(A modo de disculpa)

(Perdóname, Quidam, porque no te mereces este escrito burlesco. No sé por qué lo escribo, pero es que me paso últimamente los días pensando en tus cosas, imitándote en casa sin parar, y creo que había una necesidad por mi parte de homenajearte. Aunque suene a crítica, a queja, a sorna… No lo es. Es un sentido homenaje, que es lo que te has ganado a pulso. Me doy cuenta de que es un homenaje que he ido elaborando poco a poco, sorbo a sorbo, hasta que ha cogido un tamaño que se me ha escapado de las manos.

Y es que este es un texto que he ido redactando desde hace casi 10 años, a intervalos, sobrecargados todos ellos de incredulidad y desesperación provocadas ambas por el fulgor indomable de tu esencia más prístina. Aquí y ahora, cuando termino de pulir estas frases de dentro de este primer paréntesis, observo que se mezclan párrafos, líneas y palabras de diversas épocas biográficas, todas con un denominador común: surgen justo tras una convivencia contigo, convivencia que ha venido siendo intermitente a lo largo de esta última década, y que siempre me ha dirigido de manera imperiosa a este espacio virtual en el que empecé a escribir.

Temo no poder finalizar jamás este escrito y que con cada encuentro me vea forzado a volver a descargar palabras. Temo que seas inmortal y tus apariciones no tengan fin. Te temo tanto que a lo largo de este ensayo paso de dirigirme a ti personalmente a dirigirme a los lectores narrando tus peculiaridades, porque no me atrevo a mantener mucho tiempo un contacto directo contigo, aunque sea literario-ficticio. Temo que tengas superpoderes y puedas leer este texto sin haberse publicado. Temo incluso que todo lo que a continuación se expone no sea sino la consecuencia de una actuación teatral tuya dirigida a mí con exclusividad con el único fin de que, tras quedar maravillado con tus atributos, escriba sobre las extraordinarias vivencias que proporcionas a los humanos. Temo que sea un plan elaborado con alevosía, frialdad y con gran disimulo por tu parte, tal es la singularidad de tu Obra, de tu Vida. Incluso temo que la mujer que te quiere – practicante del verdadero estoicismo, y no el que preconizaba Séneca- haya igualmente interpretado un papel en aras de seguirte el juego y provocar en mí la necesidad de crear este extraño escrito de desahogo.

Pero después me tranquilizo y entiendo que no he de temer nada, que lo que me has ido mostrando a lo largo de los años forma parte de algo tan grande que aún no logro comprender del todo, que soy muy insignificante a tu lado, que tu naturaleza es única y que yo he sido bendecido para, mediante estas palabras, dar fe de los pasos de tu Existencia).

I. Breve Introducción

Me está mirando, arquea las cejas y se muerde ambos labios, sacando de sus órbitas los ojos. Balancea su chorla ligeramente hacia la izquierda. Estoy perdido. Quiere hablar conmigo de alguna de sus chorradas. Tiene argumentos estúpidos a los que ha llegado esta misma mañana, se siente orgulloso de ellos, y pretende exteriorizarlos, plantearlos, ser escuchado. He aquí la forma en la que sueles exponerte en sociedad, querido Quidam, o al menos, en la sociedad en la que Tú y yo coincidimos, donde lo que prevalece por encima de todo es el deseo, tu deseo, de explicar algún detalle de la actualidad, dentro de tu inquietante mundo interior, que solamente Tú entiendes debe ser explicado.

Te estimo, Quidam, así que perdóname nuevamente por lo que aquí escribo. Eres buen tipo, no tienes maldad, no vas de intelectual ni eres petulante… Pero me irritas. Estás sencillamente «amamonao«#bocadillo, y hay que decirlo. Es un amamonamiento suavón, no dañino, nada alevoso, pero entras plenamente, por derecho, dentro del concepto de «amamonao«.

No es que seas un pelmazo, no es ese el concepto, es otra cuestión. Es otra visión de la vida. No eres nocivo ni malvado. Eres sencillamente un Quidam. ¿Y qué es un Quidam, preguntarás interesado? Pues un Quidam eres, precisamente, Tú.

II. Profundizando en el concepto de Quidam

Intento explicarlo. Naciste para darle significado a esta palabra, por eso digo que Quidam eres Tú. Todo Tú es quidamismo global, mayúsculo, imponente. Es tu porte, tu forma de discurrir, tus palabras, tu mirada, tu semblante, tu forma de andar, tu tozudez… ¡Todo! El Universo te dio una misión especial, eres el Elegido para mostrar al mundo las Enseñanzas Quidamistas, consistentes básicamente en un absurdo existencial, en una gran inoperancia funcional global y en una insensatez generalizada. Algún sentido tendrá tu Misión en la vida, porque está claro que haces maniobras de despiste para provocar la confusión a tu alrededor; tanta irracionalidad mantenida no puede ser cierta.

