Historias mudas


Estas historias de una sola parte, te robarán algún que otro minuto de tu tiempo. Son historias mudas que estuvieron calladas por mucho tiempo en mí cuaderno, y ahora salen a la luz para aprender a hablar por sí mismas.


Me duelen las manos de tanto pensar en ti.

Me duelen las manos de tanto pensar en ti. Y no, no hablo de masturbación. Me duelen las manos de tanto golpear las paredes, únicas capaces de frenarme, arden mis nudillos debido a las heridas y raspones que se forman en ellos. Se acalambran mis manos después de horas redactando historias que podrían haber sido, si tan sólo te hubieses quedado. Me duelen las manos de tanto abofetearme, para despertarme de lo que creí que era una pesadilla. Se agrietan mis manos del frío, pues hace tiempo que no sienten el roce de tu piel. Mis manos se vuelven ásperas sin el tacto de tu suave melena oscura. Se ponen rígidas, desde nuestras épocas felices que nuestros dedos no se entrelazan. Mis manos se deforman, pues en ellas estaba amoldada la perfecta forma de tu cintura. Se humedecen mis manos, puesto que con ellas seco cada lágrima que desperdicio por ti. Mis dedos se comportan raro, cada tanto señalan la estrella que tanto me recuerda a tu rostro. Así que si, me duelen las manos de tanto pensar en ti.


No sería lo mismo.

Thomas se sobresaltó cuando su esposa comenzó a moverse en la cama, despertando. Él se encontraba sentado en una silla al lado de la cama. Su mujer, Elizabeth, se encontraba gravemente enferma, los médicos sabían que ya no había solución alguna y le dijeron que repose hasta que suceda lo inevitable. Thomas no pudo evitar sonreír al ver a su amada de pelos cobrizos despabilándose como niña pequeña, aunque en sus ojos había un deje de tristeza.
-Buenos días, princesa.- dijo Thomas, que ansioso esperaba a oír su voz, pues hace un día que no despertaba y él estaba preocupado.
-Buenos días, querido.- sonrió como si acabase de recordarse que seguía viva.
Thomas dejó el libro que leía sobre un estante y se volvió hacia ella lentamente.
-¿Cómo te sientes?
-De maravilla.- dijo ella, y como si a propósito fuera, comenzó a toser repetidas veces.
Thomas no aguantaba verla de esa manera. En sus veinticinco años de matrimonio, ella siempre fue la brisa viva de la relación, la alegría personificada, la positividad con vestido. Después de haber pagado largos y costosos tratamientos que de nada sirvieron, no sabía cómo subsistir económicamente, pero ¿Qué más daba? No sabría cómo subsistir sin ella.
Ella estiró su delicada mano hacía él, sus finos dedos se entrelazaron con los suyos. Elizabeth tenía la mirada distante, en otro lugar, en otros momentos…
-Mi querido Thomas… Cuantos recuerdos a tu lado. Cuando compramos la casa, la vez que conseguiste empleo como pianista, o aquella vez que bailamos bajo la luz de la luna ¿Lo recuerdas?
-Claro que lo recuerdo.- a Thomas le habría encantado pedirle un último baile, pero sabía que no podía forzarla a levantarse.- He pasado todas estas últimas noches recordando.
Thomas se levantó de la silla y, con inseguridad, habló:
-He escrito una melodía para tí.
-Sabes bien que me encanta escucharte tocar el piano.
En el fondo de la habitación se encontraba el piano, que recién lo había trasladado hasta allí, pues en realidad el piano pertenecía a la sala de estar del piso inferior. Thomas se había tomado la molestia de subirlo a rastras por las escaleras.
-¿Has traído el piano hasta aquí?
-Así es.
-No te hubieras molestado, podría haber escuchado perfectamente con la puerta abierta.
-No sería lo mismo, desde la sala de estar no podría ver tu sonrisa mientras la toco.
Thomas acomodó las partituras y, luego de un profundo suspiro, dejó que sus dedos danzaran sobre las teclas del piano. Le permitió a sus manos llorar en aquel instrumento, expresarse. Él no se equivocaba, Elizabeth sonreía y sus ojos no se despegaban de aquel piano. La melodía resonó por todas las habitaciones de la casa, y tocaron los rincones más profundos del corazón de ambos. Una lágrima cayó sobre una de las teclas, una lágrima cayó sobre las sábanas.
Mientras Thomas seguía tocando la inigualable armonía, Elizabeth cerraba los ojos, se acomodaba en las sábanas y escuchaba, no sólo con los oídos, sino con todos sus sentidos. Y poco a poco se iba durmiendo, abrazando la almohada como si de la melodía se tratase, para descansar en un sueño del cual no volvería a despertar.


El espantapájaros y la flor.

