Eres la luz que no titubea ni parpadea
aun cuando el viento arrecia en soledades.
La orilla firme en la tormenta donde desovas
la convicción de ser mi refugio y mi certeza.

Eres el atardecer y el alba de mis días,
el cauce fiel para los ríos de lágrimas vertidas.
La casa erguida entre sombras de promesas
y el leño encendido en los inviernos de noches frías.

Con la fuerza de tus manos de amor tejiste
los cimientos de aquello que nos cobija.
Las piedras sobre tu vientre y espalda dolida,
acuñaron el nido donde amar también dio la vida.

No hubo mar que no cruzaras aun sin salvavidas,
ni abismo que no enfrentaras, aferrada a tu guía.
Heridas que no sanaras aun sangrando por días,
las úlceras de amor que trajo la marea entre sal y aguas vivas.

Y aunque el tiempo nos marque con sus agujas impiadosas
con surcos de historias, penas y alegrías,
al mirar tus ojos todavía encuentro el reparo a mis infiernos
donde purgo mi ceguera de no darte lo mejor de nuestros años.

Aciertos, errores y batallas desfilan por la avenida
donde las fortalezas y debilidades aplauden y saludan
a la nada y al todo que no han quebrado este lazo.
Las victorias que afloraron y las derrotas que se exudan.

Hoy me renuevo. Necesario abrazo a tu cintura
como el niño que tantas veces en tu regazo,
acurrucó los sueños junto a los tuyos,
entre murmullos, susurros y los te amo.

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