I. Des-encuentro
En mis años inocentes y tempranos, me encontré atrapado en una experiencia que, con mayor prudencia, jamás habría experimentado. En los lugares que llamé refugio, descubrí una sombra que debió ser desvelada mucho más tarde.
Y se alzó ante mí una entidad: un coloso mecánico con alas, cuya presencia irradiaba una mezcla de luz y oscuridad, tan intensa que helaba la sangre al aproximarse. Con la inexpresividad de aquellos que cumplen con su deber, aunque preferirían no hacerlo.
En su mano empuñaba una espada, cuyo filo parecía capaz de rasgar incluso los agujeros negros del cosmos. Me susurró.
—No te inquietes, pero tampoco te confíes. Soy guardián defensor, pero también puedo ser condena.
Puso su mano sobre mi hombro, con una venda cubrió mis ojos y suspiró. Experimentado, pero eternamente impresionado. Siempre deseándose innecesario.
—No me agradezcas cuando haya concluido, pues podría haberte sentenciado —me dijo.
Y me fragmentó con su sable, traspasando mi alma con su hoja y partiéndola en mitades.
II. El viaje
Sentí el dolor desgarrante del viaje a través de la sombra, mezclado con el ardor de aquel corte. Luego, ya no sentí nada. Me hallé en una vasta pradera. El mecanismo tomó mi mano y me paseó por ella, mientras mi cuerpo sentía golpes, tanto físicos como emocionales, cuyo origen no podía discernir.
—No te enfoques en eso ahora —me dijo.
Y me mostró poderes. Con solo pensar en algo, podía materializarlo en la meseta: lo que quisiera, cosas cada vez más lindas. Podía viajar a otros mundos, transformarme en bestias, héroes, villanos, girasoles, duendes, astronautas, soldados, planetas, medusas y caricaturas.
Podía formar familias, hablar con sordos, reunir amigos, reencontrarme con conocidos y hacer que las personas fuesen más amables, cuidadosas y sensibles, aunque de vez en cuando sintiera de nuevo los golpes invisibles.
III. La división
Desperté en los años más corrompidos y añejos, con moretones.
Aquella vez que mi alma fue dividida, una mitad se quedó aquí mientras la otra viajaba. A veces retornaba, por instantes, unos más largos que otros, pero siempre volvía a la pradera donde todo era posible, llevadero, tranquilo y hermoso. Allí no tenía que mirar lo que me causaba aquellos golpes.
La entidad nunca más apareció, pero sus ojos y su voz estaban en cada creación de mi imaginación. Comenzó a decirme que mi cuerpo físico no estaba bien, que me había separado por mucho tiempo, que estaba desconectado. Las personas en mi entorno real me señalaban que a veces mi mirada se perdía, y yo me reía, porque sabía a dónde iba y prefería ese lugar.
—Pero la verdadera vida no ocurre allí, y no puedes ir allí si te dejas morir aquí —me decían.
Y el terror de que tuviesen razón me petrificaba.
IV. Dilema y regreso
Pensaba y pensaba, y sentía que me iba de nuevo, y me empujaba con furia de regreso al suelo, y me reprochaba, gritando, ahogándome con las lágrimas, hasta que se detenía.
Y luego no sentía nada.
Y aquellos que me estimaban me extrañaban.
Y el ciclo se repetía, pero yo permanecía en el mismo lugar.
¿Quién era yo realmente?
¿Qué hice y dónde estuve mientras existía en la pradera?
¿En qué me convertí mientras podía ser lo que quisiera, en mi mente?
¿Qué hago ahora para no irme?
¿Y si me voy, cómo regreso?
¿Por qué aquel gigante apareció con sus alas?
Era condena y también salvación.
¿De qué me salvó?
¿Puedo recordarlo?
Creo que empiezo a recordarlo.
Empiezo a unirme con mi otro yo.
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