Verano. Sigo mirando el mismo paisaje de todos los días desde que me crearon. Pradera, kilómetros y kilómetros de pradera, hasta donde alcanzan a ver mis ojos de botón. El mismo verde infinito de siempre, combinado con los árboles de olivo bajo mi protección.
Escucho unos pasos detrás de mí, es mi creador, hace tiempo no lo veía. Nunca pude agradecerle que haya unido dos escobas en forma de cruz, haya puesto dos botones a la paja de una de ellas, le haya puesto un sombrero y un harapo grisáceo de ropa, y así haberme creado. Mi creador posa sus manos en mi cuerpo, y me hace girar 180 grados. Aquel paisaje era un mundo nuevo. Montañas haciéndole cosquillas a las nubes, y a los pies de estos, un gran lago cristalino donde se reflejaban y parecían extenderse. Pero algo en particular llamaba mi atención. Un nuevo color, el rojo intenso palpita en el verde. De la tierra emerge una flor roja de cuatro pétalos ¿Acaso siempre estuvo ahí y yo todo este tiempo estuve dándole la espalda? La flor me está mirando, debo saludarla. Desearía poder moverme para hacerlo, con cada segundo que pasa me siento muy apenado por no presentarme. Una suave brisa ondea mi paja, eso seguro sirve de saludo. Se ve tan sedosa, deseo poder tocarla, mas me es imposible ya que no tengo dedos para sentir su tacto. Por el momento me conformaré con acariciarla con la mirada.

Otoño. Las praderas de siempre quedaron atrás, todos los atardeceres son anaranjados y nos bañan a la flor y a mí en un fresco único. El rojo de esa flor sigue captando mi atención, tanto que a veces olvido que mi trabajo es dar miedo. Todos los días quiero hablarle, decirle lo bella que es, o sobre el clima, o sobre algo. Al menos sonreírle como sé que ella me sonríe a mí. Pero no puedo, mi cara inexpresiva no me lo permite, ya que no tengo boca. Privado de mostrarme feliz, privado de mostrarme triste, pero no de sentir. Solo espero que los hilos de mis ojos de botón reflejen toda la felicidad que siento de haber encontrado otra forma de distraerme, en vez de contar a cuántos pájaros asustaba por día.

Invierno. Solo el frío era testigo de mi ilusión por aquella flor. Veo que sufre en las lluvias invernales o es azotada por el viento. Mi creador me colocó una bufanda, siempre tan considerado. Aunque prefería dársela a la flor, pues ella es frágil. Es de noche, hoy no hay tormenta, en cambio, el cielo está despejado. Pero no puedo mirarlo directamente ya que no puedo flexionar mi cuello. Mas no necesito hacerlo en tanto tenga a mi flor en frente, bañada de brillo lunar. Una fuerte ráfaga sacude el mundo, logrando que el mástil que me sostiene se tumbe. Ahora veo las estrellas, las constelaciones, la luna. Hasta ese momento nunca había visto el cielo de esta manera. Una estrella fugaz pasa por encima de mí, y pido mi deseo: la flor y yo nos uniremos algún día.

Primavera. Esta es mi primera primavera mirando a este lado del mundo. Crece más flores silvestres, diversas en colores y formas, todas alejadas de mi flor. Ninguna se compara a la belleza de mi flor, y su soledad tan única te obligan a querer acompañarla. Se oye el canto de diversas aves merodeando a las otras flores. Veo niños acercándose a mí, familiares de mi creador. Los dos niños mayores se acercan pisando flores, y más lejana una pequeña niña de vestido floreado que mira cuidadosamente donde posa sus sandalias. Los niños no pisaron mi flor, pero estuvieron a punto, simplemente se rieron de mí y se marcharon. La niña se para junto a mi flor y nos mira a ambos con curiosidad. Se sonríe a sí misma y se agacha para recoger la flor. La toma de la parte más baja del tallo y la separa de suelo. Pega su nariz contra los pétalos y aspira. Comienza a caminar ¿Se va a marchar con mi flor? Se acerca a mí y da un salto para agarrar mi sombrero. Coloca la flor en él y vuelve a saltar para colocarme el sombrero una vez más, y sin más se marchó dando brincos cerca del lago. La flor y yo estamos juntos, y algo en mi sombrero me dice que jamás se va a marchitar.


Inexplicarme

Quiero explicarte tantas cosas inexplicables, que es más fácil inexplicarme para poderte explicar. Cosquillas cuando te toco, sonrisas fugitivas que se escapan de mis labios cuando nos observamos desde lejos, el por qué tiemblo cuando te tengo cerca, los silencios que nacen de nuestras miradas cercanas. Cosas inexplicables que me pasan, que debo inexplicar para explicarte que me gustas. Inexplicarte que ambos sabemos que nos gustamos pero ninguno lo dice, convirtiendo esas palabras en palabras mudas. Inexplicarte que, más que el beso todavía no dado, me gusta esperarlo. Inexplicarte que más que charlar, me gusta observarnos callados, mientras que nuestros ojos hablan, gritan, se inexplican. Me gusta desperdiciar las oportunidades de dar el primer paso, porque sé que luego habrá otras, que volverán a hacerme sentir vivo. Primero se debe borrar la hoja escrita para poder escribir cosas entendibles y más claro, por eso trato de inexplicar mis sentimientos para explicarlos mejor. Sacarnos fotos en los momentos más inexplicables logra guardar momentos que parecen estar explicados en la imagen, pero son tan inentendibles como nosotros.

Quiero inexplicarme, e inexplicarte los inexplicables sentimientos que tengo hacia ti.


Tengo ganas de.