Te enfrascas en conversaciones estériles, huecas, pueriles, durante horas si hace falta… La mujer que te quiere -¿en qué lugar se enamoró de Ti, por Dios?- suspira cuando acometes cualquier terquedad de las tuyas, y no sueltas el tema… Coges cualquier asunto cotidiano que te llama la atención y lo proyectas sobre el foro en el que te muevas ese día. ¿Cuál fue el último gran debate quidam? Ah sí, que te extrañaba mucho que un funcionario de correos quisiera dedicarse a la política… La mujer que te quiere, el Señor le conceda un paraíso en el cielo, bufaba cuando se asomaba a la sala y oía las polladas que nos dedicabas. Nadie se atrevía a opinar. ¿Para qué? ¿Para prolongar aún más tus parrafadas cargadas de pamplinas? Las tonterías que expresabas eran tan insulsas, dentro de lo absurdo del tema, que caían por su propio peso.

Eso sí, la vehemencia con la que acompañas tu oratoria es merecedora de ser contemplada desde la admiración y la fascinación; esas pupilas engrandecidas posándose sobre los aterrados espectadores, ese tono de voz alcanzando registros propios de un senador romano, ese ritmo en tu dialéctica sin inflexiones dubitativas… Efectivamente, admirable y fascinante.

Mis jornadas preferidas son las que dedicas a la política. Amigo Quidam, ahí te explayas. Gesticulas, abres los ojos, volteas cejas, asientes a tus planteamientos ante los interlocutores mientras te muerdes el labio superior, y tragas saliva autoafirmándote… Eres un espectáculo, y de veras me admira tu fortaleza mental y los decálogos que te sacas de la chistera, decálogos de auténticos despropósitos, ruinosos y piltrafosos, y que tienes a bien compartirlos con el resto de la humanidad.

Deberías escribir esos Decálogos en Libros Inmortales cual Texto Sagrado Religioso, para que queden plasmados en ellos tus pensamientos y particular filosofía de vida, y se lean y estudien en colegios, universidades, mesas políticas, y quién sabe, surja un movimiento religioso en tu honor. El Quidamismo. Me emociono de pensarlo.

Te tengo calado. Una de tus actuaciones favoritas es aquella en la que inicias un discurso desde la nada contextual, que ya tiene mérito, discurso que arranca planteando un problema para acto seguido aportar casualmente la solución, añadiendo como soberbio remate tu ya famoso «por sentido común, por sentido común», invocándonos a reconocer tu gran y formidable sentido práctico de la vida. Los presentes nos miramos de soslayo, y nos asustamos de tus procesamientos mentales, sin atrevernos a afirmar o a negar nada. En este punto hay que extremar el cuidado porque lo que andas persiguiendo es el debate. Buscas el debate. Y los congregados habituales, sabedores como nadie del modus operandi del Quidam, conocen la mejor ruta para que el debate no sea una realidad: no decir ni mu. El muy mamón insiste en su empeño de debatir lo planteado en su argumentación, y repite en forma de pregunta su última frase buscando una respuesta que, gracias a los dioses, nadie se la da.

A continuación, en aras de seguir profundizando en el concepto de Quidam, pormenorizo algunas características más acusadas de dicho concepto:

a) Tautología y Quidamismo

Me he fijado bien, y eres un Recalcador de lo Obvio: tus palabras no hacen si no subrayar una situación o contexto más que evidente para todos en lo que supone un ejercicio tautológicamente extremo. Esa tautología verbal se acompaña de tus gestos faciales: la mandíbula, los labios, los ojos, las cejas, la frente… Esa tautología gestual exacerba aún más lo innecesario de tus frases, resultando la imagen que irradias la de un ser quidamtautológico que desprende un aura de inmarcesibilidad aterrador.

En ocasiones entras en un bucle tautológico interminable del que únicamente te saca -nos saca – la mujer que te quiere, que todo sea dicho, tiene un umbral de tolerancia hacia tus tendencias tautológicas verdaderamente bajo, y eso se agradece en estas situaciones, pues va ser normalmente Ella elimina todo intento por tu parte de mantener el bucle.

A partir de ahora, desde esta línea, veo más que justificado el escribir la eme de Tu mujer con mayúscula, pues sin duda es una criatura celestial a la altura de las más grandes criaturas celestiales de la historia.

b) El Quidam empresario

Y si fueran solo conversaciones… ¿Y tus proyectos? ¿Y la gilipollez perenne supina de tus proyectos? La Mujer que te quiere, beatificación urgente y con carácter retroactivo desde ya, ha tenido que soportar tus ideas apoyándote además de en lo económico, en lo moral, desesperada hasta el punto de llorar de ridiculez ante la hoja de ruta que diseñabas. Pero tú, como buen Quidam cabezón, te empeñabas, erre que erre, hasta que la realidad resultaba tan abrumadora que había que recular sí o sí. Me imagino tus pensamientos quidamistas echando números y cuentas en tu casa, resoplando, buscando alternativas aún más absurdas, hasta que la Mujer que te quiere, Santa Hembra entre las Hembras, con lágrimas de impotencia, te hace ver la realidad. Pagaría por haber visto esas escenas donde tú seguías diciendo gilipolleces para mantener a flote tus proyectos, con esa vocecilla finita e inmadura, agarrándote a un plan b y c y d, mientras elevas hacia el infinito tus cejas.

Hay que reconocerte, en estas aventuras empresariales en las que te embarcaste, unos, con perdón, huevos impresionantes, aunque otras personas lo calificaran en su momento de insensatez e irresponsabilidad demenciales. Te animaste a hacerlo una vez finalizaste un Máster que te tuvo enredado año y medio, y que por supuesto, te lo financió la Mujer que te quiere – ¿no era Nietzsche el que decía que en el amor siempre hay algo de locura?

