Hace unos días, morí.

Un tiro limpio, certero, directo a la cabeza.

Sé que creerás que ya estoy loco, pero no, sé que me entenderás. Sabes que nunca he sido bueno para mentir. Fanfarroneo, sí; exagero si hay una hembrita cerca. Pero mentir… no. Nunca.

Antes de que me volaran la tapa de los sesos, me visitó el mejor recuerdo de mi memoria: mi debut con los tombos.

Las palabras de uno de esos bastardos hacia mi viejita. “¿Qué mierda de madre cría a un monstruo como este?” ¿Quién carajos se creía esa mierda? Hasta ese momento, cargaba con mis decisiones con dignidad. Ahí fue cuando entendí mi tamaño real: lo que vale un choro en la comisaría.

Aun así, mandé toda esa sensación muy lejos de mí, supongo que en aquel entonces me sentía intocable. Además, logré vengarme de ese bastardo para que entendiera lo sagrado de la madre, pero ahora no puedo hacer eso. Resulta que morirse es el mejor curso intensivo de humildad. Gratis y sin certificado.

Por eso te escribo. Para dejar constancia de algo: yo me gané mi infierno, yo solo. No fue por mis padres. No fue por la escuela, ni por el barrio, ni por la vida dura.

La cagada que soy me pertenece. No fue herencia; fue elección.

Tú conoces a mis viejos. Mi viejita, una mujer buena. Me quiso más de lo que yo merecía. Era severa, lo necesario, ni más ni menos. Aún recuerdo cuando de niño incendié mi cama —al parecer de chibolo tenía tendencias piromaníacas—, me persiguió por toda la calle con una correa, aquella fue la única vez que le escuché insultar tanto y no pude evitar reírme. Lo recuerdo y me sigo riendo, yo corriendo, carcajeándome y llorando al mismo tiempo.

Santo remedio. Nunca más volví a prender fuego… al menos no dentro de casa.

Mi viejo, por otra parte, era un hombre vivaz, siempre feliz, siempre pendiente de su equipo en la radio, cada vez jugaban, ganasen o perdiese, preparaba una parrillada invitando a todos los vecinos a escuchar el partido. Nunca me levantó la mano. Su forma de castigo era que yo recitara las tablas o las capitales. Nunca me dio razones para tenerle miedo.

Tampoco pueden culpar mi contexto. En el colegio nos enseñaron que lo primero eran los valores, padre y madre.

Sé que sonara tonto decirlo, pero incluso ahora extraño las misas de los miércoles. Hay veces que lo recuerdo como la mejor época de mi vida. Todos terminaron siendo buena gente. Todos menos yo. El lobo con sotana.

Pero este lobo aún tiene su fe, extraña en toda forma, pero fe.

Aún sigo rezando cada miércoles. Cuando paso cerca de una iglesia, aún me persigno. Me aferro a mi imagen de María Auxiliadora, regalo de mi madre, y sigo caminando.

Hay momentos, no lo puedo negar, cuando mi mente queda en blanco o cuando el alcohol logra arrebatarme de esta realidad, donde me pregunto si las personas a las que herí también rezaban. Si tenían religión o no.

Me pregunto en qué pensaban antes de que las balas o los puñales los alcanzaran. Yo sigo aquí. Ellos, bueno… ya no están para discutirlo.

Recuerdo una vez, me encontraba en una cantina, un agujero inmundo. El lugar apestaba a ron, tanto, que cualquier cabrón que jamás haya probado alcohol en su vida solo con el aroma se pondría hasta las huevas.

Uno de mis colegas contó un chiste, no lo recuerdo del todo, pero este terminaba con un: «yo recé con más fervor», y todo mundo comenzaba a reírse, yo incluido, aunque estoy seguro que lo hacía solo por no quedar como un gil y no porque me diera gracia.

Pero cuando el alcohol lograba apagar todo el ambiente a mi alrededor me hacía sacar mi filosofía. Pensaba, tal vez Dios tiene un sentido del humor como el mío. Tal vez él piensa: «este huevón madrugó antes que los otros». Y ya sabes: a quien madruga…

Eso sí me hace reír.

Pero bueno, dejemos tanta cháchara. Alguien como tú debe estar preguntándose qué carajo significa eso de que morí y volví. Y si soy sincero, no tengo ni puta idea tampoco.

No sé cómo, pero intuyo el cuándo. Creo que adquirí esta inmortalidad cuando le robé un bastón a un anciano.

Sí, sé que suena ridículo, ¿no? Como sacado del culo.

Ocurrió en la carrera central, bajando de Ticlio.

