Bajo un cielo bordado en hilos de luna,
danza la brisa en tu piel de espuma.
Eres eco de estrellas, susurro del alba,
un soplo de dioses en tierra sagrada.
Tus ojos, dos mares de sueños dormidos,
ahogan el tiempo, sepultan olvidos.
Tus labios, relámpagos, fuego y caricia,
promesas eternas, destino y delicia.
Cada hebra de oro en tu sien resplandece,
como ríos de luz que el viento estremece.
Oh, dulce armonía, oh, musa divina,
mi alma en tus manos, mi fe en tu vida.
Eres verbo infinito, eres verso prohibido,
el canto silente de un mundo perdido.
Eres todo y la nada, el fin y el origen,
un dios encarnado en fragante satín.
—
Pero… ¿qué es esto? ¿Por qué se retuercen
los hilos dorados que el alba te ofrece?
¿Por qué tus pupilas se llenan de sombra?
¿Por qué la armonía en mis manos se rompe?
No, no retrocedas, no huyas, no grites,
¿no ves que en mi pecho la luna persiste?
Tu risa era mía, tu vida era un templo,
¡tu piel es un lienzo, tu sangre, mi aliento!
Escucha… el amor no se acaba,
no es polvo, no es viento, no es llama apagada.
Es hierro en la carne, es huella imborrable,
es pacto sellado en lo inevitable.
Ven… tan solo ven… no hay miedo, no hay dudas,
somos dos almas fundidas en una.
Cierra los ojos, deja que el rojo
pinte en la arena el fin más hermoso.
¿Ves? Ya no duele… ya eres eterna…
y yo… yo también.
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