde el sol desempeñaba su turno como el incansable supervisor de mi labor. Mientras levantaba ladrillos, aseguraba vigas, y me lavaba en sudor, mis pensamientos a menudo se deslizaban hacia Valentina, la esposa del italiano, cuya presencia se había convertido en una fuente inagotable de fascinación y deseo en mi corazón, para hacer agradable mi trabajo trataba de imaginar el torbellino de sensaciones que traería consigo la noche, cuando el reloj marcara la hora del encuentro secreto, para saciar las ansias que en la ausencia nos embargaban en esta trama que habíamos tejido.

Recuerdo que cada noche al cruzar la puerta del cuarto de la esposa italiana sentía que un universo nuevo se abría ante mí. Valentina no solo me deseaba; me invitaba a explorar un mundo donde el placer se convertía en un rito solemne y fascinante. “la segunda noche”, susurró con un tono que acariciaba mis sentidos, “quiero que aprendas otra forma de complacerme”. Mi piel ardía de curiosidad y emoción, como si cada poro de mi cuerpo activara los sentidos que ignoraba tener.

Aquella noche fue más inolvidable que la anterior. Valentina me guio en un despertar sensorial. Sus caricias eran como un río, fluyendo suaves sobre mi piel, enseñándome a lo máximo de tocar y ser tocado. “Una mujer se complace con ternura y atención”, repetía, mientras sus manos dibujaban caminos ardientes sobre mi cuerpo. Cada roce era un poema en el que ella me enseñaba a leer las palabras del deseo que susurraban las curvas de su figura.

En los brazos de Valentina, el tiempo se convertía en un concepto elástico; las horas se estiraban y se encogían, mientras ambos nos entregábamos a la magia del momento. La noche se llenaba de suspiros y de risas, un eco sutil que resonaba en el aire como una sinfonía. “Deja que el placer te guíe”, me dijo, mientras yo me perdí en su mirada, ese profundo abismo en el que cada destello contenía una galaxia de emociones. Como si fuera la primera vez, el aire estaba impregnado de una emoción palpable. Valentina estaba ansiosa por experimentar.

Así fue como aprendí a dar besos muy profundos y dejarme llevar por el ritmo del deseo. Sus labios me hablaban en un idioma que no comprendía del todo, pero que sabía descifrar a través de cada latido acelerado. “La pasión es un arte”, explicaba, enseñándome a pintar la tela del amor con toques creativos, combinando suaves pinceladas a esa piel con ímpetus de gran intensidad, explorando su cuerpo como si fuera el mapa de un tesoro, así fue como conocí y disfrute cada parte se su cuerpo incluso aquellas que la sociedad pacata sostiene, que es tabú tocar.

Lo más formidable era que Cada encuentro, conllevaba a descubrir cosas nuevas, como nuevas formas de rozar los cuerpos, poses dignas de la camastra, para encender nuevas llamas escondidas; noches, que conllevaban nuevas emociones y juegos de seducción, ella enseñando y yo aprendiendo, nuestros cuerpos perfeccionando las mil maneras de gozar y al final unos cuantos besos tiernos y al final sus risas de triunfo, que iluminaban la penumbra de ese templo levantado al placer. por todo lo ocurrido, nuestras armas se tornaron en dos secuencias de notas que se fundían una bella melodía

En medio de esa vorágine de amor, llegó la tercera noche, el ambiente cargaba el peso de la experiencia acumulada. A cada paso, se sentía el susurro dulce de la despedida, desde un comienzo supimos este viaje era un ratico robado a la rutina de nuestras vidas, no podía durar para siempre. La conexión entre nosotros había crecido como un incendio voraz que se alimentaba de nuestras ansias de conocer una forma de sentir placeres nuevos, era una luz que cada fracción de tiempo se hacía más brillante. Por eso Valentina me condujo suavemente hacia un rincón desconocido de la intimidad, donde las máscaras cayeron y nos encontramos en la esencia misma de nuestra vulnerabilidad.

Justo el momento para: “Hacer el amor como un viaje que recorren dos”, que saben que el camino esta a punto de terminar y cada quien Debe caer al abismo de su propia monotonía, cuando ya las primeras luces del amanecer se filtraban por las ventas, ella me susurró, mientras nuestros cuerpos se entrelazaban en un abrazo que trascendía lo físico. Cada fibra de mi ser vibraba al unísono con su corazón, mientras tratábamos de comunicarnos en un lenguaje que iba más allá de las palabras. Las sombras parecían cobrar vida y se resistían a sucumbir ante la luz, como si presagiaran que el adiós implicaba tambien esconder este secreto en lo más recóndito del alma, separados, pero sabiendo que un lazo invisible nos uniría para siempre, como amantes de tragedia griega, condenados a vivir del recuerdo.

