Una Aventura Mecánica
Después de todo lo que habíamos pasado para lograr obtener cada una de las reliquias, y con la ayuda del Teletransportal, logramos viajar a un lugar distinto. Junto a mi amigo Hollar, Brannfulg y Meckler Elian, habíamos llegado a un lugar extraño. Primero pensé que este sitio era una pequeña calle en la ciudad de Inglaterra, pero al observar mejor, me di cuenta de que era bastante peculiar, especialmente los edificios, que parecían estar hechos de chatarra, al igual que el pavimento en el que me costaba caminar sin sentir dolor.
Vimos que cada uno de los puestos tenía una tecnología algo extraña. En esa calle, la gente usaba ropa algo anticuada y extravagante, mientras que las aceras eran de metal duro, al igual que el suelo. Al mirar los anuncios, todos nos dimos cuenta de que había a la venta un artículo llamado *Balliron*, y, al observar mejor, Hollar comentó algo interesante.
—Lisous, creo que ese objeto no se ha comercializado, ¿Cierto? —preguntó Hollar.
—No lo sé bien, pero debemos llevar urgentemente a Meckler a un lugar seguro, es nuestra prioridad protegerlo —respondí.
—En efecto, creo que estoy muy herido —dijo Meckler describiendo un fuerte dolor—. ¿No me estoy muriendo, cierto?
—No lo creo, no seas un exageradito —añadí—. Además, ni sabemos en qué lugar estamos.
—Confirmo, necesitamos preguntar dónde estamos, esto no parece ser alguna calle de Londres —se quejó Hollar, al tiempo que Brannfulg se posaba en su cabeza.
—Tienes razón, pero ¿tienes idea de dónde estará Osriel? —añadí, confundido.
—No lo sé, creo que fue teletransportado a un lugar distinto, aunque no tiene sentido eso —pensó Hollar.
Después de eso, volteamos y observamos que algunas casas estaban hechas de metales, algo oxidados. Notamos extrañas islas flotantes. En lugar de plásticos, había botes de basura hechos de chatarra desconocida. De repente, hubo un silencio peculiar, parecía como si el sonido hubiese desaparecido completamente.
—¿Qué pasa? —pregunté, confundido—. ¿Por qué este silencio tan repentino?
—No lo sé, tal vez sea un ruido ambiental —explicó Hollar.
—Más bien, creo que este silencio no es ambiental —añadió Meckler.
(Puertas cerrándose)
—Oh, oh, esto no suena bien…
Poco a poco, las puertas comenzaron a cerrarse. Después, escuchamos un estruendo proveniente de una caja metálica a lo lejos. Miramos y notamos que empezaban a salir unas bolitas de metal curiosas. Al acercarnos un poco, vimos que las bolas de metal tomaban forma, y para rematar, ¡Eran una tipo de alacranes metálicos combinados con chatarra!
—Creo que solo hay una cosa que hacer —añadí.
—¿Cuál? —preguntó Hollar—. Porque si piensas en lo que yo estoy pensando…
—En efecto, Hollar: ¡música de persecución! —respondí con sarcasmo —Pero será mejor correr, o ocultarnos…
Una enorme caja metálica cayó del cielo repentinamente. El objeto, un cubo negro con círculos en su centro, comenzó a activarse. Nosotros, confundidos, observamos cómo sonaba una tonada desde el cubo negro, mientras los círculos se achicaban y agrandaban. No tuvimos más opción que correr al ritmo de esa música extraña, mientras los robots nos perseguían.
—¡Hollar, esto no era parte del trato! —se quejó Meckler—. Además, no suelo cruzar portales interdimensionales.
—Ya lo sé, ¡por eso corre, tonto! —respondí, molesto.
—¿Y ahora qué cojones pasa? —pregunté, enfadado.
—Creo que tenemos problemas —dijo Hollar con un tono inquieto.
Vimos cómo una enorme bola metálica de 4 metros de alto y 6 metros de circunferencia comenzaba a seguirnos. Capté algo evidente: la bola era el *Balliron*, pero de un tamaño mayor y, seguramente, con un mecanismo más complejo. El verdadero problema era que necesitaríamos una tuerca gigante para enfrentarlo, o también escapar. Detestaba este lugar. Recordé con calidez mi antigua casa.