El viejo caminaba solo, apoyado en un bastón que parecía hecho para un rey. Oro, piedras, todo muy bonito. ¿Qué clase de huevón camina solo con un bastón como ese? Era como si estuviera suplicando que se lo quitaran.

No lo pensé mucho. Un golpe bastó. El anciano rodó cerro abajo.

Tomé el bastón y, justo como lo había pensado, el oro y las piedras incrustadas eran reales, no chucherías de esas que venden en Gamarra. Me lo llevé, rompí la madera, y guardé lo valioso en mi casaca. Uno nunca sabe si se cruza con alguien más vivo que uno.

Mientras me iba alejando no puedo negar que estaba más feliz que puta en día de pago.

Sé que alguien como tú dirá que soy una mierda, una basura, ya te imagino despotricando y queriendo botar esta carta, pero sé que continuaras leyendo. También se que tienes razón, pero debes admitir que en estos tiempos cualquier oportunidad vale oro y bueno, la mía literalmente lo hacía.

Seguí caminando, imaginando y fantaseando, hasta que, por fin, después de varios intentos, un bus se paró. Estaba tan repleto de gente que yo estaba colgando de la puerta como banderola en mitin aprista, con medio cuerpo afuera bailando cada curva.

Poco a poco el bus se fue vaciando. Los cachacos nos detuvieron más de una vez. Se llevaron a dos o tres, no recuerdo realmente.

Pero la ironía de todo esto es que, cuando estábamos a una hora de la capital, en una zona supuestamente segura, los hijos de perra de los terrucos nos detuvieron.

Al inicio todos creíamos que eran cachacos, pero rápido nos dimos cuenta que no, ya que no hay ningún cachaco que hable tantas maravillas del presidente Gonzalo, como si ese bastardo gordo fuese el puto Mesías o algo así.

Nos obligaron a todos a bajar del bus a punta de fusil. Nos despojaron de todo, se llevaron el bastón, mierda, mi bastón, me sentí desnudo y tonto, recordé lo que me dijo mi viejita, «lo que rápido viene, rápido se va», y ahí estaba yo, con las manos vacías otra vez.

Nos llevaron a las orillas del Río Chosica.

Se llevaron a rastras a casi todos los niños, salvo uno: la madre no lo soltaba así que lo mataron ahí mismo. «Ahí está tu hijo», le dijeron.

Aquello provocó que todas las madres comenzaran a llorar, tan fuerte fueron los gritos que ellas fueron las primeras en morir. Luego seguimos el resto, uno por uno. Como lista de asistencia en el colegio. A mí me tocó al final.

Como te comenté al inicio de esta carta, el recuerdo del tombo llegó a mi mente, mientras observaba a las personas ser tragadas por el río. Aquel recuerdo salió y nuevamente me sentí pequeño, pero esta vez tenía las bolas para hablar.

Cuando vi caer al que estaba a mi lado, grité lo que debí gritarle a ese tombo de mierda:

«¡Hijos de puta, esta no es culpa de mis…!»

Y ahí se apagó todo. Los muy conchasumadres no me permitieron ni terminar la frase.

Morirse fue una cagada. Nada de fuego, tridentes ni demonios bailando marinera. Solo un salón blanco, eterno, silencioso, como sala de espera del SIS. Me aburrí tanto que casi le pido al ángel de turno que me devuelva a los terrucos.

Siendo sincero, creí que una persona como yo vería fuego, tridentes y algunos cachudos que me estarían recibiendo con una sonrisa de oreja a oreja.

Como decía el hermano en el colegio: «los pecados tienen que pagarse».

Pero en vez de ello observé lo que podrían decirse eran ángeles. No vi a San Pedro ni ninguna puerta dorada abriéndose a mi llegada, solo una eternidad blanca, sin emoción, completamente aburrida.

Pero, ¿quién lo creería? Al parecer tener fe es más importante de lo que pensaba; incluso más valioso que las buenas acciones. Es por ello que ni bien pude, compré otra imagen de María Auxiliadora, y tú también deberías. Ahora la tengo en mi pecho siempre presente, siempre conmigo.

Para cuando desperté seguía siendo arrastrado por el río. Creo que me ahogué un par de veces hasta que por fin terminé anclado a la orilla, salvado por la basura que había formado un islote.

Salvado por una de las pocas cosas que me llegan al pincho de esta ciudad: gente asquerosa que no sabe botar su basura a los tachos. Supongo que debo agradecer. Gracias, cochinos de mierda, me salvaron la vida.

Unos chibolos me arrastraron fuera del río, aunque los pequeños rateros también me sacaron mis botines y mi casaca. Los muy bastardos ni se dieron el tiempo de comprobar si estaba vivo o muerto. Pero bueno, yo hubiese hecho lo mismo, además, ¿qué podía hacer? En ese momento estaba hasta la mierda, sin fuerzas, más muerto que vivo.

