Microensayo: El mito, lo mágico y la desaparición de Remedios la bella en Cien años de soledad.

Microensayo: El mito, lo mágico y la desaparición de Remedios la bella en Cien años de soledad.

Hace pocos días terminé, por primera vez en la vida, de leer Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Al principio me surgió la duda por la novela cuando se anunció la adaptación televisiva por parte de Netflix. Con el tiempo, y gracias a la recomendación de una persona muy querida, decidí saldar la deuda de vida que representa leer esta obra al menos una vez.

Cuál fue mi sorpresa al descubrir, una vez finalizada, por qué siempre aparece en toda lista de libros que hay que leer antes de morir: es un texto con una riqueza lingüística impresionante, lleno de figuras literarias deslumbrantes y con un uso del realismo mágico y del costumbrismo absolutamente conmovedores.

Pero más allá de los recursos estilísticos, lo que más me impactó fue cómo la novela nos lanza al rostro, sin anestesia, temas duros: violencia, explotación, incesto, misoginia, locura. Y, al mismo tiempo, cómo los procesos de asimilación cultural adornan el trauma para hacerlo más digerible.

En varias ocasiones me descubrí leyendo y gritando por dentro: “¡Esto no puede estar pasando!”. Especialmente ante situaciones que atraviesan los personajes femeninos, cuyas historias, a menudo, se presentan mediante recursos poéticos que, en mi lectura, esconden realidades más violentas, más duras, más incómodas de afrontar.

Entre todos los personajes, hubo uno que me marcó profundamente. Uno que, quizás para muchos, pasa casi desapercibido. Su salida de la novela es inocua, repentina, sin provocar ningún revuelo. Nadie parece escandalizarse, excepto Fernanda, molesta por haber perdido sus preciadas sábanas blancas.
Sí, hablo de Remedios la bella. No puedo explicar del todo por qué, pero su historia es la que más me impactó. Antes de seguir, aclaro que esta es una lectura personal, no pretende ser una interpretación definitiva. No soy experto en realismo mágico; de hecho, mi deuda con el género es tan grande como el tiempo que tardé en leer por primera vez esta novela.

Remedios aparece primero de forma casi lateral, retratada como ingenua o boba, ajena a la realidad. Se la ve acompañando a Amaranta en las labores domésticas, usando la máquina de coser. Pasa desapercibida hasta que su belleza física comienza a despertar el deseo y la perturbación de los hombres de Macondo.

¿Pero quién es Remedios la bella?

Remedios es uno de los personajes más enigmáticos y simbólicos de Cien años de soledad. Bisnieta de los fundadores de Macondo, hija de Santa Sofía de la Piedad y Arcadio Buendía, representa una ruptura con el resto del linaje: no carga con culpas, pasiones ni deseos. Su sola presencia, sin embargo, altera todo a su alrededor.

Dotada de una belleza sobrenatural, Remedios desconcierta no solo por su apariencia, sino por su indiferencia hacia el deseo que provoca. No comprende los códigos sociales ni las lógicas del amor o la seducción. Su inocencia —que raya lo inhumano— la convierte en símbolo de pureza absoluta, pero también en blanco constante de deseo y violencia. Los hombres que la rodean pierden la razón, se suicidan, intentan poseerla por la fuerza. Desde el albañil que intenta entrar al baño mientras ella se baña, hasta los obreros que la acosan con la mirada en la bananera: su cuerpo es codiciado, y ella, simplemente, no reacciona.

El punto culminante de su historia es su desaparición, narrada como una ascensión milagrosa al cielo, en cuerpo y alma, mientras tiende sábanas junto a Fernanda. Lo que me sorprendió, más que el acto en sí, fue la naturalidad con que se relata. No hay gritos, no hay búsqueda. Úrsula lanza una exclamación resignada. Fernanda se queja de las sábanas. Nadie más dice nada.

En ese momento, solté un grito ahogado: “a ella la desaparecieron”. Sentí que lo que se estaba narrando no era un milagro, sino un crimen edulcorado por el mito. Mi reacción inmediata fue pensar que a esta mujer —que no encajaba en las normas de Macondo— la habían desaparecido, violado, asesinado. O todo junto. Y que el relato fantástico de su ascensión era una forma de ocultar esa verdad.

Lo pienso porque Remedios es marginada, controlada, perseguida. La familia la oculta. No la dejan salir. La castigan por su forma de ser, por su rebeldía, por no someterse a los mandatos sociales. Cuando desaparece, nadie se escandaliza. Todos aceptan la versión mística. La comunidad —y el lector, si no mira con atención— prefiere el mito al trauma.

Úrsula, la matriarca de la familia, símbolo de la memoria colectiva, tampoco reacciona. Su gesto es de resignación. Y así, Remedios deja de existir. Literal y simbólicamente.

Como decía antes, dentro del universo del realismo mágico eso es aceptado. Pero una lectura crítica, especialmente desde una perspectiva de género, permite ver otra cosa: que la desaparición de Remedios es un mecanismo narrativo para encubrir una violencia que Macondo prefiere no nombrar. En un pueblo donde la muerte, el abuso y la impunidad son cotidianos y se relatan con pasmosa naturalidad, resulta más que sospechoso que una joven tan deseada desaparezca sin duelo, sin cuerpo, sin memoria.

Remedios la bella representa una pureza imposible en un mundo patriarcal. Y como todo lo que no puede ser poseído ni controlado, termina borrado. Su ascensión, poética y luminosa, es también trágica y sospechosa. En ese sentido, su historia es una denuncia: muestra cómo el sistema puede transformar sus crímenes en milagros para no enfrentar su culpa.

Y no es la única. A lo largo de la novela, las mujeres cargan con los pecados familiares en silencio. Incluso Úrsula, aunque sea la voz de la razón, es ignorada, resignada, obligada a sostener la estructura familiar mientras intenta que los suyos no repitan los mismos errores. Su muerte marca el punto de no retorno: la novela, como Macondo, cae en picada hacia el olvido.

El realismo mágico, en este caso, suaviza el trauma. No lo oculta, pero lo transforma. Y esto no es exclusivo de García Márquez. En muchas leyendas latinoamericanas sucede lo mismo: se recurre a lo fantástico para narrar lo inaceptable.

Por ejemplo, el mito de La Llorona, presente en gran parte de América Latina, convierte a una mujer en figura de castigo eterno por ir contra las normas sociales. Se la representa llorando por un hijo muerto o desaparecido, muchas veces arrojado al río. Pero si leemos entre líneas, lo que hay es la historia de una mujer abandonada, posiblemente abusada, empujada a un crimen por desesperación. Ante un trauma tan brutal, la sociedad convierte el suceso en leyenda, adornándolo con moralismo para que no vuelva a suceder… o para poder olvidarlo.

Lo mismo ocurre con figuras como La Cegua, donde mujeres violentadas o rechazadas terminan convertidas en monstruos fantásticos para advertir a los hombres… pero nunca para proteger a las mujeres.

En ese sentido, la historia de Remedios es paralela: su único “pecado” fue querer ser libre, ajena a la lógica patriarcal de Macondo. En una tierra donde la violencia, el incesto y la prostitución son parte de la normalidad, su existencia era incompatible. Su desaparición mística fue la única forma que su familia —y el pueblo entero— encontró para sobrevivir a esa culpa.

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