Noches de fuego

Hoy un gran dolor me recorre. Pasa por todo mi pecho, molestando la función completa de mi cuerpo, como si, como si un gran fuego recorriera todo mi ser.

Comienza algo similar a una congestión, a una especie de molestia a la hora de respirar, pasa luego por toda la faringe, recorriendo el tubo completo. Una vez alcanzada la garganta, otras partes del cuerpo empiezan a verse afectadas, los hombros parecen estar más débiles, la boca comienza a temblequear, los ojos amagan continuamente a romper en llanto. Hasta que completa la transición y llega definitivamente al pecho, donde pasa a encontrarse en un estado latente. Permite la vida, pero es un peligro constante que parece ir a desatarse en cualquier segundo.

Los días son eternos cuando se transitan, cada respiración resulta un desafío, pero luego, mirando hacia atrás, uno experimenta la sensación de que nada ha podido hacerse en trechos tan largos de tiempo. ¡¿Un mes!? ¡¿Pero, cómo?! ¡Si ni siquiera he podido vivir!

Uno tiene que aprenderse el libretito sobre como lidiar con esta sensación, como vivir con este fuego que se va llevando de lugar a lugar como una parte más del cuerpo. Hay momentos en los que parece ni molestar, en los que deja existir tranquilamente y permite llevar a cabo las acciones cotidianas. Otras veces… Otras veces en las que vuelve a desatarse, haciendo el camino inverso al comentado, subiendo por toda la garganta y estacionándose allí, disipándose por toda la cara y obligándole a uno a tener que romper en un patético llanto que empuja el fueguito otra vez al pecho de un sopetón. Y siempre el mismo ciclo.

Pero bueno, uno se va haciendo a la idea de cómo no desatarlo en el mayor de sus fulgores, va aprendiendo qué lugares no frecuentar, qué personas olvidar… Y así, así se va “viviendo” porque en realidad me parece una picardía llamar a esto vivir, le diría más bien sobrellevar-la-vida, pero me resulta demasiado deprimente, así que omitiré esta posibilidad.