—Bueno, como si las cosas no pudieran empeorar más —dije, todavía más enfadado—. ¡Ahora resulta que esa bola enorme nos quiere matar!
—Ya lo sé, Lisous, parece que se te está acabando la paciencia —añadió Hollar.
—¡Es porque se me está acabando, idiota!
Finalmente, mi paciencia llegó al límite. Agarré un arma singular: una pistola láser de diseño circular, con tonos grises y negros. Era humilde, pero efectiva.
—Siento interrumpir, Meckler, pero necesitamos que hagas algo —dijo Hollar, hablando con Brannfulg—. Pajarito, ¿puedes recargarme el arma?
—No te preocupes, señor —respondió Meckler—, pero la forma en la que lo dijiste suena… ¿de doble sentido?
—¿Doble qué? —preguntó Hollar.
—Caballeros, dejemos eso para después. Ahora necesitamos enfocarnos en la bola que viene hacia nosotros —dije, calmándome un poco.
—Guau, por fin se te acabó el enojo —comentó Hollar.
—Más te vale que te acostumbres, de momento. No aguantaré ni un segundo más aquí. Prefiero mil veces la guerra.
En medio de mi ataque de ira, vi una puerta a unos 3 metros. Decidí correr hacia unas cajas metálicas cercanas, aunque mis amigos se preguntaban qué estaba haciendo (Meckler no contaba en esta confusión). Agarré las cajas, que, para mi sorpresa, eran ligeras.
—Vaya, aquí el peso funciona raro —dije.
—Muy bien, amigo mío, ¿se puede saber qué rayos haces?
—Sí, voy a darles a esos robots un motivo para visitar el hospital —respondí con determinación.
—Querrás decir la chatarrería —me corrigió Meckler.
Después de casi explotar en ira (otra vez), usé mi fuerza para lanzar las cajas al aire. Aunque mis amigos se detuvieron un poco para esperarme, las cajas no lograban detener a los robots. Estos simplemente las rodeaban o destruían.
—Un momento —pensé en voz alta.
—¿Qué pasa? —preguntó Hollar.
—Creo que esos robots destruyen cosas con sus rayos.
—Se te olvida que tú también tienes uno —me recordó Meckler.
—¡Cierto!, te estoy empezando a agarrar cariño, niño.
Encendí mi pistola láser y apunté directo a las criaturas. Mis disparos derretían algunos de esos insectos repugnantes, mientras otras usaban escudos avanzados. La bola gigante seguía rodando hacia nosotros.
—¡Mi mano! —me quejé al sentir un dolor agudo.
—Bien, niñitas, vengan aquí. Tengo una forma de acabar con esa cosa rodante —dijo el anciano, llamándonos desde la entrada de su refugio.
—A la orden, señor —dijo Hollar.
—Venga ya, Hollar, seguramente este viejo ha estado encerrado por mucho tiempo, ni siquiera tiene tornillos —comenté con un tono desconfiado.
—Miren, sé perfectamente lo que se siente que una bola metálica de 4 metros de alto te persiga —dijo el hombre—. Además, ustedes cuentan con un hombre de confianza, y no estoy chalado, estoy loco.
—Bueno, tal vez tengas razón —añadí—. Venga, dinos qué hacer.
—Muy bien, lo primero que deben hacer es separarse en dos grupos. Con ello lograrán confundir esa cosa.
—Vale, ya lo oyeron. Hollar y Meckler, vayan por un lado —ordené—, mientras que Brannfulg y yo por otro.
—Bien dicho —añadió el señor—. Más les vale que lo hagan bien, porque si no, serán papilla.
Después de eso, ambos grupos nos separamos y, a tan solo 3 metros de distancia, seguimos por dos carriles distintos. Aun así, la bola gigantesca y sus compañeros robots nos seguían. Se me ocurrió que Brannfulg podría usar su flama para cortar los circuitos de esos mecanismos.
OPINIONES Y COMENTARIOS