M. 25 años, dos años en la profesión.
El terrible sol del comienzo de año se ha ido, se ha escondido detrás de un cúmulo de nubes que bailan lenta y parsimoniosamente en el canvas azul del cielo que hace rato no se ve. Nubes primordialmente cargadas, pintadas de un gris casi oscuro, casi opaco. Lentas, negligentes a esa necesidad de movimiento que es la vida misma.
El día es, primordialmente, de lluvia terca y obstinada. Intermitente, que no se termina de convencer si seguir llorando a paso lento y cansino, o dejar el rastro de su paso por todo el suelo húmedo, frío, empantanado por charcos de agua que humedecen medias en tenis rotos y aportan más en la sensación de frío latente y general que se siente en todo el cuerpo. La temporada de lluvias ha comenzado y la incertidumbre de su duración no la saben disipar ni siquiera los expertos del IDEAM, que por más esfuerzo que pongan, no pueden leer la lengua nueva y vacilante del cambio climático.
Con S se ha programado la nueva entrevista con su compañera, como es costumbre, en horas de la tarde. Tiempo que llega con lluvia lenta, perezosa y parsimoniosa. En esas circunstancias, la sombrilla queda reservada para cuando la lluvia se hace brava y sabe incomodar, pero en este día, ese no es el caso. Son esas gotas ligeras, livianas, que parecen besan el rostro, los labios, los ojos. Esa misma lluvia es la que muchos responsabilizan de las gripas duras y largas que tan comunes se hacen en estos días.
Debajo del piso, a un lado del concesionario, al frente de la puerta blanca que parece una extensión de la pared misma, se informa a S. La lluvia no incomoda cuando se anda, ya que no se siente, pero una vez estacionado, quieto, inmóvil, su ligera humedad se siente. Se espera la respuesta pegado a la puerta, pero la respuesta no llega. Tal vez la falta de respuesta corresponde a causas propias y naturales de la profesión de S. En ese sentido, la espera puede tomar el tiempo de una hora.
La lluvia pocas posibilidades deja para pasar el tiempo. Curiosamente esa calle es la calle novena. La única calle que se conoce de toda la ciudad por una simple razón: Es la calle de la librería. ¿Hace cuanto no se visita la librería?
El mismo lugar, con más mesas, el mismo librero, una nueva ayudante, menos libros. Los estantes parecen lejanos, tristes, muy grandes y muy inapropiados a causa de los pocos libros que albergan. Han pasado más de cinco meses desde la última vez que, curiosamente, fue el encuentro con aquella mujer, la que impulsó esta iniciativa, la que me tiene aquí escribiendo. La que me sacó de mi propio mundo para introducirme al mundo de ella, tan extraño y ajeno en aquel entonces. No es una extrañeza entonces aquel sentimiento de separación con la librería, los estantes, los libros. Todo por una mujer que ya no está, que se fue, se perdió sin decir nada, dejándome clavado en esa tierra misteriosa, indómita.
El tiempo que pasa, la respuesta de S que llega casi completada la hora, la espera, una vez más, debajo de la puerta.
M es un perfil que acepta la invitación para ser parte del proyecto gracias a la intermediación de S. En esta oportunidad, se rompen todos los protocolos de recibimiento anteriormente establecidos. M recibe la entrevista en pijama y, al parecer, recién levantada. Su vergüenza sólo se percibe en las excusas pertinentes, y es agradable la sensación que deja.
Después de las escaleras, la puerta que ofrece su invitación está a continuación del lugar de S. A diferencia del cuarto de la anteriormente mencionada, este es mucho más estrecho. Sólo se sabe acomodar una cama, una pequeña mesa de noche y un espejo.
M, presumiblemente apenada por la forma del recibimiento, justifica que se debe a un servicio que llegó hasta la madrugada. Se reciben las excusas, ciertamente innecesarias, a la vez que se agradece su ofrecimiento para ser parte del proyecto.
Mientras M pregunta las razones específicas del encuentro, ofrece su cama para tomar asiento mientras ajusta la puerta de su habitación. La luz blanca de la bombilla eléctrica ilumina cada rincón del cuarto, dejando en evidencia toda la intimidad de la mujer. De esta forma, se aclaran las razones e intenciones del proyecto. A continuación, se acuerda el tiempo y el pago consecuentes para cubrir la conversación.
Como apertura a la charla, se pregunta a M acerca de su voluntad para hacer parte del proyecto, confesando a su vez las dificultades encontradas al tratar de persuadir a las mujeres aceptar la invitación:
—La verdad me da curiosidad. Me gustan todas estas dinámicas y quería hacer parte.
