Cuando se tuercen las paredes

Cuando se tuercen las paredes

Nicolas Cottone

22/04/2025

Un zumbido… a lo lejos un zumbido que calma, que relaja. A lo lejos… No. No está lejos, está muy cerca.

Un chico recostado en su silla, con los pies sobre el desordenado escritorio despierta de una pequeña siesta. Todavía está un poco desorientado, le suele pasar cuando cabecea en el trabajo.

Bosteza, se estira y apaga la vieja radio. Solo la prende cuando está solo, no anda, lo único que hace es emitir un zumbido. A todos en la oficina les molesta; pero a él le parece relajante, solo puede prenderla cuando no hay nadie.

Claro. «Él»

Él se llama Fabio, joven, algo bobo, pero se esfuerza más que la mayoría, por algo lleva seis meses en la empresa. Para la estadística del lugar, Fabio es prácticamente un veterano.

Mira la computadora en busca de la hora. Está apagada. Busca el celular sobre la mesa, aún sigue medio dormido, debe ser por eso que tira los auriculares al piso.

«Otra vez», piensa. Claramente no debería dejarlos tan al borde de la mesa.

Los auriculares de vincha con micrófono. Que incómodos son, tras una hora ya le duelen las orejas, y antes que tenerlos alrededor del cuello prefiere ponerse una soga. Sería más cómoda.

El celular no está. «Que raro» Por reflejo intenta buscar en los bolsillos de su pantalón, pero no tiene bolsillos. Al tocarse se da cuenta, sí los tiene, y su teléfono está ahí. «Raro». Está muy seguro que este jean no tenía bolsillos. Por eso lo odia, por eso y porque le erro en el talle, está bastante apretado. «Pero zafa». Es cierto, podría ser peor.

Intenta prender el celular. No responde. Se pone nervioso, ya está más despabilado, pero por desgracia el aparato sigue sin obedecer.

A su alrededor, tres paredes, cuyo tamaño es más o menos un metro veinte de altura, delimitan su cubículo: una delante, tapando gran parte del iluminado pasillo que recorre la oficina hasta el ascensor, y dos en cada costado, bloqueando su visión periférica. Lo que quiere decir, que lo único que ve Fabio, es su escritorio y una pequeña porción de lo que hay frente a él. Y también el techo, pero ¿Quién mira el techo?

Por fin, el celular prende. La pantalla parpadea. Mucho. Quizás demasiado. «Algo no está bien acá» piensa cada vez más nervioso.

Claro que algo no está bien. No se dio cuenta aún, pero tanto él como la silla están siendo sujetados por algún tipo de fuerza superior. Para cuando lo note, ya sera tarde.

Entre el constante parpadeo multicolor del dispositivo logra divisar la hora: 03:33. Está bastante seguro que ese número no es un buen augurio.

«Me tengo que ir».

Tarde, ahora se dio cuenta. Por más fuerza que haga, ni sus piernas ni su cadera piensan cooperar. Para este punto su cara era algo bastante parecido a un trapo húmedo. Sigue apretando para levantarse, sus brazos todavía se mueven y los usa para golpear sus piernas.

Lentamente, las luces a su alrededor se atenúan, abandonan la poca electricidad que les queda y progresivamente el pasillo se inunda en penumbras dejándole nada más que una lámpara funcionando a duras penas sobre su cabeza. Luego, un crujido… de los que uno pretende no escuchar a altas horas de la noche. Definitivamente hay problemas. Sudor frío recorre su frente, se lo limpiaria pero no hace tiempo. Baja la mirada, pues su instinto le alerta de algo fuera de lugar… ¿humo? No, eso es niebla, y parece venir frente a él, desde la puerta del ascensor, una cosa más para preocuparse.

Su cerebro está llegando al límite, por más que piense no hay forma de comprender esto. En cambio, el corazón, más acostumbrado a actuar que a pensar, comienza a bombear sangre al máximo de la capacidad y solicita tanta adrenalina como se pueda conseguir. Su cara se vuelve completamente roja por el esfuerzo, sus dientes rechinan con fuerza. No deja de intentar levantarse.

Pero es inútil, ya llegó.

Un zumbido… su corazón para, el calor abandona el barco y ahora un frío abrazador lo consume. Definitivamente no fue él quien prendió la radio.

«MIERDA, MIERDA, MIERDA» Piensa, o grita. Puede que ambas. 

La oscuridad que se formó a su alrededor se ve interrumpida por la luz del ascensor, y el ruido de las puertas abriéndose resuenan como un trueno en el silencio de la noche.

Se pueden oír sus pasos, algo acaba de llegar. Son firmes y suenan demasiado fuerte, como si cargara un gran peso, aunque es verdad que en el silencio de la noche hasta los susurros pueden hacerse pasar por gritos.

