no hay tristeza donde termina
la tristeza hay bordes rojos
coloreando un corazón difuminado
como astro transparente viento
que se endulza como viento de
la tarde que llueve detenida en
el recuerdo de un hombre dulce
y ciego de estrellas ciego de flores
de arena y lleno de nubes y césped
sobre montañas de quietud húmeda
ahí donde brota la tristeza en donde
no hay olas con alas y palabras como
fuego de agua azul como tapiz del
mar y estrellas de mar y mar diurno
mar de flor y caracolas de espuma
en donde el paso cansado del hombre
es un helado rostro un mirador de
bosques desnudos desnudados y
una mano hurgando una mano desatada
flotando en el oleaje buscando un
punto tan solo un punto de cristal
al cual asirse y sal de la memoria
fulgurante y noche de tu asediado
corazón retumbando como tambor de
nubes infinitas se ha descolgado
el viandante de su cuerpo y de
su cuerpo un soplo frío bordea la
mañana la luz vacía la pena adormecida
la blanda invasión de ramas con que
retorna a la tierra para rodar como
aliento galopando caballo torso hundido
de mi sangre un minuto de astillas
callado como calla la amarilla tristeza
abierta en dos como una palma
sembrada de voces y de almendras
(a mi padre, Enrique Cuadros Barr).
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