Juegos. Provocaciones. El tañido de dos copas de vino al chocar.
Ella sonríe. Tú le devuelves la sonrisa.
Cambias de tema, pero la tensión queda suspendida.
Insinuaciones en cada gesto, promesas en cada mirada. Susurros que mueren con esperanzas nacidas. Confesiones que se desvanecen en el aire.
Os acercáis sin daros cuenta.
Las estrellas brillan arriba. Las nubes os cubren, dejando solo sombras que bailan sobre vuestra piel.
Ella aparta la copa. Sus dedos rozan el cristal antes de dejarlo sobre la mesa. Al girarse, tú la rodeas con los brazos.
Dos se convierten en uno. Intelecto explota en sensación.
Vuestras bocas se encuentran, se exploran, saborean.
Un solo aliento. Una sola vida; compartida.
El mundo se disuelve.
Nada existe.
Solo ella. Solo tú.
Nada y placer.
Todo y pasión.
Tus manos empiezan a moverse, impulsadas por el deseo.
Viejos conocidos son redescubiertos en este cálido paraíso.
Las telas desaparecen, se deslizan, difuminan. Nunca han estado ahí.
Ella rompe el beso, su boca busca tu oído. Susurra.
Te dice que te ama.
Luego su risa se pierde en la noche mientras su aliento desciende por tu cuello; su boca sigue un camino que parece interminable, cada beso dejando una marca invisible.
La detienes. Tus manos la atraen de vuelta.
Tus labios vuelven a encontrar los suyos, y su túnica cae al suelo.
Tu piel encuentra la suya. Su pecho bajo tus dedos, bajo tu boca.
Objeto de tu deseo.
Ella se arquea. Respiración entrecortada.
El lecho os recibe. Reina la oscuridad. Y en este tierno escondite vuestro fluye todo lo que no se ha dicho en el día.
Murmullos y suspiros.
Susurros y gemidos.
Calidez que se convierte en humedad.
Sonidos que te hablan de un mundo que jamás llegarás a entender.
Texturas y sabores.
Y dolores y amores.
Y dedos y manos que estremecen.
Y bocas y lenguas que aúllan Verdades.
Y un cuerpo que son dos que se hacen uno.
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