Y digo que hay que reconocerte unos, con perdón, huevos impresionantes, porque verdaderamente actuaste sin experiencia y sin apoyos económicos o personales. Bueno, enredaste y comprometiste, recuerdo ahora, a varias personas del entorno de la Mujer que te quiere, incluida la propia Mujer que te quiere – ¿no era de nuevo Nietszche el que decía que todo lo que se hace por amor está por encima del bien y del mal?-. Tuvieron que encargarse de la publicidad de tu negocio y de atender personalmente el mismo, provocando crisis de ansiedad a diestro y siniestro que tendías a minimizar. Y también recuerdo, ahora que caigo, cómo te hiciste cargo de los ahorros de la Mujer que te quiere – y otra vez con Nietzche: ¿no decía que la edad de casarse llega mucho antes que la de quererse? para iniciar la aventura enloquecida empresarial que por poco provoca un giro copernicano a tu biografía: sin pareja y sin apoyo financiero, atestado de deudas y sumido en una crisis afectiva nada desdeñable.

Pero el destino no quiso que te abandonaran, y ahora, todos te queremos y alabamos. Y este escrito se está llevando a cabo, gracias a la Divina Providencia.

c) El Quidam y el Amigo Invisible

Y si fueran solamente tus conversaciones y proyectos… Pero es que lo bordas en cualquier ámbito de actuación. Aún recuerdo cuando en un Amigo Invisible navideño, te pediste… ¡Un mueble de IKEA! Por supuesto, ese año me tocaste a mí, y te hice ver a través de la Mujer que te quiere #bocadillo– ¿la absurdez existencial está recogida en el código civil como causa admitida de nulidad matrimonial? -, que no estaba dispuesto a ir a por el mueble al quinto coño, acondicionar los asientos traseros de mi coche para que entrara el armarito de los cojones, dejarlo unos días en mi casa, volver a colocarlo en mi coche cuando tocara el reparto de regalos y trasladarlo cuando a ti te saliera de los huevos… No señor, no. Ahí tuvimos un encontronazo, y resultó tan desagradable para el resto de las participantes, los cuales se habían pedido cosas normales que piden las gentes normales (libros, música, aparatitos electrónicos, ropa), que ese año se suspendió el certamen gracias al Quidam Invisible. No sólo se suspendió ese año… Ya no celebramos el Amigo Invisible desde tu petición. Lejos de encorajinarme contigo, te cogí más aprecio si cabe, porque entendí que tu naturaleza era así, era inevitable para ti no entender las molestias que acarreaba tu solicitud. El incidente creó unos vínculos entre tú y yo con los que forjamos una amistad de ensueño, para toda la vida, como puedes ver.

d) Otras consideraciones finales: la risa, el cráneo y la inmunidad quidamista

La otra tarde, te vi mientras caminabas al sol, tú de perfil. El sol exaltaba tu quidamidez global. Eres quidam hablando, gesticulando, andando, y riendo. Finalmente riendo. Cuando te ríes de esa manera escandalosa, aguda y chillona, espontánea, infantil y patética, dejas mucho que desear como persona humana. No digo yo que no seas una persona cuando ríes, pero no humana. La Mujer que te quiere, Doña Paciencia Infinita, te lo debería decir.

Punto para el estudio exhaustivo supone tu particular anatomía craneal. Creo e intuyo que tus neuronas, si es que debo usar el plural, se concentran mayormente en el borde supraorbitario y apófisis cigomática, que de manera bilateral, adornan tu gran hueso frontal, que lo tienes muy desarrollado, y aunque me podrás decir que anatómica y fisiológicamente es imposible, más imposible resultan los pensamientos y los actos con los que nos has obsequiado los últimos años, y ahí están. Hay algo simiesco en dicho hueso frontal, con esas prominencias anatómicas tan exacerbadas. Y te estás quedando calvo; eso te pasa por abusar del secador de pelo, so ciruelo.

Pero dentro de todo el espectro de tus habilidades, hay una que me tiene absolutamente anonadado, y que me causa verdadera devoción. No fuiste inmunizado en la infancia, cabrón. Eres Fuerte. Un ser Fuerte y Simiesco, una roca que ha podido con todo, lo físico y lo psíquico. La naturaleza no ha podido contigo. Tú has sido más fuerte que la naturaleza. He de reconocerte que eso me aterra sobremanera, porque a veces no pareces muy humano, y me pregunto qué clase de criatura puedes ser.

III. Lado negativo del Quidam: gorronismo exacerbado y efectos del alcohol

No todo va a ser bueno. Por ponerte un pero, amigo Quidam, hay que reconocer lo extremadamente gorrón que eres, cabrón. ¿Cuándo has invitado tú a algo? La Mujer que te quiere -¿cuándo acaba el amor y empieza la desesperación?- te ha pagado, que yo sepa, esta pequeña lista: los últimos años de estudios, un pedazo de máster, hipotecas, luz, agua, papel higiénico, coches, secador de pelo, gimnasios, impresoras#bocadillo, papeos… Que yo sepa…

Te lo han pagado todo, y eso me lleva a preguntarme si no me gustaría ser yo el Quidam. ¿Cómo lo haces?

