Debí buscar antes la etimología de esta palabra. Para haber entendido a tiempo que estaba forjando ideas basadas en la mera percepción de mis sentidos engañados. 

Quería pensar, que aquella serie de eventos desafortunados y afortunados; me habían hecho retornar a mi tierra pues era el lugar donde debía estar. Y en dónde quizás, algo o alguien aguardaba por mí. En el fondo, me daba pavor. Pero en mi caja torácica podía sentir vislumbrar algo de esperanza e ilusión en mi palpitar. 

Aquella sonrisa me lo confirmó. Sin notarlo, abrí un poco la puerta. Su presencia me llenaba de energía, me hacía sentir en calma y segura. Su disciplina me inspiraba. Podía ver en el fondo de esa armadura con la que deambulaba un cúmulo de ternura que abrazaba fuerte para no dejarla salir. La pude percibir aquel día mientras acariciaba mi torso y me contaba un poco de su vida. 

Pero pronto, sentí un sabor amargo que se quedó en mi paladar mientras se extendía un ensordecedor silencio. Intenté correr a cerrar la puerta pero un frío viento alcanzó a colarse y dejar su desorden dentro de mí. En medio del revoloteo hallé besos, abrazos, caricias, planes, cafés y poemas que no me había dado cuenta que existían y que ya no iba a poder dar. Los recogí uno a uno. Los solté al viento agradeciendo el volver a sentir. Y refunfuñé un poco por coincidir de nuevo con lo efímero. Con un corazón lastimado y resignado a no volver a dar lo que algún día ya dio. 

La nostalgia de lo que pudo ser y no fue quiso invadirme. Un enjambre de abejas volvió a despertar en mí; habían estado deambulando por ahí silentes. Podía oír el zumbido y sentir el aguijón. No lograba entender, ¿Por qué a pesar de intentar mantener el panal en el calma insistían en revolotear? 

Ahora, en el pecho no estaba la incógnita de si en algún momento uno podría volver a entusiasmarse por alguien. Si no, el menguar la llama y mantener su fuego. Porque una sola persona no puede traer leña suficiente para dar calor a dos. Y menos prolongadamente en el tiempo. Además hay personas que insisten en mantenerse en su frío cuarto y uno aprende a no pretender sacarlos de allí. 

A veces, hay que hacer un esfuerzo descomunal para no dejarse extinguir. Yo, me rehusó a vivir apagada, desvivida y a dejar de creer en el amor; a pesar de todo. Si yo puedo amar así; allá afuera debe haber alguien que ame de igual manera.  Alguien, que sin importar si hay poca o mucha madera pero con la determinación desde el inicio para ir a cortarla juntos y proveernos. Porque ambos nos elegimos y buscamos prolongar la llama. 

De a poco, uno también aprende que solo queda agradecer por el calorcito y seguir juntando su propia leña. Quizás un día cuando vaya a cortarla, encuentre quién ame mi manera de arder. Y de no ser así; tengo la certeza de que cuidare el fuego en mí. Y será suficiente. 

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