En un rincón olvidado del mundo, donde los árboles susurraban secretos antiguos y el cielo se vestía de colores imposibles, un nuevo día despuntaba en el horizonte. La luz dorada del sol se filtraba entre las hojas, creando un tapiz de sombras danzantes sobre el suelo cubierto de flores. Era un lugar donde la magia no solo existía en los cuentos, sino que se respiraba en cada rincón, en cada susurro del viento.
En medio de este paisaje encantado, se encontraba Elara, una joven de cabellos dorados como el trigo maduro y ojos que reflejaban la profundidad del océano. Su piel, bronceada por el sol, contaba historias de aventuras pasadas y sueños aún por cumplir. Elara era conocida en su aldea no solo por su belleza, sino por su espíritu indomable y su capacidad de ver la magia en lo cotidiano. Cada mañana, al despertar, se sentía agradecida por la oportunidad de vivir un nuevo día, de ser parte de un universo que parecía conspirar a su favor.
Ese día, sin embargo, algo diferente flotaba en el aire. Mientras Elara se adentraba en el bosque, sintió una energía vibrante que la envolvía. Las mariposas, con sus alas de colores brillantes, danzaban a su alrededor, como si la invitaran a seguirlas. Los pájaros, con sus melodías alegres, parecían entonar una sinfonía en honor a la vida. Era un momento perfecto, un instante suspendido en el tiempo, donde todo parecía posible.
«Hoy es el día», pensó Elara, sintiendo que el universo le sonreía. Con cada paso que daba, se nutría de la majestuosidad que la rodeaba. El viento acariciaba su rostro, llevándola a un estado de conexión profunda con su esencia. En su corazón, sabía que amar la vida significaba abrazar cada experiencia, cada emoción, cada pequeño milagro que se presentaba ante ella.
De repente, un destello de luz la desvió de su camino. Intrigada, Elara se acercó y descubrió un pequeño portal, un vórtice de energía que giraba con fuerza, invitándola a cruzar. Sin pensarlo dos veces, dio un paso adelante y se encontró en un mundo donde los sueños se tejían con hilos de estrellas y las posibilidades eran infinitas.
Allí, en ese reino de fantasía, Elara se dio cuenta de que cada acción que emprendiera tenía el poder de manifestar la magia que tanto anhelaba. Con su corazón lleno de gratitud, comenzó a correr y a volar a través de su imaginación, creando paisajes de ensueño y seres fantásticos que la acompañaban en su travesía.
Así, en medio de la maravilla y la aventura, Elara comprendió que cada nuevo día era, en efecto, una nueva oportunidad. Una oportunidad para dar lo mejor de sí misma, para amar la vida y para dejar que la magia se manifestara en cada rincón de su existencia. Y así, con cada paso, tejió su propia historia, un relato de amor, valentía y conexión con el universo que la rodeaba.
Autora: Naiz Francia Jiménez D’arthenay
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