Y por ponerte un último pero: hay que ver cómo tragas. Comes como si no hubiera un mañana, especialmente cuando tú no pagas, es decir, siempre. Recuerdo cuando te jalaste un flan entre los entrantes y los primeros platos… ¡Un flan! ¿¡De dónde salió ese flan!? Lo vi con mis propios ojos, y los comensales acompañantes se preguntaban si era cierto lo que acaban de contemplar. Tú reías en tu mundo, disfrutando a un mismo tiempo en tu boca, la deliciosa mezcla de patatas fritas, flan y el dulce sabor de estar siempre invitado.

Y en esas comidas, ¡qué decir de ese saber estar para colocarte en la parte de la mesa desde donde se llega mejor a todos los platos! Es algo digno de reconocimiento mundial; entiendo que no habrá nadie en el mundo con esa habilidad tan desarrollada, y es la Mujer que te quiere -si Enma Bovary se hubiera casado contigo, se habría suicidado en el índice del libro, no en el capítulo pertinente la que ha de retirarte el plato común para que dejes a los demás una porción de viandas.

Por último. El alcohol. A todos nos sienta como nos sienta, nos desinhibe y todo el rollazo que todos sabemos.… Pero lo que hace contigo no está publicado aún por la ciencia. La forma de reír y sollozar al mismo tiempo, sin parar de engullir lo que haya en la mesa… ¡Uf! La forma de hablar cantando, o de cantar hablando, sin parar de jalar, con la boca llena, mientras ríes y sollozas… Te prefiero con alcohol, esa es la verdad; ebrio eres menos Quidam, digamos un Quidam al 70%. Así que yo, cuando coincidimos en la mesa, te sirvo cerveza sin parar, para que no aparezca el full-Quidam, o Quidam al 100%, que siempre, con sus peroratas, será peor que un Quidam rebajado/ embriagado. En fin.

IV. Epílogo. Quidamismo resumido:

1) Una habitual presencia en las reuniones más señaladas, a sabiendas de que es invitado (que no va a pagar un duro, vaya), y en las que desarrolla un optimismo que va en aumento así como una prestancia entre los contertulios donde abusa de lo típico y de lo tópico, mostrándose solícito ante todo y ante todos, así como excesivamente jovial.

2) Derivado de lo arriba expuesto, una irritante tendencia a sacar temas de conversación previamente meditados por él, absurdos, infantiles e impenetrables.

3) Muy paralelo a lo arriba recogido, una molesta inclinación por generar y mantener debates; normalmente, solo logra generarlos por unos minutos; ante la falta de participantes, el debate no se suele mantener, optando el Quidam por seguir comiendo.

4) En consonancia con lo escrito en la última línea, una inquietante apetencia por engullir todo lo que aparezca por la mesa. Es de destacar que ya entre los entrantes destaca su savoir faire, persiguiéndolos con los ojos desorbitados y el cuello hacia delante conforme aparecen en su campo visual. Sabe ubicarse en el centro de la mesa, equidistante a todo, y se apropia de las fuentes comunes hasta el final de la jornada.

5) En franca correspondencia con el párrafo anterior, al final de la jornada está ya bien cargado de alcohol, sustancia que paradójicamente, le rebaja el quidamismo, siendo para mí un ser más soportable, aunque no para de hablar entre risotadas melodiosas agudas espeluznantes. Es en esos momentos, cuando la Mujer que le quiere -Penélope, la parienta de Odiseo, resulta ser una persona impulsiva a su lado-, le retira el brebaje espirituoso que tiene entre manos.

6) Como broche a este epílogo, recalcar que su Misión en la Vida es aún una incógnita para muchos, desconociendo el sentido de todo cuanto se ha dicho aquí. Pero que no seamos capaces de vislumbrar dicha misión no significa que no exista, lo cual es muy preocupante. Porque algo hay. Un sentido a su Existencia tiene que aparecer tarde o temprano.

V. Redisculpas

Y de nuevo, perdóname, Quidam, ya no hablaré más de ti. Era y es, y seguirá siendo, un simple desahogo, porque a pesar de no ser mal tipo, abrumas. Te aprecio aunque no lo puedas entender. Yo tampoco puedo entender tu Obra.

Y te temo, también te temo. Es todo una mezcla rara, porque los superhombres como Tú provocan este tipo de reacciones, supongo.

Ya me callo, ya no hablaré más de ti. Aguantaré como pueda cuando me toque jornada quidamista, pero no volveré a escribir. Ya me callo. Y no creas que me caes mal, al revés. Además, creo que el relato o ensayo que te estoy dedicando, tiene demasiadas palabras, pero Tú te las mereces, Quidam de mis entrañas.

Piensa que es un homenaje, insisto en ese concepto. Es mi forma de agradecerte todas esas horas anodinas que en principio estaban destinadas a ser aburridas, tediosas y previsibles, y que gracias a Ti se volvieron originales, únicas e incomprensibles, dentro de un marco en el que el Absurdo cobró un valor tal que ni Albert Camus hubiera sabido manejarlo y aprehenderlo con maestría.

Algún día te entenderé. Algún día me perdonarás.

Ya estoy callado.