Hay tantas cosas que quiero hacer, aunque la mayoría se contradigan. Tengo ganas de volar y oler las nubes, robar estrellas y susurrar a la luna. Tengo ganas de inexistir, no hablo de morir o desmayarme, sino que inexistir: dejar de existir ahora, no haber existido nunca y nunca tener que existir. Tengo ganas de abrazar perfumes y besar palabras. Tengo ganas de convertir pasados en presentes, ganas de romper la barrera del sonido con mis gritos, y luego reconstruirlos con tus silencios. Quiero ser un trueno que asuste a los nidos de las aves. Quiero ser algo que te guste, porque parece que algunas veces dejo de serlo. Quiero ser luz, brillante, e ilumine tan intensamente que haga perder en la nada a quien la mire. Tengo ganas de ser oscuridad, que esconda a las personas que lloran, a las que sonríen y a las que tienen indiferencia en los labios. Quiero ser un suspiro, no de alivio, de esos que das cuando estás cansado de algo. Tengo ganas de ser una canción que te haga recordar a alguien que no quieras recordar, o una melodía inspiradora. Tengo ganas de ser el violín de una banda funeraria, de ser el vaho de tus exhalaciones, o aire para que me respires. Siento que soy cigarrillo a medida que me consumes, y cenizas cuando me desechas. Quiero ser muchas otras cosas, menos yo.


Dormir está sobrevalorado.

Que desperdicio. Hay veces en que las noches me roban el sueño, y otras en que el sueño me hace perderme maravillosas noches. ¿Por qué dormir?¿Porque mi cuerpo lo necesita? Mi cuerpo necesita abrazos, amor, atención, y por ahora estoy sobreviviendo sin todo eso. Entonces ¿Realmente es necesario dormir? La cantidad de estrellas que brillan para mí por noche no pueden ser ignoradas porque si, no puedo dejarlas de mirar por algo tan banal como «dormir». Si puedo soñar despierto, si puedo hacer que el tiempo pase rápido de mil formas diferentes, si la chica de mis sueños me tiene que venir a buscar, así la imagino yo, si puedo hacer todo eso sin dormir ¿Por qué hacerlo?¿Sano para el corazón? También es sano que no esté roto. ¿Reponer energías? Debería primero tenerlas. Todos esos mundos que puedo crear durmiendo puedo hacerlos despierto y con un papel y bolígrafo en mano, y así lo prefiero ya que si duermo e imagino hermosas cosas, al despertar olvidaré la mitad. Alguien sabrá comprenderme, dormir está sobrevalorado.


Besar es un arte

Un beso con amor, para pasar el rato.
Un beso con dolor, por una traición que se siente.
Un beso con la mente, dentro de tu imaginación.
Besos con emoción, que no dejan que desear.
Uno con pasión para poderse desahogar,
o tal vez entre caricias para poder gozar.

Un beso dulce, con labios acaramelados,
o un beso salado por lágrimas de enamorados.
Un beso ahogado, de los que te dejan sin aliento
u otros que cortan la respiración por no estar atento.

Un beso que dirige el viento y otro que se lleva la marea.

Un beso que deseas, mientras que otro lo rechaza.

Un beso de vuelta y otro de ida.

Un beso de despedida.

Un beso triste, tanto que emociona.

Un beso alegre en el que una sonrisa se asoma.

Un beso en broma, que termina siendo serio.

Un beso que cura o uno sin remedio.

Un beso de nervios o un beso tierno.

Un beso en el invierno, tan cálido que abriga.

Un beso con mordida, de esos que excitan.

Besos fantásticos que dudo que existan.

Un beso robado, uno cortado, otro amargado.

Besos hasta abajo, que te elevan hasta arriba.

Besos con ira, besos acalorados que calientan el cuerpo

o besos en el momento, tal vez uno rápido

quizás uno lento, intentando parar el tiempo.

Un beso salvaje, también soltar uno y dejarlo que viaje.

Un primer beso con miedo.

Un beso acompañado de un «te amo» o un «te quiero».

Un beso mágico, uno trágico o uno verídico.

Un beso a oscuras, con locura o a escondidas.
Un beso que todavía pido, un beso prohibido.

No importa de qué clase, de qué tipo o de qué linaje,

dame un beso tuyo, para no dejar de amarte.

Dame un beso estúpido, o apurado, pero dame uno,

porque sé que si es tuyo, será como ninguno.


Definir

Soy un robot de carne

con venas como alambres y electricidad de sangre.

Soy la cárcel de una mente que sueña ser grande,

que por segundo se expande y no sacia su hambre.

Soy el reflejo de mi pasado,

el espejo de mi presente y la ventana de mi futuro.

Soy un castillo de cartón

que protege tesoros imaginarios dentro de sus muros.

Soy un universo con nombre, peso y altura.

Soy un cielo con límite de tiempo y estatura.

Soy la luz de una estrella ya extinta

que brilla como todas pero a una intensidad distinta.

Soy mi propia tinta

y hoy el mundo es mi papel.

Soy un tren con andén en la luna

y hoy las nubes son mi riel.

Soy un carrusel de ideas que funciona a cuerda,

un escritor carente de literatura cuerda,

el desordenado que no concuerda,

el imbécil que aún recuerda.

Soy un reloj que perdió el compás,

soy un tic buscando un tac.

Soy mis respuestas, soluciones y dudas.

Soy acné que algún día será arruga.

Soy una caminata colina arriba,

soy el vuelo de un pingüino, el grito de una hormiga.

