Jean-Francois Lefebvre era un hombre francés, conocido por sus riquezas, y por tener, considerada por sus vecinos, la «Familia Perfecta», compuesta por su querida esposa Madeleine, y su dulce y bella hija, Isabella.
El hombre, que trabajaba de Jefe de Obras, un lunes tranquilo, yendo a su trabajo, se da cuenta de una cosa inusual. Una multitud de gente, de los cuales habían gente nerviosa, desesperada, triste y deprimida, parados en la orilla del Río Sena. No se le había escapado esto al ojo del hombre, que va directamente, escabulléndose como alguien que iba a ayudar, a ver lo que había atraído a aquella multitud.
Para su gran sorpresa, era nada más y nada menos, que el cuerpo de una joven, por cierto ya fallecida, que aparentemente se había ahogado en el Río. La causa, no se sabe. Pero aquella sensación de culpabilidad al ver que nadie pudo salvarla, estaba presente en toda la gente.
El hombre, al ver la cara de la joven fallecida, se enamora al instante, sin importar de su esposa. El hombre se presenta al trabajo, y a las horas, vuelve a su casa, solamente, para ver a esta, vacía. Aprovechando que estaba solo en su casa, se acuesta en su cama, y comienza a pensar en el rostro de la pobre joven. «¡Tan joven! Ya su vida se echó a perder» pensaba el hombre, mientras al mismo tiempo, se imaginaba, a su esposa en la misma situación.
Unos días pasaron hasta que el hombre ve que inauguraron una máscara de la cara de la joven para poder reconocerla. Esta se encontraba en la orilla del Sena. Aparte de servir para reconocimiento, también se la había colocado allí, por respeto a la mujer. Allí es cuando el hombre comenzó a pensar y a pensar «¿Cómo sería mi querida Madeleine, si tuviera su propia máscara como lo tiene esta hermosa y pobre doncella?». El hombre no paraba de pensar esto, e incluso, aprovechó de su capacidad de dibujo para recrear la mascara con la cara de su esposa.
Y así fue, tal fue el nivel de obsesión con aquella desconocida mujer y su máscara, que pasaba horas encerrado en su habitación, imaginándose, recreando situaciones y pensando como se vería en las calles y la reacción del público. Hasta que el hombre finalmente tuvo una decisión. Ahogar a su esposa y a su hija. A su hija para acompañar a su madre y que las dos tuvieran reconocimiento. Y así fue.
Era una noche fría y oscura. No había nadie en las calles, solamente algunos pájaros y el hombre, junto a su esposa e hija. Francois había dicho, como excusa, que habían unos cisnes que solamente aparecían en las noches frías en el Río Sena. Su esposa y su hija, ansiosas por ver a lo cisnes, se acercan a la orilla del río, y allí, el hombre las tira. Ambas suplicaban que las ayude, pero el hombre, inmóvil y pensativo, miraba a su querida esposa y a su hija, ahogarse. El hombre se retiró del lugar, dejando a su hija y a su esposa ahogándose en el agua congelada del Sena. El hombre no sentía culpa, si no ansias, para ver el resultado de las mascaras.
Habían pasado algunos días y no había ninguna noticia, hasta que alguien toca la puerta de la casa de Francois. Era una horda masiva de gente protestando por las vidas de las mujeres, que, enojados, estaban rompiendo poco a poco la casa del hombre. Uno de los protestantes, aprovecho los disturbios para irrumpir en la casa y empujar al hombre hacia la horda. El objetivo de estos: ahogar al hombre. Por varias cuadras la masiva y ruidosa horda de gente empujó forzosamente al hombre hacia el Río Sena. El «líder» de esto, se paró atrás del hombre, y le susurró al oído: «Nosotros también pensamos por horas como se vería tu cara en una mascara» y ocurrió. Aquel hombre fue empujado por el que lideraba la horda. Francois se estaba ahogando, suplicando por la ayuda de la gente, y estos, no solamente se quedaron parados, si no, que se reían de la situación. Mucha gente se burlaba de él, mientras que el hombre estaba en una agonía interminable.
Habían pasado algunos días desde el fallecimiento de los 3. En la orilla de Río Sena no posaban las máscaras de la esposa y de la hija, si no que la del hombre. Esta no fue hecha para recordarlo, si no con motivo de burla. La gente la pintaba a propósito, le hacían dibujos y algunos se robaban partes de aquella máscara.
Por mala suerte del hombre, a su esposa y a su hija las enterraron pacíficamente, mientras que él quedara, para toda la vida, como la burla del Río Sena.
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