«CUMBRES DE LA REVELACIÓN: EL LEGADO DE LAS ALTURAS.»

«CUMBRES DE LA REVELACIÓN: EL LEGADO DE LAS ALTURAS.»

En las cumbres escarpadas de una montaña olvidada por el tiempo, donde el viento susurra secretos antiguos y las nubes parecen rozar la eternidad, llegó un hombre, cargado de preguntas y con el alma desgarrada.
Su nombre era Felipe, y sus pasos, pesados como el plomo, lo condujeron al umbral de un convento milenario, sus piedras desgastadas por siglos de oración y lágrimas.

Las campanas tañían con un lamento grave, como si el cielo mismo lo llamara.

Los monjes, figuras austeras envueltas en túnicas raídas, lo recibieron en silencio, con miradas que atravesaban el velo de su corazón. “Has venido a buscar”, dijo el abad, un anciano de rostro surcado como un mapa de sufrimiento y redención, “y aquí hallarás”.

Lo guiaron a una celda fría, iluminada apenas por el temblor de una vela, y le pusieron ante sí las Sagradas Escrituras, un tomo encuadernado en cuero que parecía latir con vida propia.

Día tras día, Felipe se sumergió en aquellas páginas. Las palabras, al principio extrañas y distantes, comenzaron a danzar ante sus ojos como brasas que encienden un fuego oculto. Los salmos le arrancaron lágrimas; los evangelios, susurros de esperanza; las epístolas, un martillo que quebró su orgullo.

La fe que traía, frágil como una hoja seca, fue tamizada por la sabiduría de los profetas y nutrida por la verdad eterna.

En la soledad de la montaña, entre el crujir de las vigas y el eco de las oraciones nocturnas, Felipe se encontró a sí mismo, renacido en el crisol del conocimiento divino.

Ya no era el hombre perdido que había ascendido. Bajó de la montaña con el rostro iluminado, llevando en su pecho un fuego que no se apagaría jamás, forjado en el silencio sagrado del convento.

– Marcelo Caputo

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