Soy el catador de los venenos más dulces

que con frecuencia tienen sabor a los labiales que luces.

Soy casi humano,

El cosmos es un desierto y yo apenas soy un grano.

Fui un hilo mal atado en la línea del tiempo que tuvo que interrumpir,

un alma efímera, que no le quedó otra que existir.


Ten cuidado de como vayas a latir.

Querido corazón, ten cuidado de como vayas a latir. Por favor no te aceleres, no te emociones ni te vuelvas loco. Pero, corazón, tampoco permitas que te frenen, o te pares por decisión propia.
Corazón, que tus latidos jamás duden en hacerse escuchar, mas debes latir para ti mismo y no para otros cuerpos sin pulso. Corazón debes latir a ritmo propio, no al de una melancólica canción.
No te preocupes por amar corazón, nadie lo comprobó como vital. Intento explicarte lo poco conveniente que es hacerlo. Corazón no te metas en el amor, es un campo de alfileres sin oportunidad de elevarte, y en algún momento te pincharás, caigas donde caigas.
Corazón no conozcas la esperanza, la confianza de ser correspondido o ser felíz gracias a otro. No corazón, jamás te confíes de esa forma.
No descubras la pasión detrás de una mirada, no existe la libertad en el encierro de un abrazo, no te hagas ilusiones por espejismos, y debes entender que no todas las sonrisas prometen hacerte sonreír también.

Pero querido dictador de pulso, si no has hecho caso a nada de lo que te he dicho y crees haber conocido a alguien que pueda causarte todo lo que te prohibí, al menos corazón, ten cuidado de como vayas a latir.


Pequeño ser.

Un pequeño ser mora en mi habitación. Lo sé por los indicios: urga entre mis prendas, hurta mis calcetines y lee mis manuscritos. Es algo especial, no entiendo que pretende aquí ni que quiere de mí. Varias noches me susurra maravillosas historias mientras duermo, solo para que yo las transcriba al amanecer. Quizás ella es la culpable de tanta inspiración, quizás ella es la autora de lo que mi cabeza cree que inventa. No lo sé, nunca la he visto, sólo sé que cada vez que miro mi guardaropa y no encuentro el par de un calcetín la recuerdo. Sé que me observa desde algún lado de mi cuarto, esperando a que me duerma en una noche fría para acobijarme. Pequeño ser, sé que leerás esto cuando deje mi cuaderno sobre mi escritorio esta noche, así que lee atentamente. No tengo idea de dónde descansas en mi habitación, pero te invito a alguna noche de estas quedarte en mi cama. Y solo así contarme las historias que quieras, frente a frente, pero esta vez despierto. Hazme entender que no volveré a estar sólo al terminar el día, y que estarás aquí para reírte de cualquier estupidez que diga, y consolarme de cualquier estupidez que me dañe. Pues yo estaré para ti, buscándote aún en cada pliegue de mis sábanas, en cada página de mis libros, en cada calcetín perdido.


Houdini

Se ponen a temblar las yemas de mis dedos por volverte a tocar. No podía creerlo, estabas de nuevo aquí, junto a mí. Pasan varios segundos antes de que ambos reaccionemos, estabamos parados frente a frente, como tantas veces soñé. Y no quise parpadear frente a ti, porque si aquella figura suya era otro espejismo, iba a desaparecer si parpadeaba. Pero comenzaste a moverte, a acercarte dubitativa, y solo cuando nos abrazamos entendí que era real. Aquello de verdad estaba pasando, volvíamos a encontrarnos. Y en la calidez de ese abrazó pensé ¿Cómo pudieron separarnos, sabiendo que somos uno? ¿Cómo pudiste regresar sabiendo que te llevaste lo que quedaba de mí?

-Dime que no existen otros brazos que te estrechen como yo.- le susurré.


Fantasías seguidas de peros.

Te niego, te prohibo que me digas que estás sóla. Pero aun así lo hiciste, me lo dijiste y como de costumbre volví a saber que no me tenés pata nada en cuenta. Estoy para hacerte compañía, no sé a que te referís con «me siento sóla». Ya sé que mi presencia no parece importar mucho, pero si aprendes a percatarte de que existo comenzarás a darte cuenta de cuánto trato de ser tu apoyo, tu payaso, tu mejor amigo, a la vez que soy tu novio. Si no me ignorases tanto te darías cuenta de que en mí podés encontrar lo que necesites. No se que significo para vos, pero ser tu novio no equivale solamente a tener derecho a besarte y ya. También estoy para reír y llorar juntos, para salir, para bailar y cantar, para soñar, para ser tu amigo.
¿Por qué es tan complicado dejarme conocerte? Seguís insistiendo en no decirme porqué te encontrás mal porque «no puedo entenderte», ni tampoco contarme tu pasado, te privas de mí como si yo fuese un completo extraño. ¿Acaso vas a esperar a separarnos para lamentarte y tener ganas de hacer todo lo que te dije? Sabiendo que puedo darte la compañía que no aprecias, ¿cuál es tu solución? Sabiendo que podemos ser felices si fueses más sincera y abierta de corazón, ¿cuál es tu solución?

