La vida comenzó cuando ella se fue. Fue un despertar abrupto, doloroso, visceral para la comodidad en la que se encontraba. Jamás pensó en un comienzo ideal, le aterraba la idea de emprender el caminar solo con sus dos huellas, quería preparar el viaje de despedida de la mejor manera, como lo hacen los amantes a la antigua, con una sonrisa en el alma y el corazón roto. No sabía como caminar en aquellas calles donde reside la soledad, todo le parecía nuevo y aterrador, en cada paso se le iba un suspiro; a dónde ir, qué buscar, cómo estar, preguntas esenciales para un espíritu perdido, no hallaba respuestas en aquella noche tan terrible, su primera noche sin ella y su primer día en esta vida. Se dirigió a cualquier rumbo, le golpeaba constantemente ese recuerdo doloroso de su despertar, ella ya no estaría para limpiar sus lágrimas o tranquilizarlo en los momentos de agobio, se reponía de vez en cuando o al menos eso creía, porque las calles de aquella ciudad eran tan desoladas como su corazón inerte ante la desesperación de su pensar. Recorrió aquella noche todos los rincones, se abrazo a los recuerdos y le vino uno en especial, recordó los amores de dos amantes en su infancia.
Laura y Ramón, amantes que forjaron su destino en aquella juventud rebelde, eran observados por esas mentes infantiles e inocentes que presenciaban cómo en cada abrazo llevaban un beso, una caricia, un celo inquebrantable por querer estar juntos, a diario jugaban al amor como los niños jugaban al balón.
Ramón era el carnicero de aquella cuadra del juego amoroso, atendía con amabilidad a sus gentes, los escuchaba y les despachaba las mejores carnes para esas familias carentes de dinero y de afecto, al termino de cada jornada se iba a su casa a repetir ese hábito de hacer ejercicio, levantar pesas, hacer sentadillas, correr por la carretera, comer saludable, todo eso lo hacía antes de salir a ver a su bien amada, se bañaba y perfumaba para encontrarse con su novia que no había visto desde la noche anterior. Ojalá que aquel amor hubiese sido tan resistente como las casas en las que habitaban, pues vivían en la misma cuadra y por cosas del destino sus casas casi estaban enfrente de una con la otra pero unos metros hicieron la diferencia de no verse como los romeos y juilietas.
Laura, fue esa mujer que hacía de la vanidad su compañía, desde el clarear del día ya disponía a su belleza de la máscara del maquillaje, se arreglaba como la noche anterior para ir a trabajar a una zapatería, ahí tenía que ofrecer su amabilidad y belleza a los clientes, se iba en camión a su trabajo pero antes la acompañaba su vecino novio a la parada del autobús y la despedía con un beso para que no olvidará su amor incondicional y tuviera la suerte de vender tantos zapatos, se despedían con la ilusión de volverse a encontrar en unas horas, y así era, en la noche, después de un día ajetreado, sus abrazos los colmaban de amor, sus besos los reparaban del olvido que estuvieron durante el día, sus caricias los acercaban, no hay nada mejor que el calor humano para sentir el vacío de la vida.
Y fueron sucediendo los días, entre su amor y el juego de los niños, entre fiestas cotidianas y rituales sociales, iban a misa cada domingo, caminaban tomados de la mano como si nada les importará, ni las ventas de zapatos ni los kilos de carne despachados, eran amados recíprocamente, los días se convirtieron en semanas, los meses olvidaban las semanas, incluso los aniversarios se festejaban con globos y flores, era un amor bonito de esos que se encuentran en cada reja de cada cuadra en una ciudad poblada, se creían únicos, pero la pasión es un fuego que hay que hacer arder día a día, y no siempre depende de los amantes para que crezca, también de los impulsos sociales y económicos, de los religiosos y de las metas personales, y un día, el menos pensado, sucedió lo inimaginable, sus corazones ya no se miraron igual, sus caricias cambiaron, los abrazos se intercambiaron por lágrimas, y decidieron que ya no volverían a ver juntos a los vecinos jugar a la pelota, a las escondidas, a la traes, a todos aquellos juegos en donde solo eran espectadores, y sin más, los niños ya no vieron el amor solo la soledad de aquel lugar, el vacío de sus sombras dejó una huella imborrable en todos nosotros.
El alcohol se presentó como la única salida para Ramón, cómo calmar tanto dolor, cómo ahuyentar los recuerdos y la nostalgia si cada que salía de casa el mundo se le venía a bajo, su amabilidad cambio por silencio, las canciones de Chalino y los Tigres del Norte fueron las voces para su expresar su sufrimiento, el volumen de su bocinas no alcanzaban a expresar todo la rabia que vivía, no fue sufiente el dolor que ya estaba viviendo cuando se enteró que en unos días su bien amada se iba a casar con otro corazón, maldita desilusión que pega sin razón, trato de hacer de todo y no podía con nada, se perdió en las calles de la soledad, igual que todos los amantes despechados y vapuleados.
Laura abandonó por completo la cuadra donde se refugiaba entre abrazos y besos, donde creció entre juegos infantiles y deseos insatisfechos, se fue a buscar lo que no tenía, se embarcó para no volver, nadie a excepción de su familia, fue a su boda, era como si ni hubiese perdón para ella, no sabíamos si también sufría, si lloraba por Ramón, si cantaba con despecho a grito desesperado o si tomaba para olvidar las caricias de amor, solo con el tiempo supimos que la vida le dió la oportunidad de ser madre, su dolor lo cambio por alegrías maternales, se fue para nunca volver a la reja con su amor, no sabremos realmente si llegó a conocer la ciudad de la soledad.
Al despertar al día siguiente, la ciudad le era conocida, las calles eran más amables, la luz hace la diferencia ante la oscuridad, pudo encontrar un espacio para pensar a dónde irá con sus sueños, era el momento para descansar, tomar un respiro y empezar a convivir con sus monstruos, la lejanía lo acercaba más el, aprendió a convivir en su soledad pues sabe que los recuerdos jamás se irán, ama está nueva vida porque existen las posibilidades de ser diferente ante la soledad.
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