Jutijú, el Último Guardián de Caja de Muertos (copia)

Jutijú, el Último Guardián de Caja de Muertos (copia)

MARILYN NOCEDA

08/03/2025

Jutijú, el Último Guardián de Caja de Muertos

En la Reserva Natural Isla de Caja de Muertos, a unas ocho millas de la costa de Ponce en la isla de Puerto Rico, vivía un grupo de jutías puertorriqueñas, pequeños roedores de ojos brillantes y colas largas que se deslizaban entre las rocas y los matorrales espinosos.

El más travieso y curioso de todos era Jutijú, un joven jutío con bigotes inquietos y patas rápidas como el viento. Le encantaba explorar cada rincón de la isla, pero su lugar favorito era la Cueva Almeida, un refugio fresco y oscuro lleno de estalactitas que parecían colmillos gigantes.

—Esta cueva es nuestro castillo— decía Jutijú a sus amigos. —Aquí estamos a salvo de los humanos.

Pero no todos estaban convencidos.

—Antes no necesitábamos escondernos— refunfuñó Don Bartolo, el jutío más viejo. —Nuestra especie vivía por toda la isla, sin miedo.

—¡Eso era antes!— protestó Pepa, una jutía de orejas puntiagudas. —Los humanos han destruido casi todo.

Jutijú se encogió de hombros. Mientras tuvieran la Cueva Almeida, estarían bien… ¿verdad?

La Sombra del Cazador

Una noche, mientras buscaba frutos de uva playera, Jutijú escuchó un crujido extraño. Se detuvo y olfateó el aire. Un olor a metal y sudor invadió sus sentidos.

—¡Humano!— susurró para sí mismo.

Se escondió tras un matorral y vio a un hombre con una linterna y una red. ¡Un cazador! Estaba colocando trampas cerca de las rocas.

El corazón de Jutijú latía con fuerza. Si ese hombre atrapaba a suficientes jutías, su colonia desaparecería.

Corrió de vuelta a la cueva y despertó a todos.

—¡Nos están cazando otra vez!

—Ya no quedamos muchos— murmuró Don Bartolo con tristeza.

—¡Pues peleemos!— exclamó Jutijú.

Pepa lo miró con desconfianza.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Morderle el zapato?

Jutijú no tenía un plan… todavía. Pero sabía que no podían quedarse de brazos cruzados.

La Emboscada en la Cueva

Esa noche, mientras el cazador revisaba sus trampas, Jutijú y un grupo de jutías mordieron las cuerdas y las cubrieron con tierra y hojas.

El cazador frunció el ceño al encontrar las trampas vacías.

—¡Malditos ratones grandes!— gruñó.

Pero tenía un as bajo la manga. Con pasos sigilosos, siguió las huellas en la arena… hasta la entrada de la Cueva Almeida.

Jutijú y los demás se escondieron en las sombras mientras el hombre encendía su linterna.

—Sé que están aquí— dijo el cazador.

Jutijú sintió un escalofrío. Si el hombre entraba, los encontraría a todos. Debía distraerlo.

Se deslizó entre las rocas y corrió frente al cazador.

—¡Ahí estás!— exclamó el hombre, lanzando su red.

Jutijú esquivó por poco y corrió hacia la parte más profunda de la cueva. Sabía que era una trampa, pero no tenía opción.

La linterna iluminó las estalactitas y las sombras bailaron en las paredes. Jutijú se sintió atrapado.

—No tienes salida, amiguito— dijo el cazador.

El jutío buscó desesperadamente un escape… y entonces lo vio: un agujero en la pared, demasiado pequeño para el hombre, pero perfecto para él.

Con todas sus fuerzas, saltó y se deslizó por el agujero justo cuando el cazador intentó atraparlo.

—¡No!— gruñó el hombre, golpeando la roca con frustración.

Desde el otro lado, Jutijú jadeó, con el corazón latiéndole en los oídos. Había escapado… por ahora.

El Último Adiós

Pero el daño ya estaba hecho.

Los humanos siguieron cazando, y la isla cambió. Cada vez quedaban menos jutías. Las noches en la Cueva Almeida eran más silenciosas.

Una madrugada, Jutijú salió de la cueva y miró el horizonte. Sabía que era el último.

—Lo intenté… pero no fue suficiente— susurró.

Cerró los ojos y dejó que el viento acariciara su pelaje. Su hogar seguía allí, pero su especie… no.

FIN

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