Nunca me sentí estar sobre todas tus preocupaciones, ser la primer persona en tu lista. Nunca me amaste como yo te amo, no te importé la mitad de lo que me importas. No sé que mierda significo para vos(sigo insistiendo en esto porque en verdad no lo sé), pero nunca fui tu todo, porque nunca me lo permitiste. Me haces sentir un desconocido, cuando soy un libro abierto a tu merced. Un libro para colorear, no para desteñir con tus bruscos borrones. Deja de llorar que estás sola y tenme en cuenta. Tenés la estúpida manía de decir que nadie te quiere escuchar cuando yo te lo ruego. No tenés amigos para reír y pasear decís, pero claro que conmigo no se te ocurrió hacerlo. Te lamentas por ahí mientras te seco las lágrimas desde tu espalda, y jamas volteas a ver. Odio tener que hablarte de esto, porque sé que solo son fantasías seguidas de peros.


El poeta y el realista.

Ambos idénticos físicamente, los imaginé como a mí mismo, estaban sentados frente a una laguna donde la luna llena se reflejaba, seguida de todas las estrellas que entraban en un cielo. El poeta parecía escribir en una libreta, siendo iluminado solamente por el gran farol natural de la noche, sentado en la orilla de la laguna. El realista mientras tanto arrojaba piedras al agua intentando que piquen en ella, nunca lo lograba.
El poeta parecía inspirado, pues no daba un respiro a su lapicera. El realista lo miró extrañado, y esa mirada se tornó a enojo en segundos. Se acercó al poeta, tomó su lapicera y también la arrojó a la laguna.
-¡Hey!¿Por qué hiciste eso?
-Es que me quedé sin piedras- mintió el realista-. De todas formas no parecía importante lo que escribías.
-¿Cómo que no? es algo romántico para alguien.- se defendió el poeta.
-¿Otra vez?¿Te das cuenta de que te mentís sólo? Nunca relatas verdades, siempre inventas que sos feliz.
-Es que… por eso es un relato, son cosas que me gustaría que me sucedan con alguien especial algún día.
-La probabilidad de que te pasen es casi cero. Una historia se vive y después se escribe. No viceversa.
-Pero sí que las vivo, en mi cabeza. Y cuando toman forma las traigo a la realidad acá- dijo el poeta enseñando su cuaderno.
-Así no funciona- movió la cabeza en señal de desaprobación.
El realista reflexionó unos minutos, mirando el agua algo turbia por el movimiento de los peces.
-Yo también… yo también fui así un tiempo. Creía que de algo servía ser sensible, y para lo único que me sirvió fue para saber que no sirve de nada, o al menos que yo no sirvo para ser así. Nosotros dos no servimos para ser así. Somos frágiles ¿entendes? Si andamos por ahí exponiendo sentimientos nos van a romper siempre.
-¿Hablas del amor?- indagó el poeta.
-Hablo de todos los sentimientos, mostrar que te importa algo, o que algo te da miedo, o te molesta. Todo eso la gente lo usa en contra de vos y te manipulan, o simplemente de ríen de vos. Especialmente el amor, todo el mundo dice: «ay si, ama sin miedo, y dale todo lo que puedas», mentira. Eso es una mentira, amé tres veces con todo lo que pude y en cada una de ellas me fui quedando vacío. Dejé gran parte de mí en cada relación hasta que me quedé sin nada, se llevaron todo. Y me convertí en lo que soy hoy, tengo miedo, pero no lo demuestro. De esto se trata, no te digo que todo el mundo tiene que ser así, el resto es más fuerte, vos y yo somos débiles. Y esto no es solo una comparación entre un poeta y alguien realista, es una charla entre un antes y un después.
-¿Un antes y un después de qué?- preguntó el poeta.
-De este sueño.

Me desperté agitado, las sábanas estaban envueltas en mi cuerpo, indicio de que fue una noche movida. Mi cuaderno y mi bolígrafo lucían tentadores sobre mi mesa de luz, en fin, mejor escribirlo antes de que se me olvide.


Destiempo

Aquel recuerdo estuve escondiéndolo en mis cajones,

estuve imaginándolo hasta dormirme,
y hoy no tengo opciones
ya no sé cómo describirme.
Y que fácil es confundirme,
que difícil que fue despedirte
que típico que era herirme
y que simple te fue irte.
Tus expresiones, acciones y todo lo que hacías,
cosas que extraño de cuando me pertenecías.
Mi luna llena se encuentra vacía
y no me queda más que llenarla de poesía.
¿Qué es lo que harías?
Cualquiera en mi lugar lo superaría,
y mi mente quiere tener esa ocasión
pero va a destiempo con mi corazón.
Como nosotros también ibamos a destiempo,
vos tenías tanta prisa y a mi me gustaba ir tan lento.
era tan especial observarte a esa velocidad
¿Cuál fue tu prisa, tu apuro, tu ansiedad?
De todas formas ya me da un poco igual,
vos también me importas menos,
porque extraño los besos que nos dabamos
no a la que le ponía veneno.
Y ya no soy bueno
ni lo intento ni me importa,
si extrañar a alguien es tan extenso
y la experiencia de amar es tan corta.
No le pido a nadie que vuelva
le pido a todos que me entiendan.
No quiero volver a lastimarme,
sólo necesitaba expresar mi mierda.

Hasta pronto, nos vemos en un recuerdo.


Ella atardece.