De esa manera, terminados los momentos de felicidad, proseguimos en una extraña danza, tan conectados por hilos invisibles, aunque los cuerpos guardaran distancia, no por Marco, que no parecía un marido engañado, sino un cómplice más, así seguimos hilvanando un manto que protegiera nuestro secreto, de otras gentes que nos rodeaban.

De esta historia, de esas horas intensas, aprendí que la felicidad de una mujer florece en el acto de dar y recibir. Su cuerpo se convierte en un jardín, que un buen amante desea cultivar, en el que cada caricia es como un rayo de sol, cada beso, es como una lluvia fresca. Estar con ella es una espiral de placeres en crescendo, tambien descubrí que el acto de complacer una mujer, es una gran satisfacción, la pureza de la alegría es ofrecer lo que ella anhela.

Aún recuerdo la despedida, cuando el alba empezó a despuntar en el horizonte, el resplandor dorado era un recordatorio del tiempo que se desvanecía. Aun me veo acostado junto a ella, entre sábanas arrugadas, mis pensamientos revoloteaban entre la euforia y la tristeza de una despedida inminente. La impronta de esas tres noches impregnando cada rincón de mi ser, dejándome un legado de sensaciones, descubrimientos y dulces memorias.

Muchos años después me veo cerrando los ojos, atrapando en mi mente cada rayo de luz de esas noches, pues durante esos días, no solo había descubrí la pasión; sino que acepté el desafío de entregarme sin reservas, de amar con la energía y el desenfreno de mi cuerpo joven, que, por primera vez, había aprendido a hablar en el idioma del deseo.

Cuando don Marco regreso de su viaje de placer, se percató de lo sucedido, pero según su forma liberal de pensar y vivir, eso es lo que esperaba, está feliz, le gusta, pues el tambien disfruto en cantidades de su estancia en aquel burdel del cual no salió en tres días, allí estuvo rodeado de mujeres que le dieron placer en abundancia, además disfruto’ el sabor de sus tabacos finos y su whisky preferido en abundancia.

El regreso de don Marco fue el retomar los paseos por los sitios de baño de los parajes rurales de mi pueblo, lugares donde la naturaleza parece danzar en cada rincón. Los verdes campos se extienden, como un tapiz bajo un cielo despejado, y el sonido de animales de monte y pájaros lejanos se mezclaba con el murmullo de las hojas. Que el viento mueve, tambien se escuchan en las lejanías sonidos de ríos pequeños que corren, algunos entre barrancos pedregosos, otros rondan por los prados y bosques. Para este paseo, por insinuación de la esposa nos acompañó Gina, una belleza rubia, amiga entrañable de mi juventud, que se ofreció para hacernos compañía, pues le parecía agradable el turista extranjero a quien había observado de lejos.

Así fue que aquella mañana se acordó que la excursión seria a un paraje del rio Grande, allí existe una cascada, de unos tres metros de altura, que aparece majestuosa, semi escondida entre una gran arboleda que bordea las aguas, como su guía oficial les sugerí aquel lugar, eso sí tocaba dejar el carro en una casa a orillas de la carretera y caminar como 2 kilómetros Marco, Valentina y Gina mi trio de desenfadados paseantes desembarcaron del sedán con una energía vibrante, así emprendimos el camino..

La verdad ya compartir estas salidas con Valentina, llevando a cuestas, el secreto que agitaba mi corazón, ver sus ojos brillantes, como sol que iluminaba tantos lugares era una tortura, aunque don Marco lo supiera y aceptara, con la única condición de esconderlo y que quedara entre nosotros, me sentía cansado actuaba como un robot o como un payaso que debe hacer cabriolas y reír, con el alma atormentada, pero debía seguir la farsa y mas con la presencia de mi amiga de infancia, así que seguí la rutina normal y participe del jolgorio, me alivio darme cuenta de que mi amiga y Don Marco se entendieron bien, tanto que Valentina tuvo mas libertad para acosarme, tocándome, y robándome besos furtivos, mientras su esposo se desaparecía entre la maleza, por largos periodos de tiempo con Gina.

Al día siguiente el paseo fue por el Río Nacientes, para llegar allí, se debía pasar por un molino panelero, que estaba trabajando, fue una gran novedad para la pareja de esposos, y ellos fueron una gran novedad para los obreros, que sin descuidar su trabajo, atendieron de buena forma a los visitantes, incluso les obsequiaron panela batida con anís, un dulce manjar que llaman batidillo, a su vez don Marco les ofreció dinero para que se tomaran unas cuantas cervezas cada uno, cosa que agradecieron con grandes muestras de alegría, que denotaban la amabilidad natural de las gentes humildes de mi tierra, además los molineros y el dueño del molino se mostraban sorprendidos ante las buenas maneras y la calidez de los turistas.