Desesperación, miedo. El pánico acaba de tomarlo prisionero, el ritmo al que se acerca es muy frenetico, y se encamina directo hacia él. Lo está buscando.

“No, no, no. Tengo que hacer algo”. Los pasos continúan, se está acercando.

El zumbido se intensifica. Es desgarrador, le perfora los oidos, conmociona su cuerpo hasta el punto de quebrar sus tímpanos, sangre recorre su oreja y el avasallante dolor nubla sus pensamientos. 

Comienza a mirar en todas direcciones. Está buscando algo, tiene que haber algo que lo ayude.

En la pared frente a él (quizás fue la adrenalina o quizás solo suerte) observa una nota pegada. Esta parpadeando, de rojo a verde y de verde a rojo, está claro que el papel no puede ser hacer eso.

“Un sueño”. Al fin lo entendió.

“Esto tiene que ser un sueño”.

La palabra exacta sería «pesadilla», pero sí. Todo esto no es más que su agitado subconsciente jugándole una broma sádica… ¿Verdad?

Hay esperanza, no está en peligro. No realmente.

Justo antes de que pueda largar un pequeño suspiro, una presencia emerge del cubículo, una montaña de tinieblas se alza ante sus ojos clavando su mirada en forma penitente. La poca luz deja entrever una figura apenas humanoide, de contornos irregulares y sus ojos… Rojos como la sangre es lo único que resalta de la onírica figura. Y la poca luz que antes protegia al joven parece ser devorada por este agujero negro del horror que tiene ante el.

El instinto aparece, percibe que el instante que lo pierda de vista todo habrá acabado.

La sombra no se mueve. Fabio tampoco. La mente está en blanco. Su temperatura se rompe, está helado y ardiendo a la vez. Las lágrimas se le derraman involuntariamente mientras la mirada carmesí se clava en su rostro devorando su alma.

Alrededor todo comienza a deformarse. El suelo se mueve como un río color negro y las paredes se resquebrajan creando siniestras siluetas que amenazan con saltar hacia este plano.

Tras lo que se sintieron como milenios en el infierno la criatura comienza a desplazarse hacia Fabio, rodeando las paredes, nunca, jamás, deja de mirarlo. No lo ve, pero siente que bajo esos ojos se oculta una monstruosa sonrisa demoníaca. Ya no hay tiempo, está en peligro. El zumbido se agudiza, tanto es el dolor que su nariz comienza a sangrar y su cerebro se aprieta contra su cráneo a punto de estallar. Debe ignorarlo.

Junta fuerza, mucha fuerza. Toda la que tenga solo para despegar sus ojos de la figura, las uñas de sus manos le perforan la piel, sus aullidos de desesperación le destrozan la garganta y aprieta sus dientes, resquebrajando su mandíbula hasta que; como arrancando un clavo del ojo, logra despegarse de la penetrante mirada.

No deja que pase ni un solo segundo. Está claro lo que debe hacer. Toma una lapicera, y con sus dos manos se la clava directo en su pierna, con presión suficiente como para llegar hasta el hueso.

Un zumbido…

Despierta. Puede sentir como un grito ahogado se escurre por su garganta. Está cubierto de sudor. Las luces están prendidas, nada se mueve y más importante, ninguna sombra demoníaca amenaza su vida.

Apaga la radio de un golpe.

Perturbado, mira para todos lados, todavía es de día y aún quedan algunas personas en el edificio. Parece que se quedó dormido, por suerte nadie se percató. Observa, el celular está sobre la mesa. 19:22. Su turno terminó hace más de una hora. Ayer se quedó hasta tarde para hacer horas extras. Ayer y los días anteriores. 

“Tengo que dormir”

No me digas genio.

Junta sus cosas y se levanta. No sin mareos y con dolor de cabeza. Aún puede sentirlo, es leve, pero siente el pinchazo en la pierna izquierda. Camina por el pasillo del terror hasta el ascensor. Su cabeza da vueltas. Aprieta el bolso a su pecho y camina con temor sin despegar sus ojos del ascensor. Hay una persona esperando a que llegue. Eso lo tranquiliza un poco. Solo un poco. El terror persiste. Tiene la horrible sensación de que algo pasara en cuanto esas puertas se abran. Esos ojos van a volver. Lo están buscando. Esto no terminó.

Eso es lo que piensa, pero el ascensor llega, las puertas se abren y el único terror a la vista es el de un montón de desgraciados mal dormidos como el, que vuelven a sus casas listos para retornar a la oficina al dia siguiente, y al siguiente…

Parece que ya está. Digamos que el infierno terminó.

Sale del edificio. Se sube al colectivo, se sube a otro, sube a un tren y llega por fin a casa. 21:56 Marca su teléfono. Casi hora de dormir. Mañana le espera otro bello día, creo que por hoy, dejará las luces prendidas.

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