Yo tan tonto esperando el atardecer, sin darme cuenta de que el atardecer se escondía en su cuerpo. Bueno, no se escondía exactamente, se podía ver en el anaranjado de su pelo. Se podían ver esas primeras estrellas en los lunares de su espalda, y las constelaciones que se formaban uniendo sus pecas. Ocultaba la brisa en sus suspiros, y la alegria en sus tarareos de canciones tropicales.
La quietud de las olas al llegar a la orilla donde ella posaba, estas olas ya no volvían al océano, en cambio se quedaban todas pensando en como guardabas tanto mar sin ser sirena. La arena bajo sus pies, indigna de impregnarse en su silueta. No camines cerca de la orilla, que se borran tus huellas y te pierdo de vista.
Con tanto atardecer en ella me pregunté dónde guardaba el sol, hasta que sonrió, y me hizo entender que no había mejor lugar para ver la puesta de sol que entre sus mejillas, perdiéndose en el horizonte de sus labios.

Allí se encontraba el atardecer, la belleza de la naturaleza exhibida en la naturaleza de su belleza.


Sonrisa de cafeína.

El café no es nada a comparación de tu sonrisa, esa sí que me inyecta verdadera adrenalina, verdadero nerviosismo. A diferencia del café, tu sonrisa funciona al instante, no después de tres o cuatro tazas. En el momento en que me das con ella mi pulso no tarda en acelerarse, y parece incrementar mi temblar en lo que tardo en parpadear, eso no lo consigue el café tan rápido. Aunque acepto que ambos tienen sus similitudes, son adictivos, me hacen querer más cada vez que tengo un poco y trato de no consumir tanto para no volverme adicto. Pero es un poco tarde, lo sé porque ahora mismo estoy deseando una cálida taza de tu sonrisa. ¿Te imaginas? Una taza de tu sonrisa cada mañana, o en cada noche de insomnio, no existiría el café amargo para mí. No sería tan difícil armar un café contigo, si el color café lo ponen tus ojos, el azúcar lo pone tu dulce risa, la calidez tus abrazos y la cafeína tu sonrisa


Rostro cósmico.

Guardas nebulosas en tus ojos, donde colores y polvo estelar se combinan para formar estrellas. Pero las nebulosas de tus ojos son diferentes, ellas forman pecas en tus mejillas. Me encantaría pasar la tarde formando constelaciones en tu cara, si la astronomía de tu anatomía se basa en unir tus pecas con líneas. Cabe resaltar los agujeros negros en tus hoyuelos, que solo aparecen cuando ríes, para robar la luz que guarda tu sonrisa. Y la mirada que disparas, a cualquiera lo harías arder como Venus, habiendo más vida en tu mirada que en la Tierra.


Nosotros después del equinoccio.

Fuimos un árbol durante todo el verano, ramas sanas y fuertes, imponente en el bosque, nuestras hojas eran de los verdes más intensos y vivos, sobre todo vivos. Y en nuestro árbol, los pájaros armaban nidos de esperanza, las ardillas almacenaban sus promesas, y los demás animales se echaban a nuestra sombra a soñar, no a dormir. Nuestro tronco parecía sólido, inquebrantable como nuestro anhelo de tenernos, y durante ese verano reitero, fuimos aquel árbol. Pero ningún árbol de ningún bosque se salva del devastador otoño, porque el otoño no llega como un tren, nace desde dentro de cada árbol. Y escapasemos a dónde escapasemos, no podíamos huir de nuestra alma de la naturaleza, y así fue como empezó a terminar. Primero, el verde vivo se agrietó, y perdió intensidad hasta dejar de ser verde, luego supimos entender la tristeza del árbol al llorar todas sus hojas ya secas. Los nidos de esperanza de los pájaros perdían forma con las ráfagas de viento, los animales ya no soñaban bajo nuestra sombra. Pudieron conservarse las promesas de las ardillas dentro nuestro, pero las ardillas ya no volvían, ¿quién cumpliría esas promesas que ahora parecían ajenas? Y finalmente las ramas quedaron desnudas, nos convertimos en un monótono árbol igual que los del bosque, otra historia que acaba igual que el resto. Y en un principio nuestro árbol parecía tan raro y precioso, que era una locura pensar en que iba a acabar igual que todos los árboles, nadie creería que esos seríamos nosotros después del equinoccio.


Lloraba un violín.

Lloraba un violín a nuestro detrás, y nuestros oídos, atrapados por sus lamentos. En aquella banca no existía nada parecido al tiempo, o al menos si lo hacía se detenía, cada segundo se pausaba a escuchar, y los segundos se acumularon hasta que todo el tiempo fue nuestro. Hay tonadas que hacen rememorar momentos, bueno recuerdos que rememorar con ella, pero aquel violín logró hacerme crear estos mismos. Nos imaginaba a nosotros, lejos en el tiempo, necesitándonos tanto como el violín al arco¿Qué sería de este instrumento sin arco, más que un elegante ukulele?
En aquella banca, no, en aquel planeta no existía nadie más que nosotros y unas cuantas luciérnagas. Reposabas tu cabeza en mi pecho, estaba pesada por tantas preocupaciones que rondaban dentro, y quise vaciarte y a cambio llenarte de sueños para compartir.
Me dijeron que aquel violín estaba hecho con la misma madera que el ataúd donde yace nuestra confianza a las relaciones, y quizás por eso sonaba tan familiar, quizás por eso era tan melancólico el llanto del instrumento. Porque no era la primera vez que intentábamos confiar, el violín nos recordaba lo peligroso que podía ser amar, y las veces que murió nuestra confianza en alguien a causa de ello.

