La vida es una mismísima mierda, me decía mientras se ahogaba en un vaso de cerveza. Lo miraba en silencio, viendo cómo sus manos temblaban apenas al sostener el vaso. Aquel olor particular, mezcla de tabaco, alcohol y algo más, algo suyo, propio, aún lo recuerdo. Cuando lo percibo en alguna esquina, en algún desconocido que pasa a mi lado, me sacude un frío interno, como si su sombra me alcanzara una vez más.

Mi padre, con el alma quebrada en sus ojos, me cantaba las canciones más tristes y melancólicas que podían haber escrito jamas

Él no dijo nada y yo tampoco.

Hasta que un día ya no esté…

Y desde entonces, la muerte y yo seguimos bailando, conectadas en esta distancia incierta, esperando el momento 

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