VI. Añadidos por mor de la convivencia ocasional

P.D. (I). Quidam 2.0. Perdóname de nuevo, Quidam, pero la culpa la tienes tú. Dije que me callaba ya y no ha sido así. A causa del destino, tú y yo hemos coincidido en un grupo de whatsapp, tan de moda últimamente. ¿Sabes ya por dónde voy? Sí, lo sabes. Eres de los que más participan, y además, en tu línea de decir no ya chorradas, que eso el que más y el que menos… Es que eres Un Quidam Superior, inagotable, extremista, yihadista del quidamismo… No te había imaginado como Quidam 2.0, pero resulta que terminas de quidamear en whatsapp lo que no quidameas en el mundo real… ¿Cómo lo haces, so cabronazo? Silenciado estás ya, so mamón.

P.D. (II). Los presupuestos. No sé cómo he vuelto a llegar hasta aquí, pero creo que la culpa es de la última comida que tuvimos en común. Me diste un coñazo con los presupuestos autonómicos, que creo, que no me merezco, honestamente. Me recordaba al coñazo que le da el tabernero al médico en la película Amanece que no es poco. Pero lo que me hizo gracia fue el razonamiento final, es decir,a través del presupuesto de la autonomía, tú no entendías los gastos que se habían realizado sobre la base del déficit existente… ¡Tú!!!! ¡Que has hecho lo que has hecho, bribón, pecador…! ¡Tú! ¡Que has despilfarrado y puesto en peligro el dinero de tu familia para acometer tus proyectos empresariales infantiles, estériles, incongruentes y ñoños! Te admiro cada día más. Te quiero.

P.D. (III). Las mascarillas y la distancia social. No he podido resistirme. Habías mejorado mucho, y afortunadamente, te habías ausentado con frecuencia en las reuniones comunes. Pero ayer, volviste por tus fueros. Vaya disertación más absolutamente quidamista largaste sobre la distancia social por la pandemia y su dimensión distópica y filosófica, proponiendo alternativas como que una aplicación de móvil nos mantuviera debidamente separados mediante señales acústicas. No tengo palabras para definir mi desazón. ¿Te escribes el día anterior un guion que memorizas y sueltas con aparente naturalidad? ¿Cuál es tu secreto para tu despampanante oratoria? ¿Qué es lo que escondes?

P.D.(IV). La casa de la playa. Perdóname de nuevo, mi querido Quidam, pero es que eres sublime. Resulta que llevas meses sin aparecer, y de repente, olvidas tus oposiciones y accedes a ir al piso de la playa. Míster Gorrón Mayor del Reino. Nadie como tú. Defecar en el mismo váter.

P. D. (V). Miscelánea. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. Ayer tuve el placer de coincidir contigo unas horas, y he acabado nuevamente en esta página. No sé expresar lo acontecido. Habías cambiado, eras una persona más madura, pero aún así, no parabas de hablar de todo como si fueras el Creador del Creador. Eran momentos mágicos, irrepetibles, que resumo brevemente:
* el acuífero: estremecedor vocablo utilizado en uno de tus discursos para explicarnos el curso natural de una corriente de agua que desembocaba en una alberca. Entré en éxtasis.
* la suciedad del fondo de la piscina: solo Tú podrías reparar como reparaste en las pelusillas irregulares que se depositaban en el fondo de la piscina, vaporosas y temblonas a través del agua transparente, en un diciembre que nos eximía del baño e incluso de la contemplación piscinera. Solo Tú podrías explicar como explicaste el origen de esas pelusillas, con unas parrafadas acerca de los movimientos del agua en verano y del reposo de las mismas en invierno, absolutamente asombrosas.
* el desagüe del seno de la cocina: cuando la cocina se anegó parcialmente a la hora del café, la persona de la casa tomó las riendas y encontró la solución momentánea. No era para tanto. Resultó apoteósico cómo apostillabas y apuntalabas las frases resolutivas del dueño de la cocina, recalcando tautológicamente sus explicaciones, que permitían acometer la tarea de hacer, por fin, café. Esa última frase tuya…»yo te he entendido perfectamente» dirigida al amo del mesón, ante la desconfianza de otros seres tras el arreglo parcheado, me conmovió, pues rezumaba esa sabiduría global tan tuya en ese estado tan tuyo de optimismo ocasional que te genera una verborrea desatada in crescendo. De tus mejores faenas, sin duda. Como los buenos vinos, mejoras con la edad.
* operaciones económicas: el leñazo con el que me obsequiaste al respecto de tu nuevo trabajo, con detalles conversacionales acordes con ese optimismo tan tuyo, me hizo recordar un episodio de Bob Esponja, donde Patricio, merced a un golpe en la cabeza, pasa a ser un tipo inteligente. ¿Te había pasado lo mismo, querido Quidam? Todas esas explicaciones que me dabas sobre cuantías y movimientos monetarios, cómo reñías a otros compañeros para corregirlos, esas lecciones moralizantes que incluías.… Bueno, que me ha gustado volver a verte, pues he podido apreciar madurez y sabiduría, entre otras brillantes cualidades. En lo negativo, tienes más frente. O menos pelo, como prefieras. Y reitero mis excusas por haberme metido nuevamente en las posdatas.