Con el tiempo nuestros suspiros exhausto fueron de alivio. Lloraba un violín en nosotros.


Filosof-arte

Siento que me arriesgo al decir que la filosofía es un arte. Todo comenzó planteándome ¿Qué es el arte? Dicen que es la forma que el hombre tiene de expresarse de cierta forma. ¿Acaso no expresamos al filosofar? Nuestra incomodidad hacia la tiranía de lo obvio, nuestra eterna molestia al dogmatismo, teniendo como dogma un constante cuestionamiento a lo «evidente», entre muchas comillas. La filosofía como arte, porque tanto el receptor como el emisor sentimos ese asombro, esa carnada que nos lleva al deseo de conocer, de generar dudas ante certezas y seguridades. Tal y como decía el filósofo Lao-Tsé «Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender.»

Pero… ¿qué debemos comenzar a entender? Quizás que el conocimiento no se estanca en lo que llaman indiscutible. ¿Es el objetivo del hombre llegar al máximo conocimiento? ¿Existe un límite para el conocimiento? Es fácil pensar en todas estas suspicacias como arte, uno con lienzo en nuestra cabeza, usando como tinta nuestras certezas, y desparramándolas sobre el lienzo, mezclándolas, confundiéndolas.

Nuestras dudas conducen a un vaivén de respuestas efímeras que son reemplazadas con más dudas. Porque un buen viajero no tiene planes fijos, y no tiene intención de llegar. La filosofía es un acto de amor a la sabiduría, es la mejor enseñanza para vivir puesto que le da a nuestros pensamientos y valores un significado, que nos convierte en seres independientes, ¿no es acaso arte interventor en nuestra alma? ¿No es acaso la filosofía un arte?


Querida Wendy:

Hace tiempo dejé de contar los dias que no estoy contigo, desde que perdí la esperanza de que volveríamos a vernos. No sé cuánto tiempo pasó desde la última vez, pero sé cuánto tiempo quiero que pase para la siguiente, aunque repetir «ahora» sirva de nada. Vuelvo a escribirte para preguntarte cómo estás, y mientras aprovechar la oportunidad para contarte cómo estoy, cosa que también trato de responderme a mí mismo mediante este escrito.

Raro, podría empezar por ahí, me siento algo raro en ciertos lugares, hablo de los lugares en los que estuvimos juntos, ya no camino por ellos con el mismo ritmo con el que solía hacerlo. Ahora suelo detenerme unos instantes frente a ellos, observando la vacía banca que llenamos aquel día, o la barra en la que tanto nos sonreímos, me paseo frente a esos lugares, me convierto en espectador de los recuerdos que solo yo puedo ver. Hace poco almorcé en el café, ya sabes cuál Wendy, en ese que la camarera se reía de nosotros, de cómo yo asentía a todo lo que elegías para cenar. Bueno, me atendió aquella camarera ésta vez que fui sólo, y no sé si fue imaginación mía, pero tuve la impresión de que ella notó en mí que algo me faltaba, que vos me faltabas, y a pesar de que ella estaba obligada a preguntarme «que quería ordenar» seguramente sabía que mi respuesta era «a Wendy», pero ella no podía dármelo, así que solo se limitó a escucharme. Me senté en nuestro lugar(digo nuestro a pesar haberlo ocupado una sola vez), y mientras tomaba mi capuchino, miraba de reojo a mi izquierda, imaginando que estabas ahi.

Por otro lado ya casi termino los estudios, agradezco haberme adentrado en la fotografía. Desde hace un tiempo que realizo un ejercicio, y es(cada vez que puedo) tomar una fotografía del atardecer, tengo una colección de ellos, y aunque sea predecible lo que voy a decir, lo diré: ninguno de ellos se compara a vos, aunque me gustaría que todos los fueran.

En el instituto me pidieron varios trabajos, varios requerian de fotos a modelos, tuve que conseguirme una, es una chica bastante simpática, hasta creo que podría enamorarme de ella, tal vez en algún futuro hasta logre olvidarte.

Pero a quién quiero engañar, te quiero y siempre te querré.

Involuntariamente tuyo,

Peter.


Huellas de mí.

Desde que me fui sé que no sos la misma, ahora te dejas guiar más por inercia que por corazón. Ya no te paras a pensar como lo hacías conmigo, ya no miras al cielo buscando estrellas nuevas, pero llámame cuando quieras hacerlo. Desde que me fui ya no vas a los festivales, dejas encerrado ese lado salvaje y carnal, ahora controlas tu pelo, te lavas las manos apenas te las embarras, caminas bajo la lluvia con paragüas. No saludas a los animales, no caminas descalza por el pasto, ahora usas auriculares mientras la naturaleza te canta al oído, ya no pintas, ya no apuntas tus sueños raros, ya no bailas.
No sé que hiciste con esas cosas que quise dejarte para que te queden en el alma, puesto que de tu instinto humano no veo rastro, no noto las huellas de mí en vos, será que de tu amor por mí no queda nada ya.


Me desapareces.

