Recuerdo estar en Instagram y revisando sin ninguna razón importante, en tantas publicaciones, se encontraba una que me llamo muchísimo la atención. Era la publicación de no recuerdo qué página, pero si recuerdo una hermosa frase: “En la tarde el viento soplaba fuerte”. Se encontraba esa expresión y una pequeña consigna, la cual decía: “con esta introducción cuenten una historia de amor, con 200 palabras como máximo”.
Me puse a pensar, cuál sería mi historia de amor con tan solo 200 palabras. Bastante complicada estaría, pero, toda mi curiosidad se hallaba ahí. También se encontraba en la explicación algo más, donde decía que la historia más creativa y deslumbrante, sería publicada el 14 de febrero. Eso sí me incumbo mucho, no el hecho de ser publicada, porque simplemente sería una publicación en la página de Instagram, la cual no recuerdo el nombre. Lo que más me afecto fue el poder practicar mi creatividad.
“En la tarde el viento soplaba fuerte” …
Ese pequeño párrafo no dejaba de seguir recorriendo cada lugar inhóspito y muy desolado de mi mente, aunque con miles de recuerdos que se asomaban muy suave. No le di mucha bolilla, me pegué un baño y me tiré un rato sobre la cama, porque mis ojos se colisionaban por un pequeño cansancio, aun sabiendo que había dormido muy bien toda la noche y no fue que me desperté muy temprano.
No me dormí más de media hora, o, cuarenta y cinco minutos. Pero, aun así, cuando abro los ojos, lo primero que recuerdo fue: “En la tarde el viento soplaba fuerte” …
Y claramente no pude aguantar más las ganas de hacer lo que explicaba esa publicación de Instagram.
Me puse una remera gigante que tengo para andar entrecasa, un pantalón negro corto, horrible, es de esa clase que hombres y mujeres, utilizan para jugar al futbol, más hombres que mujeres. A mí realmente no me gusta el futbol, pero sí conozco mucho sobre él. Y sin más que decir, abro mi computadora portátil, o laptops y me pongo a escribir sobre esa tarde ventosa.
También en la consigna se encontraba otra explicación: “Escriban lo primero que se le venga a la mente, sin muchas vueltas”.
Y fue lo que hice, en la tarde de ese sábado, después de encontrar esa publicación que tanto recorrió en mi cabeza, sin dejar lugar alguno sin ingresar.
“En la tarde el viento soplaba fuerte”. Así comienza mi pequeña historia:
En la tarde el viento soplaba fuerte, lo recuerdo muy bien por el simple hecho de ver cómo se desprendían los botones de la camisa blanca con pequeñas rayitas azules de mi padre, mientras corría con una cara eufóricamente llena de emociones encontradas, todas una sobre la otra, directamente a mí.
Era una tarde muy normal en mi pueblito, esos vientos fuertes eran los últimos que soplaban con una brisa fresca del pasado invierno, recordándonos que muy pronto volvería. También recuerdo que fue un lunes 12 de septiembre, y, por qué lo recuerdo muy bien, porque fue el día que mi mundo se desprendió de todo mi ser, fue ese día el cual me demostró que cada persona puede morir completamente, y, aun así, seguir viviendo sin ningún propósito, seguir caminando sin rubo, seguir sueños sin querer despertar y seguir despertando en una realidad totalmente insondable.
La voz de mi padre, jamás se irá de mis oídos, sabiendo las palabras que fueron pronunciadas. “¡Celestina, Celestina!” – me gritaba, mientras corría en contra de esos fuertes vientos de septiembre. Y en cada paso, un botón menos sostenía su camisa blanca con rayitas azules sobre su pecho.
Siendo sincera, no podía encontrarle una explicación a lo que me hallaba vegetando en ese instante. Algo en mí quería explicarme, pero nada de mi entendimiento quería razonar con esa sensación tan cruel y sofocante, que no dejaba de presionar mi respiración y de lubricar mis ojos.
Mi padre, aunque corría con todas sus fuerzas, no conseguía más estar a mi lado. Y no existía nada más que mi simple nombre en su voz. “¡Celestina, Celestina!”
Quería gritar, quería correr, quería poder hacer algo, pero, nada en mí reaccionaba, todo estaba en pausa, mi voz no se movía de mi cabeza, mi cuerpo no gritaba mis pensamientos, nada en mí protestaba, todo en cámara lenta se encontraba a mi alrededor. Hasta que, en un despertar de parpadeos, las fuertes, curtidas, arrugadas y grandes manos de mi padre, apretaron mis hombros y su voz ya no era más mi simple nombre. “¡Celestina, Celestina! Reacciona, por favor, hija, reacciona, vamos agarra una campera y vamos ya mismo. Lo chocaron al negro, dale prepárate vamos ya para el hospital.
Sin saber qué ocurría, recojo una campera que tenía una historia muy linda detrás, era de esas viejitas hechas de vaquero y con una ceda muy poética por dentro. Salgo corriendo sin saber hacia dónde ir o qué estaba sucediendo, lo único que mi ser completo comprendía era que tenía que seguir a mi padre. “¡Dale, Celestina, apúrate, dale corre, ¡corre!” – me gritaba mientras apretaba cada vez más fuerte mi mano, llevándome sobre el fuerte viento de esa tarde de lunes 12 de septiembre.
Cuando llegamos, todo mi yo, seguía sin entender nada, personas corriendo para todos lados y gritando con mucha exaltación: “¡Necesitamos sangre!”, “¡También traigan gasas!”, “¡Y no se olviden el oxígeno!” – eran muchas voces a la vez, todos intransigentes y a las corridas.
Miro a mi padre fijamente, y sin decir nada, él entendió todo.
“¡Lo único que te pido es que te calmes hija, tranquila y piensa en tus hijos, los cuatro te necesitan, especialmente tu pequeña hijita, ella te necesita más que nunca!” – fue lo que me decía mientras me abrazaba más fuerte que los vientos de septiembre. Y cuando, quise comenzar a querer poder entender lo que se encontraba pasando en ese lugar, escucho la voz, esa voz que me deslumbraba, me paralizaba, me derretía, me enamoraba hasta la medula, pero, en ese instante que la escuché, no sonaba como yo siempre la conocí, era muy dolorosa, muy sufrida, con mucha angustia, derramando padecimiento y tristeza, en toda las habitaciones y salas de ese lugar. Esas palabras que surgían de la voz de mi vida, de mis sueños, de mis días más felices, de mi existencia misma, ya no era la misma, y, esas palabras, jamás me dejaran ser lo que fui a su lado, porque ya no la puedo escuchar, es un simple sonido sobre el abismo del silencio que existe entre nosotros.
“¡Por favor, me duele, por favor, madre querida, mi mamita, me duele mucho, no aguanto mami, AY MADRE MIA, ¡AY, MADRE MIA!” – fue lo único que él pudo expresar en la tarde de los vientos que soplaban fuerte… Ese lunes 12 de septiembre.
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