P.D. (VI) Sentado tan ricamente. Las oposiciones. El tenis. Me da muchísimo reparo recuperar esta página, irme al final de la misma, y seguir escribiendo sobre ti, pero es que la fuerza de tu idiosincrasia, en la última reunión, me ha llevado a realizar esto que hago precisamente ahora, escribir sobre las características de ese encuentro. Me pongo un poco serio, macho, porque a veces se te olvidan las personas con las que nos relacionamos. A mí me da igual que me acribilles con tus parrafadas infumables y con tus delirantes actos, pero la educación con las personas mayores que nos cuidan no debe faltar nunca.

El primer día del año hay que portarse mejor con los que nos rodean, sobre todo si son personas mayores. Tanto este primer día como el día de nochebuena, a la mesa, ante la falta de asientos para todos y gente de más edad que faena para arriba y para abajo en fuegos y barbacoas, tú te ubicaste desde el minuto menos uno en la mejor zona de la mesa, tan bien sentadito, con el solecito en tu amplia frente, con tus mandíbulas sin parar de ascender y descender… ¿No te dio apuro alguno? Yo, que no es que me merezca el nobel al altruismo ni a la generosidad precisamente, en ambas citas, deposité mi trasero en el armazón de cemento del pozo adyacente a la mesa para dejar libres los suficientes asientos destinados de manera tácita a estas personas de cierta edad que, una vez finalizaran su trabajo al pie de los fuegos diversos -cocinando para todos nosotros-, se pudieran sentar cómodamente. En fin, me ha llamado la atención y quería reflejarlo por escrito.

Y además de eso, las conversaciones que te traías eran para tirarte al pozo sin pensarlo. Aguzaba el oído desde precisamente el pozo para enterarme de lo que, sin cesar de disfrutar del cómodo asiento, la agradable luz solar y las exquisitas viandas, hablabas a viva voz. Es cierto que en los últimos tiempos la fortuna ha estado de tu parte y, laboralmente, lo has petado. Pero de ahí a aconsejar, sobre la base de tu (tardío) exitoso periplo opositor, a los restantes opositores, con esa solemnidad y petulancia, hay un abismo de ficción. De ahí a señalar cuáles son las claves indefectibles de un éxito a la hora de preparar unas opos, hay un trecho que tú no deberías ni plantearte recorrer. Pero en fin, no puedo más contigo, Quidam, cada uno es como es.

Por otro lado, ante la rabieta de uno de tus críos, ese discurso que te sacaste de la chistera al respecto de cómo debía de virar tu criatura desde una emoción negativa hacia una positiva, tal cual, tan de película Pixar Inside Out, me atribuló del todo y me convenció para acabar escribiendo, tras varios años, sobre la esencia de tu ser, tu extraño ser.

No queda ahí la cosa, pues las parrafadas que proferiste sobre la vitamina D y sus bonanzas para que la Mujer que te quiere – su particular infierno no aparece descrito en la divina comedia de Dante-, se remangara las mangas y le alcanzaran más rayos solares, me ayudaron a seguir pensando que tu naturaleza quidamista es indestructible.

Y como colofón, la tremenda paliza que me dedicaste solo a mí, repito, solo a mí -en cierta manera es una deferencia tuya que debo agradecer-, con tus asuntos del tenis, me dejaron absolutamente desolado (por cierto, tienes la parte superior de la cabeza tan despejada como la de Agassi). Que si las clases, que si el saque, que si el torneo… ¿Pero qué te he hecho yo, cojones?

Por cierto, hablando de tenis, ¿sabes que a DFW le encantaba dicho deporte y que en sus textos daba la matraca? Pues ya lo sabes. Únicamente reseño este detalle por cuanto a la hora de redactar este relatillo en otro formato, en word por ejemplo, estoy colocando muchas notas a pie de página -aquí he optado por los bocadillos-. Y eso es algo que hago con la intención de emular a DFW, que como no sabes, abusaba en demasía de las notas a pie de página. No sé si es algo forzado, pero de momento, lo dejo aquí.

En fin, Quidam, que me conmueves sin parar.

(Haciendo un paréntesis tras tanta palabra junta…¿sabes de qué tengo miedo? Lo expuse ya en las disculpas iniciales, pero como estaba entre paréntesis, igual lo pasaste por alto. Lo vuelvo a rescatar. Tengo pánico de que esta página no acabe nunca, de que periódicamente tenga que dejarme caer por estas latitudes metavérsicas cuando, tras una reunión conjunta en la que tus aptitudes y actitudes sobrepasen los límites de mi paciencia y del sentido común, sienta la necesidad de desahogarme.

Ya está, ya lo he dicho, ya estoy más relajado. Me despido, aunque visto lo visto, desconozco si es un adiós temporal o definitivo. Entiéndeme, querido Quidam, no hay ninguna animadversión personal.)

P.D. (VII). La gorra. Lo siento. He tenido que aparecer por aquí. Me cago en la leche, que desde que aprobaste las oposiciones#bocadillo (ya era hora, cacho cabrón), estás que te sales. En la última comida conjunta llegaste vestido/disfrazado de Quidam Blinder. Sí señor, chaqueta de color gris a juego con una gorra Blinder también gris, que no te quitaste en el interior del restaurante durante las dos horas y media que estuvimos. No te quedabadel restaurante durante las dos horas y media que estuvimos. No te quedaba mal, cierto, pero yo, personalmente, extrañaba tu chorla alopécica y reluciente. (¿Por qué la Mujer que te quiere –es tan corto el amor y tan largo el olvido– se ubica de forma que no pueda verte ni escucharte?). Eso sí, tus habilidades con respecto a la ubicación en la mesa de cara a alcanzar con facilidad las mejores viandas permanecían intactas. Esto lo digo porque en un principio había pensado que la gorra podría haberte menoscabado tus superpoderes; no fue así, ya que además de ese dominio en el arte de sentarse en el mejor sitio, la conversación resultaba -yo estaba distante de ti pero te oía- tan absurda y tautológica como de costumbre, y además, mantenías ese don inigualable de hablar y comer al mismo tiempo.