Me desapareces constantemente, tanto que tu esencia me invade, y sólo me siento consecuencia de toda tu extensión. Tu presencia me carcome hasta los huesos, y tiritan mis vértebras a la espera de derrumbarse, y hacerme caer. Me desapareces hasta el punto de dudar si todo lo que digo es algo que yo diría, si quizás incluso esto es algo que yo escribiría o sólo es secuela de todo lo que me enseñaste. Me gustaría decir que de esta forma te tengo, pero no cierto, usted me tiene a mí, cautivo de los faroles que llevas por ojos y las pecas que llevas de mar. Ya casi no estoy, me diluyen tus abrazos que funcionan de empujón para sumergirme en tus océanos, y de tanto que me fragmento acabaré por ser atómico, molecular, e insignificante. Y dudo que quede algo de esos añicos, de esas partículas que denominé como «yo», de todo lo que había en mí que creí que era mío pero a fin de cuentas era una segunda versión de todo lo tuyo. Ya comienzo a transparentarme, llegará un punto en que no pueda narrar mis penas, y todo esto por tu colonización en mi alma, por esa maldita costumbre que tenés de asombrarme, sabiendo que me desap


Recuerdos oníricos.

Entre ensoñaciones y falsos recuerdos consigo abrazarte, asimilar una existencia tuya cercana a la mía. En mis sueños solamente hago de vos todo lo que la distancia me prohíbe; totalmente aletargado. Gigantes y eternos tus caprichos en el mundo onírico, que duran como vago recuerdo sólo cinco minutos después de levantarme, luego divagan por mi cabeza durante el día y, con suerte, mi memoria se los tropieza al escribir.

Y a veces la noche intenta despertarme dándome golpes de realidad, quizás queriendo salvarme del deseo de no volver de mis endormecimientos. A veces me gusta pensar que si te sueño tanto es porque vos haces lo mismo. Y si es que te molesta, solo puedo argumentar que jamás lo hice adrede, no tengo intenciones de inducirme a soñarte, dicen que el alma sabe lo que quiere y de alguna forma lo manifiesta. Algo bueno de los sueños es que no hay que pagarlos, pero quizás el despertar siempre es el precio más caro.


Tiempo y distancia

Tiempo y distancia, implacables en su manera de torturar, invencibles en su juego. Nada peor que la espera que se hace infinita, y que no se puede evitar por la lejanía física y temporal de tu deseo. No puedo imaginar lo que me espera sin pensar en un cronómetro que me limita, o kilómetros que me detienen. Esa es mi contrariedad, la limitación que suponen estos pilares del cosmos, dogmas universales, ineludibles como todo lo divino. Cansado de esta perspectiva, de este lugar tan alejado de mi que he de ocupar a diario, atravesado por las restricciones de la realidad.

Tengo la conclusión de que estos dos exponentes se traducen en lo que conozco como mi discrepante: la espera. La demora de mis efemérides, que entraña en todos mis males, siempre a la expectativa de un encuentro, de una fecha, de un hito, y todo lo que me separa de mi satisfacción es la prolongación de las horas, la dilatación de los metros. Y mis pupilas ven pasar las nubes que fluyen en el mar de los pájaros, mientras sigo a la espera, y mis oídos escuchan los tic tac de los relojes de mi paciencia, que van perdiendo el ritmo a medida que aumenta la avidez, mientras me estanco en la espera. ¿Quién ha de ser más osado que El Azar para concebir una latitud entre tus besos y mi alma?¿Quiénes han de ser más crueles que Las Casualidades para revelarme tu extraordinaria existencia y luego distanciarme mientras se mofan?¿Quién ha de ser más necio que yo para cuestionar a El Universo sobre mi infortunio?


El mar te espera.

«¡Ha vuelto!¡Ella ha vuelto!» clama el mar cuando te posas en la orilla del mar a observar el horizonte. Al instante se amontonan las intrépidas olas en el límite de su existencia, para intentar rozarte y sentir valiosa su vida. Son desafortunadas las primeras mareas, las más emocionadas, puesto que antes de llegar a tus pies se diluyen en la arena seca, y no es el caso de las olas posteriores, las más pacientes y astutas, que se deslizan sobre el camino de arena húmeda para escalar hasta tu silueta. Luego llegan las olas más lejanas del Pacífico, que de tanta distancia que han recorrido son recompensadas con el privilegio de desplazarse por encima de la arena mojada para encontrar tu pies. Yo soy una de aquellas mareas, se rumoreaba por los lugares más recónditos del Pacífico que danzabas por la orilla con los ojos cerrados, lo supe por el alboroto de la corriente hacia la costa, lo supe por la envidia de las sirenas cuando fueron enteradas, lo supe porque en aquel atardecer las estrellas asomaron su brillo más temprano, solo por un ápice de placer para su vista, placer que hallaban en tus movimientos. Y apresuré mi ritmo, fui ayudado por el viento que me empujaba hacia el mar, y en el trayecto muchos marineros y marinos me miraban extrañados, preguntándose el porqué de mi carrera, y el mar nuevamente rugía en respuesta: «¡Ha vuelto!¡Ella ha vuelto!»

Y sólo cuando estamos enfrentados me animo a pensar que eres real, y entre todas las olas, intuyo que cuando yo te llegué, solo ahí, soltaste un suspiro de alivio, sólo yo soy la ola que esperas.


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