Eran las seis. Hacía frío y estaba muy oscuro, pero porque era invierno. Mamá ya había venido con la señora que bañaba a la nona a darle la merienda, a darle un baño de agua tibia y a vestirla con ropita de algodón, cosa que pueda dormir calentita. Yo me quedé con la nona porque había terminado la tarea y mamá me dijo que tenía que hacerle companía, porque a veces la nona gritaba de noche para que su hijo no la deje sola. Ella siempre me decía:

-¡Hijito!¡volviste del colegio!¡Te extrañé mucho!¿Comemos esos caramelitos de miel que tanto te gustan?

Nunca se olvidaba de lo tanto que le gustaban los caramelitos de miel. Ni tampoco el amor que le tenía al nono. Contó la historia de cómo se conocieron una y cien veces más. Creo que la podría decir entera de memoria. A mi me molestaba un poco. Pero me gustaba comer los caramelitos de miel.

Lo que no era lindo es que ahora la nona ya no me acompañaba a comprar galletitas los viernes a la salida del cole. Ni regábamos las plantas juntos a la mañana. Ni hablábamos de mis amigos en el patio mientras yo estaba sentado en su regazo y subíamos y bajabámos en la silla mecedora. Ella ahora no podía ni caminar. Y ya nadie me prestaba atención. Mis papás solo hablaban de la nona. Eso me enojaba.

Pero me enojaba más que estén todo el tiempo con la nona y que yo tenga que estar en mi cuarto. Solo. Y encima tenía que hablar con ella antes de que se vaya a dormir, y parecía una radio cuando contaba siempre las mismas historias. Yo estaba triste, y a veces lloraba antes de dormir. Pero una noche, cuando estaba por girar el picaporte de la puerta, la nona me dijo:

-Oscarcito, vení.

Siempre me llamó por el nombre de mi papá. Fui hasta la cama, me senté en un rinconcito del colchón y agarre sus temblorosas manos.

-Perdoname por haberme ido tan temprano. Ahora volví, pero creo que esta será la única vez. Te quiero mucho. Chau.

Y me besó la frente.

Lloré toda la noche. Y desde ese día, cada tardecita donde la nona repetía siempre la misma historia, estaba más contento. Sabía que la nona de hoy ya no era la misma de ayer. Pero por lo menos sé que, antes de irse, dijo que me quería.

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