En fin Quidam, que me ha conmovido el efecto estético Blinder y creía que debía reseñar el nuevo sendero que has iniciado como fashion victim, ahora que saboreas las mieles del éxito profesional. Calvo, eso sí, pero para eso se hicieron las gorras. Simplemente me queda averiguar si en los interiores, dichas gorras, por muy Blinders que sean, deben retirarse.

P.D. (VIII). La vida sana. Me avergüenza regresar a estas posdatas, concebidas al inicio como una serie finita y corta de pequeñas anécdotas que nuestra intermitente vida común ocasiona. Pero es que eres de una intensidad sobrecogedora, a pesar de las intermitencias vivenciales. En ocasiones creo que esto de las posdatas solo va a finalizar cuando uno de los dos fallezca. (Digo yo). Porque es que siempre me veo impelido, tras disfrutar de unas horas contigo, a desahogarme ante tu inacabable Quidamismo. Hay una fuerza magnética en esta escritura postconvivencial contigo ante la que no soy capaz de resistirme. A la vista está.

Ayer mismo confirmé algo que venía sospechando tiempo ha: te habías convertido en un abanderado y en un autoproclamado portavoz de la vida sana, adoctrinando a diestro y siniestro al personal en lo concerniente a la actividad física, a la alimentación y a la salud mental. De esta manera llegaste alardeando de haber acudido al encuentro en bicicleta, que por ello tenías un hambre sano, como tú lo denominas (“me hace comer productos adecuados”) y que de manera secundaria, todo redundaba en tu bienestar emocional (“me siento liberado de las garras estresoras”). ¿Y nuestro bienestar mental, amigo Quidam, dónde queda tras escucharte? ¿De dónde sacas estas frases? Que si las bonanzas del deporte –aconsejas, según el rango de edad de los congregados, unos entrenamientos ad hoc-, que si cómo deben ser cocinados los alimentos –sin ningún titubeo, regañas e ilustras a la Master Chef presente-, que si el estrés hay que saber manejarlo así o asá –nos interrogas a cada uno de nosotros, uno por uno, en público, sobre cómo gestionamos nuestra ansiedad, recalcando que
todos tenemos ansiedad
-. ¿En qué te estás convirtiendo, amigo mío?¿En un Quidam Sensei? La Mujer que te quiere -¿por qué resopla tanto cuando hablas?- hace justo lo contrario que tú preconizas: no practica deporte, come lo que le sale del mismísimo y cada día tiene más ansiedad. Pues todo eso, se lo provocas Tú, sobre todo la ansiedad. Vigila eso, Quidam, te lo digo como amigo, pues supone un claro ejemplo de efecto rebote ante la insoportable inmediatez convivencial con un Ser tan excepcional como lo eres Tú.

P.D. (IX). La impaciencia de tu parienta. Ignoro cómo empezar este párrafo. Está más que claro que no puedo contenerme una vez he compartido otro momento junto a tu excelsa persona. Ayer mismo te contemplaba pellizcándome ante la sensación de irrealidad que me embargaba cuando en el presente tan irrefutable de esos instantes no daba crédito a la voracidad de tu insistencia en aparecer en este texto. Yo creo que eres Tú el que me provoca en aras de que yo continúe escribiendo.

Habías llegado, cómo no, en bici y bien sudado. Resulta que estando sentado tan ricamente como estabas en la mesa, jalando sin ton ni son, se te ocurrió preguntar en alto y dirigiéndote de soslayo a tu parienta por una salsa picante que no veías sobre la mesa. La Mujer que te quiere – ya no sé cómo rellenar este espacio que me he marcado como reto-, en un alarde de impaciencia injustificado para los presentes (desconocemos lo que ocurre de puertas para adentro), te nombró gritando en alto, dejando que los fonemas alados que componen tu portentoso nombre revolotearan unos segundos por al aire límpido del campo, y a continuación, te invocó mediante un inequívoco imperativo para que fueras a la nevera a coger la dichosa salsa. Yo, parapetado tras mis gafas de sol, no dejé de admirar la respuesta airada de tu señora, pues supuso una novedad en mi repertorio y en mi recogida de datos y posdatas. Asimismo, por primera vez tuve compasión de ti, como si yo estuviera siempre de tu parte y no admitiera que nadie osara criticarte.

