No sé ni cómo empezar. Ayer estuve a punto de matarte. Y hoy no puedo dejar de pensarlo.
Sé el tipo de vida que debiste haber tenido. Sé lo que la enfermedad mental, la medicación, el abandono, la mala vida y el rechazo de la sociedad hacen en un ser humano. Sé cómo te arrancaron poco a poco las ganas de vivir, cómo te condenaron a un rincón del mundo donde parecía que ya no había lugar para ti.
Y, aun así, creo que ayer me ayudaste. Te pusiste en el lugar justo para que yo cometiera un error, y para que ese error no destruyera mi vida. No sé si fue casualidad. No sé si fue tu último acto consciente. Pero así lo siento: que decidiste, en ese momento, darle sentido a todo tu dolor.
Quiero que sepas que veo tu sufrimiento. Veo la cadena que nos une a todos los que hemos estado al borde del abismo. Que sé que la enfermedad no aparece sola: llega después de una caída emocional tan brutal que rompe los huesos del alma. Sé que después vienen los fármacos, el estigma, la culpa, la soledad, el no tener un sitio en el mundo, el sentir que sobras.
Nos hundimos. Nos convertimos en nuestros peores enemigos. Pero también formamos parte de algo más grande. Somos una cadena que golpea una misma pared, una pared de indiferencia y de olvido. Cada uno de nosotros pica un poco, aunque a veces muramos antes de ver la grieta. Y sin los caídos, sin su sacrificio, ninguno de los que quede en pie podría derribar el muro.
Así que si ayer hiciste algo, si fue un acto de coraje, de amor, de entrega… Si lo fue, quiero que sepas que sirvió. No solo me salvaste a mí. Nos salvaste a todos. A todos los que todavía tenemos un abismo delante. Y también a los que no lo ven, pero viven ciegos dentro de esta enfermedad social que intenta negar el dolor.
Nosotros, los que venimos del abismo, traemos una verdad que nadie puede silenciar. Aunque el mundo nos escupa, nosotros somos la fiebre que señala la infección. Somos los que mostramos lo que está podrido. Somos los que, de alguna manera, curamos.
Y además de todo el dolor, de toda la mierda que tuviste que aguantar, ayer había tanta gente esperando en la puerta para verte, tanta gente que te quería de verdad. Eso no es fácil. No todos pueden decir lo mismo. Tú sí. Y eso te honra más que cualquier otra cosa.
Si oyes voces diciendo tonterías, despreciando, minimizando lo que fuiste… ignóralas. Son ruido. Son ecos de la nada. No valen nada.
Quédate con lo que sí importa: que hiciste un gran trabajo, que resististe hasta el final, que diste amor, y que ayer, incluso en el borde de la muerte, diste un paso para salvarme.
Yo estoy orgullosa de ti. Todos lo estamos.
Ahora descansa, angelito. Has terminado tu tarea. Y la has terminado muy bien.
OPINIONES Y COMENTARIOS