Ya era casi mediodía cuando nos despedimos de aquellas buenas gentes y tomamos el camino del rio, Valentina iba adelante y más atrás Don Marco y Gina tomados de la mano de una manera descarada, yo atrás viendo apenas, sin comentar nada, al llegar al rio, después de colocarse los trajes de baño todos fuimos a dejarnos abrazar de las frías aguas, hubo juegos con una pelota plástica, muchas risas mucho movimiento, muchas caídas en la corriente, que don Marco aprovechaba para tocar descaradamente a mi amiga, y ella feliz encantada de recibir esas “atenciones”, después de un buen rato salimos del agua, y don Marco aprovecho para tomar a Gina y adentrarse en una arboledas cerca de la orilla , mire a Valentina y esta hizo un gesto como si el hombre fuera un extraño.

Mientras con Valentina estábamos sentados en sendas piedras podíamos escuchar al principio los gritos de la otra pareja un rato mas tarde solo se escuchaban murmullos apagados entonces ella sugirió con cierta picardía – oye Mateo vamos a verlos – al principio me asuste, pensé que ella lo hacía como una reacción de celos, le dije y porque los dejo ir?, y ella se rio y mientras caminábamos – no hay nada mas excitante que ver a otra pareja haciendo el amor, intrigado le dije – aunque se trate de tu marido? , ella riposto eso lo hace mas excitante, he tenido muchos orgasmos viendo eso, seguimos caminando hasta tener una buena vista, estaban haciendo el amor, se habían despojado de los vestidos de baño.

Así que en ese momento, don Marco estaba de rodillas dándole a Gina un oral digno de la mejor película de porno, mientras ella se retorcía y daba pequeños gritos con la respiración entrecortada, voltee a mirar a Valentina que se había corrido las piezas del bikini y se tocaba con gran energía entre sus piernas, mientras se jalaba los senos de manera magistral, me embeleso lo que veía y unos momentos mas tarde estebábamos haciendo el amor, con el ansia de quien no ha hecho nada en muchos días, así cada quien en lo suyo, aunque Valentina, profería gemidos como de gata de manera ruidosa, por un momento tuve miedo que Don Marco se voltearan a mirar , pero parecieron no escuchar y siguieron en lo suyo, con mucha dedicación.

Después solo fue la escena de unos titanes del placer en reposo, don Marco tuvo la delicadeza de dejar que nos fuéramos primero, después el y Gina se reunieron con nosotros a la orilla del rio, otro baño, una ligera merienda y el camino de regreso, ya oscurecía cuando pasamos de nuevo por el molino, nos obsequiaron con un batidillo para cada uno, el camino en el auto fue silencioso, parece que hablar fuera revelar la historia fascinante de ese día, al llegar al hotel, don Marco invito a cenar en el comedor allí sentados se hablo de ir al otro día a otro sitio mas recóndito, que ya habíamos visitado antes, Gina se retiro a su casa no sin antes comprometerse a ir al paseo del día siguiente.

El día comenzó con una promesa de diversión, algo que no era nuevo, después de una caminata por una pendiente rocosa, nos acercamos al Río, escondido, entre los peñascos abajo había un terreno plano cubierto de vegetación exuberante, la rutina fue como una calaca del día anterior, solo que esta vez nos hicimos con Valentina un poco más alejados, en esa vegetación espesa los sentidos se llenaban de los aromas de la tierra húmeda y las flores silvestres. El murmullo del agua, invitaba a zambullirse de nuevo, en la tarde todos estábamos ansiosos por disfrutar del fresco abrazo del río, después de haber gozado con las mieles del placer, a mí me preocupaba ahora que Gina se encaprichara con don Marco, pero ella, como me confió después solo estaba disfrutando del momento, feliz de tener un padrote sirviéndole como generador de orgasmos.

El paseo del último día fue a un estadero, donde circulaban muchas personas, la fiesta consistió en tomar algo de licor y bailar como poseídos por mas de 4 horas, a la orilla de la piscina, en la cual nos bañamos muy recatadamente; por aquello del buen comportamiento, yo puede concluir que los esposos italianos se defendían muy bien en el arte de la danza en especial música caribeña y de Pastor López, un cantante, bastante pegajosos que gustaba muchos por aquellos días, además era venezolano y a los italianos que residían en aquel país les encantaba bailar su música.

Así fue como llego el día fijado por don Marco para viajar, este adiós me dejo un sabor agridulce, pues con tanta gente alrededor, ni Gina se despidió en forma de su Marco, y yo solo recuerdo que me dieron un beso en la mejilla, la pareja de turistas se levantaron muy temprano, desayunaron junto a mí en el comedor y yo pensando que sería una despedida con Valentina digna de escribir en los libros de historia, me equivoque pero con tantos arreglos y pagar la cuenta, empacar las cosas no hubo tiempo, sin previo aviso, ya el carro estaba encendido y con Don Marco acosando Valentina se subió presurosa después de rozar mi mejilla con unos labios fríos y distantes.

Fernando Barbosa (seudónimo) de Oscar Hernando Urazan Guevara

San José del Guaviare abril 4 de 2025

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