El ring de la inmortalidad

El ring de la inmortalidad

Epimo

08/03/2025

—Vamos franchute, enséñame lo que tienes… —dice el viejo, cargado de una vitalidad extraña y peligrosa.

Se mueve jovial y enérgicamente sobre el ring. El franchute, en la otra esquina, lo mira con seriedad. No se mueve, cuelga sus endebles brazos a los costados de su delgado cuerpo. Cualquiera diría que está enfermo.

El juez los llama al centro del ring.

—Quiero una pelea limpia. Nada de golpes bajos, nada de golpes en la nuca.

—Te voy a hacer papilla, como lo hice con Hemingway —recalcó el viejo. Lo dijo casi gritando, para que todos lo escucharan.

—Je suis préparé —respondió el francés, pero solo para el viejo.

El franchute lo hace mierda al viejo. Mientras tanto, en los palcos de honor, Dios y el Diablo, cada uno apostando a su gallito. Esto, como el fútbol para los mortales, es un espectáculo para Dios y el Diablo, que dejaron la comodidad de sus moradas para entretenerse con estos personajes. Los intrigan, los inquietan. Estos no son de su propiedad, estos fueron a parar a otro lado, ya que desarrollaron el hábito, más que la habilidad, de pensar por sí mismos. No tienen Dios ni ley, y dedican toda su eternidad a debates interminables que no hacen más que generar y alimentar las discordias entre ellos mismos, que bien orgullosos si son. Así pues, con tantas diferencias que no hacían más que alimentarse en la eternidad, encontraron en el ring la mejor de las alternativas para solucionar sus diferencias. No es que ésta sea su única posibilidad, es que fue lo único en que estuvieron de acuerdo. Además, están mamados de hablar, sus lenguas están cansadas, sus ideas desgastadas. Lo hacen como forma de entretención, distracción, como Dios y el Diablo se entretienen, ellos también lo saben hacer.

—Aquí, todos nos entretenemos como podemos. —dijo alguno de ellos.

El público grita, vitorea. Al público le emociona ver cómo se rompen la madre esos espíritus que rompieron la historia de la humanidad en dos. Les gusta saber que ellos también sufren de ira, de rencor, de orgullo, de hastío, de prejuicios. No eran tan diferentes, después de todo.

Después de mandar al viejo a la lona, el franchute señala al palco de honor.

—I wanna you here…

Les dice a Dios y al Diablo. Sabe bien que ellos solo saben escuchar cuando se les habla en inglés. El público estalla, grita, salta, da palmadas. El público también quiere estar en el ring, pero en el ring solo están los que son capaces, los que no tienen miedo, los que van por todo o nada. Por eso son tan pocos, y todos los admiran, incluso Dios y el Diablo, que esperan con ansias sus turnos para bajar al rin y romperse ellos también la madre.

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