Me disipo detrás de cada abulencia, solo soy agua salada que baja como distintivo del estro, solo escucho opiniones mientras estimo en mis adentros con hastío. Quisiera poder decirlo pero prefiero rebatir con mis acciones, aunque solo sea un lienzo con retoques sin un artífice; sin afinidad. Sin embargo, he tenido varios nombres como exhibición de mis varias vidas, me he cimentado después del armisticio y otras veces me he dejado quebrada en el suelo hasta convertirlo en arte. He perdido por completo la inocencia pero suelo verla en otros ojos, a veces pierdo de vista la causa y dejo que la protervia me consuma para luego recordar lo que fui con amargura. No me resulta fácil preterir pero he aprendido a vivir con mi laceración y siempre considero que si no fuera así no le hubiese conocido.
Pero tengo una mala costumbre. A mis versiones enterradas, les llevo flores cuando desciendo del pasmo y hago bromas sobre mi proceder, las escucho decir su nombre mientras piden no ser más recordadas, una manera singular de mi suplicio.
Me desvanezco aquí constantemente, entre la soledad de mis ideas y las pocas palabras que digo al respecto, porque en los sorbos de este licor acerbo puedo agasajar la parte frágil que ignoro y saborear mi humanidad. En este efímero malvivir, a lo que debo llegar para poder percibir la divinidad en sus ojos y entender mi salvación detrás de su existencia, dejar que me acaricie mientras llego a la conclusión de que hay serenidad en sus manos. Entonces, hace que con sus virtudes la vida se vuelva a teñir de colores y sepa que habrá alguien esperando por mí cuando vuelva a casa, volver a sus brazos.
Ella.
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