Para cuando logré ponerme recto, porque parecía un borracho por cómo me movía, toqué mi cráneo esperando encontrar un agujero. Nada. Ni hueco ni sangre. Estaba intacto, como nuevo.

Luego revisé mi cuerpo. Ya había visto varios muertos siendo sacados de ríos; todos, aparte de la hinchazón, tienen moretones por las piedras que los golpean. Yo estaba completamente ileso, como si nada hubiera pasado.

Se supone que uno debería llorar, rezar, o al menos mear del susto ante tal situación. Yo solo pensé: “Bueno, ya tocaba un milagro Dios”. Y no sé por qué, cada vez que lo pienso lo único que puedo hacer es recordarme de la resurrección de Jesús. Él no estaba asustado ni impresionado. Tranquilo el hombre, así que yo decidí estar igual.

Entiendo que todo esto parezca la alucinación de un alcohólico o los delirios de un loco, pero es cierto. No estoy borracho, ni drogado, ni loco.

Además, ¿para qué gastaría tiempo en escribir una mentira, con lo caro que está el papel?

Ahora, ¿por qué pienso que todo inició con el anciano y no antes? Eso es porque en la palma de mi mano puedo verlo: un pequeño pedazo de oro de ese bastón, incrustado en mi carne igual que una espina de tuna.

Sé que sonará estúpido, pero mientras esa cosa estaba dentro me fue casi imposible retirarlo. Me curaba a cada rato, pero cuando por fin lo pude sacar, la sangre empezó a correr como caño abierto y empecé a sentir el dolor de mi cabeza y todos los golpes que las rocas del río debieron provocarme.

Tal fue mi susto que devolví esa astilla de oro al interior de mi carne de inmediato, incluso creo que lo metí más adentro de lo que debía, y listo, el dolor desapareció y la sangre dejó de correr.

Ha pasado una semana desde aquello y he sacado provecho de esta bendición. Hace dos días les robé a unos idiotas. Para cuando me atraparon ya había ocultado todas las joyas y el dinero. Intentaron sacarme la ubicación, pero no sentía nada.

Parece que ahora tengo el truco de disolver el dolor. Ni Fujimori lo hace mejor que yo.

Como vieron que lo único que lograban era sacarme carcajadas, supongo que se hartaron y me dieron un tiro en la cabeza. Como lo había pensado, los tiros en la cabeza demoran en curarse, igual que con los terrucos.

Aun así, debo fugarme de la ciudad por un tiempo. Si aparezco por las calles me matarán. Esos huevones no son tan huevones: si me atrapan tal vez me descuarticen o me quemen, y no sé si puedo sobrevivir a eso. Así que lo mejor será desaparecer por un tiempo, mandarme a mudar.

Bueno, ahora ya no me queda nada más que decirte.

Sé que tú harás lo correcto, siempre fuiste el scout del grupo.

Si por alguna razón algo me pasa, aunque no creo, y esta seudo inmortalidad deja de funcionar, quiero que mis viejos sepan que soy el único culpable de mis acciones, que sin importar qué mierda se escuche de mí, ellos no hicieron nada mal.

Si alguien te pregunta dónde estoy, coméntales el contenido de la carta y diles que fui a pactar con el diablo para sacarle beneficio a esta inmortalidad. De todos modos, nadie lo va a creer, pensarán que es otra de mis huevadas.

Pero si mi viejita o mi viejito preguntan, diles que viajé al extranjero, que les seguiré enviando dinero como todos los meses, sin falta, que de ello no se preocupen, su hijo está bien. 

Bueno, solo queda despedirme y decirte gracias. Cuídate, y bendiciones para la familia.

• Tombos: Término informal y muchas veces despectivo para referirse a los policías.
• Choro: Ladrón, delincuente común.
• Gil: Persona ingenua, tonta, o que queda en ridículo.
• Gamarra: Conocida zona comercial en Lima famosa por su venta masiva de ropa y productos, muchas veces de imitación.
• Cachacos: En jerga peruana, militares o policías del Ejército.
• Terrucos: Término despectivo para referirse a terroristas, especialmente de Sendero Luminoso o el MRTA.
• Presidente Gonzalo: Alias de Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso. En zonas controladas por la guerrilla, se le rendía culto casi religioso.
• SIS: Sistema Integral de Salud, el seguro de salud pública del Estado peruano. Suele asociarse con largas colas, espera y servicios precarios.
• Marinera: Baile tradicional peruano, elegante y característico, con pañuelos y pasos vistosos.
• Chibolos: Niños o adolescentes, en lenguaje coloquial.

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