El Nazi del Plaza
En una de aquellas noches de los largos agostos de la otrora verde y calurosa Ciudad Bolívar. El cine Caribe estaba a reventar, balcón y galería full; en la pantalla terminaba
perdiéndose a lo lejos, sobre una playa larga, haciéndose cadáver galopante, Charlton Heston, que así le decíamos, El Cid ganando después de muerto.
Esa noche andaba con Norita; la llamaba así no solamente por cariño, sino porque era chiquita, casi enanita. Entre el desorden, tomamos las escaleras exteriores y fuimos a parar
a la heladería de la esquina, una barquilla. Mi amor, que sea de fresa, me responde Norita. Ok.
Manolo y sus hijos no se daban abasto ante la multitud de pedidos; más de uno se le iba sin pagar. Sabrosos los helados de Manolo, pero más sabrosa estaba Pilar, la mayor; Norita,
mosca, no me quitaba el ojo y marcaba territorio, negro, pásame las servilletas, mi amor. Calladito solo digo: hola Pilar.
Agarrados de manos, no fuimos caminando hasta la casa de Norita, pasamos al recibo, ¿cómo está hijo?, me dijo su mamá. Buenas noches, bien, mi doña le contesto
y rápidamente nos fuimos para el lateral. El mangal acentuaba la oscuridad, besos largos, no te vayas todavía, espera un ratico más, pero chica, ahí está tu mamá y aquí no se
puede. Se oyen voces en la acera; llegan Pedro y su novia, amigos de la casa. Nos ponemos a conversar, el quince viene la Billos Caracas Boys, va a tocar en el Club del Comercio, tú vas, me dice Pedro, me tardo en contestar, miraba
a Sonia, qué buena está, sus gestos, ojos y boca, mandaban señales de ser candela a la hora de bonchar, para mis adentros, pensé, a este bolsa si no le da donde es, lo van a cachear, no sé,
mi llave, por fin conteste. Sonia y Nora se pusieron a cuchichear y suspirar. Pasó un largo rato, llegaron las once, mijitos, vayan a dormir que hay que trabajar, se escuchó desde adentro. Hasta mañana,
doña. Sonia y Pedro salen, ella con un tumbao suave en el caminar, Pedro voltea de golpe para chequear rápidamente, abrazo a Norita y la beso, despedida larga saliendo del mangal.
Luego de haber dejado a Nora en su casa, me vine caminando las dos cuadras y media que me separaban del Plaza, perros ladrando, la noche quieta, de vez en cuando pasaba un carro, los panas
de la Siegert me ven venir, ¡Épa tipo!, que hubo les contesto, a plena voz me gritan: te estás tirando a Norita, vagabundo; ofensa y bromas que había que aguantar.
En la India, esa noche no había nada. Antes de sus cervezas, los borrachos de siempre cabeceaban. Sigo hasta el Carapa, gran soledad, cambio el rumbo, entro en el Plaza, tras la barra,
el portugués Antonio, sobre la barra dos personas más: Fucho, escudriñando su gaceta para ver qué caballos iban a ganar, más allá, el doctor Muñoz, corbata larga y sucia, pero
los dos.
Que estará pasando que hoy viernes, esto es pura soledad, que va, no me voy para mi casa sin echarme una, Antonio, un tercio frió, por favor, montado en el taburete incomodo,
no fue una fueron tres, ya me disponía salir, cuando se abrió la puerta, se salvo la noche, entraban, Biloga, Burringa y Butútu, traían a rastras al Cochino, mas borracho que cuidador de alambique.
Que hubo, llaves, ya me iba, ni loco te vas, una ronda Antonio y nos pegamos, nos fuimos para una mesa, sentamos al Cochino en una silla, con los brazos detrás del espaldar, al quedar
a contra luz, fue cuando lo pude apreciar, allá tras en la semi oscuridad estaba el “pisa pasito”, mirándonos, quieto casi sin respirar, inmediatamente, no por gusto, más bien siguiendo ese
protocolo no escrito de los bares solitarios, le mandamos un trago, al recibirlo, levanto la jarra de liza a manera de saludo.
Era un ser misterioso, en el bar, siempre se sentaba apartado de todo el mundo, distante y en silencio, no quería dejarse notar. Aquel “musiu” viejo, bajo y gordo, en el
calorón de Ciudad Bolívar, siempre andaba con un traje de color oscuro indefinido, saco, camisa blanca y corbata, dos pañuelos, uno en el bolsillo superior del saco, el otro en la mano, húmedo de
tanto sudor, aparecía de pronto y de golpe, no estaba.
Se acercó hasta nosotros, parándose muy tieso, con un movimiento casi imperceptible, inclinó su cabeza y dijo, arrastrando las palabras: “buenas noches, gracias”;
por su acento, de inmediato pensamos que era alemán, y no sé si fue por los tragos o por no tener nada que decir, me paré, choqué torpemente los tacones, levanté mi brazo y grité:
¡Heil Hitler, machete!
Aquel hombre, de blanco, pasó a gris, sus ojos se abrieron desmesuradamente, abrió la boca, no salió sonido, se ahogaba, dio dos pasos atrás y casi corriendo, se
marchó y, saliendo del bar, se perdió en la noche.
Butútu, con voz de beodo señalo: ese bicho tiene que ser un nazi, anda huyendo, viste como se cagó
Desde esa madrugada, más nunca lo volvimos a ver al siempre sudado alemán, se esfumó.
RELATOS DE MI VIDA/ marzo 2007/
PASEANDO AL PERRO
Por encargo salgo a pasear al perro y son las seis de la tarde; encuentro una calle que pareciera estar en el lapso de dos a tres de la mañana,: no se ve un alma.
Los equipos de aire acondicionado, roncan al máximo tratando de cumplir con su misión. No pasa un carro, la oscuridad es apenas rota por las débiles lámparas del
alumbrado público. Todo el mundo está encerrado a cuatro llaves.
Los demás perros ladran cuando Perro y yo pasamos. Nadie sale, nadie se asoma. A usted lo desaparecen y nadie se dará cuenta.
Se acabaron las tertulias de vecinos, no se tiene tiempo para la interacción social y nadie va andar en esas cosas si se está ocupado haciendo rendir la poca comida y de ñapa,
estirando el poquito de agua que va quedando en los recipientes que se llenaron con la lluvia.
Perro ladra como diciendo: ¡vámonos que aquí espantan!
Ciudad Guayana-Venezuela / 2023 / Relatos de mi vida
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