Cada año sus padres llevaban a la niña a veranear al pueblo. Sonia dedicaba dos meses de su vida a jugar con sus amiguitas, comer a capricho de la abuela y realizar a regañadientes los cuadernos de refuerzo de lengua y matemáticas.
Según se acercaba la adolescencia los veraneos rurales empezaron a ser aburridos y pasados de moda. Sonia prefería tomar el sol con sus amigas de ciudad, ya no tenía nada que ver con esas chicas que veía cada diez meses.
Con la rebeldía de los dieciséis plantó cara a sus padres, pretendía planear sus propias vacaciones. El pueblo es un rollo, ya soy adulta, decía. La firmeza de sus padres influiría a Sonia de por vida, aunque era pronto para darse cuenta.
Ese año cambió los paseos en bici por los botellones cerca de la antigua ermita en desuso. Una tarde, Sonia empezó a mirar a Lorena de otra manera, y Lorena también a Sonia de esa otra manera. No sabían lo que significaba, una energía invisible las conectaba.
-Estás muy cambiada este año -Se atrevió a decir Sonia fruto del alcohol.
-Y tú… Muy guapa -Contestó más atrevida Lorena.
-Gracias -La apreciación sonrojó a Sonia.
Fruto de la intuición, o del alcohol, quién sabe, decidieron alejarse del bullicioso botellón. Se escondieron en una calle nada transitada. La caída del atardecer regaló una semi oscuridad tan bella como discreta. Sonia, tímida, enfocaba su cabeza al suelo con su melena tapando media cara. Lorena, más confiada, no apartaba su mirada de Sonia, retiró el cabello molesto y la besó en una mejilla. Sonia, de nuevo sonrojada, subió su cabeza y cruzó su mirada con la de Lorena. Sus ojos parecían indicar que le había gustado, que siguiera, que ella no se atrevía. Lorena intuyó bien la señal y la besó de labio a labio. Un beso rápido y lento. Superficial y profundo. Caliente y frío. Excitante y temeroso. Infalible y desconfiado. Un beso que marchitó la timidez de Sonia, le hizo abrazarse en Lorena y probar tan númerosos, como variados, besos. Algunos suaves, lentos y pudorosos. Otros penetrantes, atrevidos y pasionales. Los besos que confirmarían su condición sexual. Los que las conectaría, y alejaría, para siempre.
Ese encuentro siguió a otros muchos hasta el punto de verse a diario, siempre a escondidas, siempre de noche.
El último día de verano, Lorena preparó una cita romántica en casa de su abuela. Ese día su familia siempre acudía al acto final del verano organizado por el alcalde. Cocinó para Sonia, a pesar de su poca destreza con las artes culinarias, preparó la mesa con velas y copas de vino simulando las citas de adultos heterosexuales de las películas que veía. A Sonia le dió un pequeño vuelco al corazón cuando encontró la sorpresa, y a pesar de degustar uno de los peores platos que había comido, le supo a restaurante de alta categoría. El contexto romántico las empujó a la habitación de Lorena, eliminaron por completo la timidez entregándose a su primer acto sexual.
Retiraron sus ropas lentamente hasta que no hubo nada más que retirar, besaron otras partes del cuerpo negadas anteriormente. Arrancaron por los pechos en toda su voluptuosidad, los pezones traían consigo cosquilleos, piel de gallina y los primeros (leves) gemidos. Le siguieron el estómago, las costillas, el ombligo, los muslos y finalmente esa desconocida situada en la entrepierna. Todos los besos del verano fueron un ensayo para este momento. Probaron todos esos besos de labios superiores, en los inferiores. Introdujeron en la ecuación los dedos, aquellos que solo se atrevían a usar para ellas mismas. Con gemidos intensos, sonoros y sudorosos ambas lograron su primer orgasmo. Supo extraño, a menudo soñaban que ese momento sería con un chico.
Sonia se encontraba tumbada, con su lado derecho apoyado en la cama. Lorena acariciaba su costado izquierdo.
-Me encantan tus curvas Sonia.
-¿Por qué se tiene que terminar el verano? ¡Justo ahora!
-No llores preciosa. Podemos cartearnos durante el año.
-Vale.
-El verano que viene estaremos otra vez aquí. ¡Y continuaré acariciando tu espalda por donde me quedé!
Concurridas un par de semanas del verano, Sonia recibió una carta de Lorena, Lorena recibió la respuesta de Sonia. Pasaron meses comentando las clases, las discusiones con los padres y lo mucho que se echaban de menos.
Sonia dejó de recibir las cartas semanales de Lorena. Faltaba un mes para reencontrarse y la preocupación de Sonia aumentó. Nunca se había sentido tan nerviosa por llegar al pueblo. Lo primero que hizo fue acudir a la casa de los abuelos de Lorena, llamar a la puerta y esperar a que ella saliera. Negar la realidad la impulsó a llamar y esperar cada día. El último día de verano la negación se transformó en furia.
Unos meses después recibió una carta de Lorena. El rencor le pedía que la tirara a la basura, el amor que la abriera inmediatamente.
¡Hola preciosa!
Lamento no haber podido enviarte más cartas, ni vernos este verano. Me ha costado mucho encontrar un momento a solas para poder escribirte. Ni siquiera sé si podré enviarla. Mis padres me vigilan a todas horas.
Encontraron tus cartas, mi padre no paró de abofetearme mientras mi madre lloraba. Me mandaron en verano a un campamento para curar la homosexualidad. Ha sido una pesadilla 🙁
Creo que es mejor que no nos volvamos a ver, no quiero que te pase a ti lo mismo.
Siempre recordaré tu costado izquierdo.
Lorena
Ese día abrazó la rabia, el dolor y el llanto. Tardó unos días en ver esa carta como un mensaje de consuelo. Volvió a leer todas las cartas de Lorena, menos esta. Memorizó un bonito recuerdo de ella. Las rompió en cachitos, metió la montaña de recuerdos en una bolsa, bajó a la calle y recorrió diez minutos hasta encontrar una papelera lejos de casa.
En su dieciocho cumpleaños se tatuó el nombre de Lorena en el costado izquierdo que tanto acariciaba aquel verano. Con los años fue incorporando más y más tatuajes hasta completar ese lado. Jamás dejó que nadie lo acariciara. Las diferentes chicas que pasaron por su cama no entendían porque se tatuaba si no permitía admirarlo.
OPINIONES Y COMENTARIOS