«EL LIENZO INSACIABLE»
La exquisitez no es un obsequio del mundo; somos nosotros quienes la perseguimos, con pasos torpes o firmes. No yace en las cosas, como un tesoro en su superficie, sino que surge de dentro, un destello que prende en el alma. Como la brillantez de un diamante no está en la roca pulida, sino en los ojos que la miran, nuestra esencia se dibuja en la mirada que volcamos sobre nosotros mismos.
La vida es un lienzo vasto. Algunos somos pinceladas audaces, colores vivos que rasgan el silencio; otros, tonos ocres que tiñen la escena con calidez sutil. Hay días en que somos el paño, aguardando pacientes, y otros en que empuñamos el pincel, trazando con furia o cuidado. A veces, nuestras líneas componen una armonía perfecta; otras, se quiebran en garabatos caóticos. Somos el artista y la obra: una creación imperfecta, tejida de contradicciones.
Hubo un día en que supe que podía sentirme bien. Lo hice, y un alivio tímido se posó en mí como polvo tras la lluvia. Luego descubrí que podía estar mejor, y la luz dejó de esquivarme. Avancé, trepando una escalera invisible de anhelos, hasta intuir una felicidad plena, un horizonte sin fin. Pero allí me encontré con mi verdad: soy insaciable, un hambriento de infinitos que nunca se sacia.
Me esfuerzo por ser cortés, por pulir los bordes de mi carácter, para que mi estabilidad no alce sospechas. Sin embargo, en el fondo, soy descuidado, a veces brusco, difícil de descifrar. Mi equilibrio vacila, cuestiono lo que me rodea, y en esa danza entre lo que muestro y lo que soy, hallo mi reflejo más puro. No soy el diamante ni la roca; soy los ojos que buscan, el pincel que titubea, el lienzo que se rehace.
Marcelo Caputo
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