Pero no acabó aquí el tema de ser apelado mediante una quejumbrosa sonora voz. (Por cierto, queda muy bien tu nombre en el silencio atronador del campo, entre piares de pajarillos y ladridos lejanos). Seguías Tú tan ricamente sentado al sol, saboreando postres diversos y varias tazas de café (al cafeinado le siguió un descafeinado en un colosal alarde de creatividad indescifrable), mientras la Mujer que te quiere – ¿todavía?-, apartada de la mesa central, no cesaba de atender a tus críos, que estaban ciertamente insoportables. Una voz que rezumaba hartazgo infinito, con tu nombre insertado dentro de dicha voz, volvió a ocupar el espacio sonoro de todos los allí presentes y de los de varios kilómetros a la redonda. Y de nuevo, tras una pausa algo sonrojante, te exigió ayuda ipso facto destinada a controlar a la inquieta chavalería. Volví a sentir otra vez una sensación agridulce, de tal manera que tras la admiración hacia tu parienta me vino un malestar ante el hecho de que se te hablara a gritos en público, recriminándote tu comportamiento.¿Solo yo sé que eres un Quidam, y que por ello estás eximido de todo? ¿Yo te comprendo mejor que tu partenaire? ¿Me debo preocupar? ¿Hay una conexión mágica entre Tú y yo?

P.D. (X). La invitación. Me he visto obligado a escribir este noveno apartado. He presenciado algo histórico, inédito, surreal. A lo largo de casi 20 años nunca has invitado a nada, ni se te ha pasado jamás por la cabeza. Y el otro domingo… ¡Nos convocaste a los habituales para celebrar la consecución de tu plaza mediante una invitación a un almuerzo! Me tenía que pellizcar para creerlo cuando lo comunicaste. Incluso recelaba del posible desenlace del papeo entendiendo que al final ibas a reclamar pagar a escote. Pero no. Te portaste como manda el protocolo y te resarciste de todos estos años de gorronismo exacerbado. Yo acudí con una estrategia previa, esto es, sin haber comido nada sólido en las últimas 48 horas, tal era mi deseo de devolverte con creces los intereses acumulados. Olvidé mi educación gastronómica y la educación más ortodoxa en la mesa, y me dejé influenciar por los comportamientos propios de los usuarios más característicos de las tabernas medievales. Bebida y comida sin pagar, sabiendo que pagabas Tú, precisamente Tú, me supieron a gloria bendita, permitiéndome explorar las líneas maestras que Tú habías dibujado estos tiempos del pasado; así, me metía viandas en la boca al mismo tiempo que las bañaba en alcohol del caro (vino, nada de cervezas), y con esa mezcla acomodada entre mis dientes, hablaba de manera jovial y tautológica de chorradas ordinarias. Estaba quidamizándome yo solo.

En un alarde de valentía, animado sin duda por lo espirituoso que entraba en mi cuerpo, a mitad de los entrantes -esas tablas ibéricas que me había prestado yo unilateralmente a pedir al camarero ante tu asombro- , solicité un flan, como Tú hiciste un día. Y entre risas, frases obvias y las mandíbulas subiendo y bajando, me lo zampé ante el asombro de los más cercanos a mí. Incluso bañé una patata en la espesura
flanera
y me la llevé al gañote. Fue una catarsis que me procuraba una liberación de mí mismo, de mi encorsetada educación y compostura, consiguiendo que mis desconcertantes conductas como comensal me resultaran del todo indiferentes ante los demás. Me dio igual hacer un poco el ridículo. O mucho. Estaba disfrutando de ser un gorrón indecente. Ensayé a viva voz aquello que tanto me gustaba de ti en el sentido de hablar cantando, o cantar hablando, manteniendo constante una mezcla esperpéntica de comida en la boca y riendo sin cesar. Estaba desatado, ido, embrujado, orgulloso de mostrar al respetable las enseñanzas recibidas, dejando entrever tu arrebatador influjo. ¿Se puede llegar a ser más feliz?

Cuando la señora que me quiere -¿en qué momento vislumbró mi potencial como impresentable, por favor?- me tocó por debajo de la mesa la rodilla al tiempo que me lanzaba miradas asesinas, no me sentí en absoluto señalado ni culpable de nada, pues a esas alturas del partido yo era un energúmeno convencido de mi misión esa jornada: ser un Quidam efímero (espero), para que Tú, verdadero Quidam (eterno), escribas unas líneas sobre mí#bocadillo.

Yo te miraba en ocasiones, querido Quidam , y en tus ojos veía cierto pesar al traducir en euros lo que yo demandaba una y otra vez al camarero, siempre con la cavidad oral repleta de sólido y de líquido, siempre riendo, siempre apostillando la última frase de los otros invitados de manera tautológica. Entendí tu felicidad todos estos años atrás, en las diversas mesas que hemos compartido. Fue una experiencia preciosa, inolvidable, única. Y te lo debo a Ti. Gracias. Por otro lado, me lo debías.

No sé si se ha cerrado este escrito de una puta vez merced a esta excepcional jornada en la que pagaste de tu bolsillo la comida a quienes te la han ido pagando lustro tras lustro. Yo tenía que dejarlo por escrito, entiéndelo, y de esta manera, una vez más, me he desahogado y me he justificado ante lo que pudiera haber constituido para la mayoría de los presentes una conducta intolerable. Creo que cualquiera que lea este texto entenderá que estoy totalmente eximido de culpa o responsabilidad. Y lo que es más importante, alcancé el nirvana durante las horas que duró la comida. Y ese estado espiritual de dichosa embriaguez lo mantuve unos días más. Me pregunto si Tú te has sentido siempre así de bien, si todos estos años atrás has llegado a un estado de felicidad tan inigualable .

¿Fin?

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