Es difícil, se trata de engañarse hasta uno mismo. En la mayoría de los juegos que nos presenta la vida, el objetivo es que todo el mundo vea lo bien que haces las cosas y lo seguro y fructuoso que parece tu futuro. Un juego en el que en realidad nadie sabe en base a que está juzgando, pero como el traje de tela invisible para el rey todo el mundo dice saber y ver. Es un juego sencillo, mientras convenzas al resto de que no esas dos bolas peludas que asoman por la entrepierna son en realidad las curiosas formas de una tela solo apreciada por los más expertos inteligentes, todo irá bien.
Sin embargo el dilema aparece cuando te chocas frente a un espejo y resulta que tu mismo te ves el gran péndulo encogido por el frío, la piel de gallina y los pies azul pitufo. Uno tiene que contener las irresistibles ganas de taparse las vergüenzas y castañear los dientes.
Es por eso que últimamente me he visto obligado a jugar de una forma mucho más curiosa. Ahora en la privacidad de mi casa y en estricta soledad, trato de, frente al espejo, ¡Vestirme con ropa que veo de verdad! Puede sonar rocambolesco pero resulta que la ropa existe, cuesta ponerla, con sus botones y larga cremalleras, además de que todavía no diferencio bien el pantalón de la camisa, pero es ciertamente gratificante verse arropado.
Me da pena pero este extraño juego me lo he tenido que reservar solo para mí, ya que la última vez que salí con ropa, no invisible, a la calle todo el mundo empezó a actuar como si yo fuera al desnudo. Es por eso que he acabado en la ironía de vestirme al entrar en casa y desvestirme al salir a la calle.
Escribo esto por si alguien se encuentra también en esta situación y así no sentirme el único que se avergüenza al vestirse en frente del espejo.
PDT: Estoy deseando que alguien me enseñe en cuál de las extremidades van los calcetines y cual es la diferencia entre el calzoncillo y el pantalón.
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