De buenas a primeras, llama mucho la atención la aparente buena voluntad y disposición de M para hacer parte del proyecto. Es la primera vez que alguna de las implicadas confiesa su deseo de participar, sobreponiéndose de esta manera a la clara y evidente intención económica que justifica sus intenciones. Esto, inevitablemente, sugiere que la conversación será una experiencia muy agradable y enriquecedora. Todo esto se le hace saber a M, preguntando a su vez la posible razón desde su perspectiva de tanta evasión, reticencia y rechazo para ser parte de este proyecto, a lo que M responde que, muy probablemente, sea por discreción. Preservar la privacidad, intimidad y anonimato de la persona, de su vida y sus consecuentes opiniones y emociones. Para muchas mujeres implicadas en esta labor, es mucho más conveniente y preferible que se mantenga todo en la mayor de las discreciones y el mayor anonimato, no solo por el aspecto legal, sino por su protección personal a nivel físico como de imagen.
De esta manera, se entra de lleno en la conversación. Se hace solicitando a M definir, desde su propia idea, el término escort.
—Se refiere a un acompañamiento remunerado en el cual se pueden cubrir diferentes necesidades.
Lo dice de manera clara, concreta, con convicción y certeza. De todas las ideas y percepciones recogidas hasta el momento, la de M es la que mayor grado de seguridad ofrece. Con esto, se puede diferir que el acompañamiento escort abarca diferentes ámbitos, no necesariamente el aspecto sexual.
—No. El acompañamiento no necesariamente tiene que ser sexual. Para mí, se enfoca en dos formas de acompañamiento: Uno, de carácter social, donde personas que se sienten solas, sin compañía, necesitan alguien con quien hablar o compartir emociones y experiencias. El segundo es de carácter sexual.
Este concepto ofrecido por M permite validar y confirmar lo que la investigación del psicólogo arroja y sugiere: Que el acompañamiento escort trasciende la idea del carácter sexual. Ante esta idea, M manifiesta:
—Claro. La compañía no necesariamente tiene que ser de tipo sexual. Por ejemplo, yo tengo un cliente que en ocasiones me escribe por WhatsApp y me pide que hablemos.
¿De manera presencial o virtual?
—Virtual. El tipo solo quiere que hablemos por chat. Seguramente, no tiene con quién hacerlo.
Una experiencia ciertamente incómoda al igual que interesante, que sirve además como evidencia para demostrar que, allí afuera, hay muchas más personas solas de lo que se puede considerar.
Al preguntar a M si aceptaba este tipo de solicitudes:
—No, porque no sabes cuanto puede durar alguien allí hablando. Eso también se puede prestar para otras cosas… pretenden ganarse tu confianza para que después, cuando quieran el servicio sexual, no les cobres o le dejes un descuento. Además, esa línea es exclusiva para el trabajo, nada más.
M habla, primordialmente, a partir de su experiencia. Esta experiencia puede relacionarse con confesiones en entrevistas previas, donde algunas mujeres referían la aparente astucia de los hombres con el fin de obtener beneficios a la hora del acercamiento sexual. Astucia que puede tomar la forma de manipulación o vulnerabilidad, estrategias que las mujeres conocen bien.
Tras esto, la curiosidad recae en las potenciales diferencias que M percibe y reconoce entre la prostitución y el acompañamiento escort.
—En el contexto escort no existe tanto peligro. Es decir, las mujeres implicadas en la prostitución de calle están expuestas a muchos riesgos. En cambio, como escort estás más protegida, además tienes más privacidad, independencia… Y seguridad. En la calle, cualquiera te puede hacer algo, en cambio aquí, tenemos un muchacho que nos cuida.
Este último apunte llama la atención, a partir de lo cual se invita a M hablar un poco más al respecto.
—Aquí tenemos un muchacho que nos alquila las habitaciones. Él también nos cuida, está pendiente de nosotras. Cuando son domicilios, él nos lleva, nos espera mientras atendemos el servicio, y nos vuelve a traer. Él también nos ayuda a responder las solicitudes enviadas por chat cuando estamos saturadas.
Una figura totalmente nueva y curiosa en todo este entramado del acompañamiento escort. Figura que, aparentemente, puede cumplir las funciones y el calificativo de proxeneta. Al preguntar a M si el hombre cumplía las funciones del llamado:
—Exacto, él es una forma de proxeneta.
A partir de esta confesión, M detalla el funcionamiento de la casa, la metodología de vida y el ritmo cotidiano:
—Él tomó en arriendo el piso a la propietaria y estableció aquí su negocio. Nos cobra un porcentaje por cada cliente, pero no nos cobra un arriendo como tal.
Como consecuencia de esta confesión y entusiasmada por la dinámica de la conversación, comparte su experiencia en otra casa diferente que sirve de muestra para lo que es el lugar referido:
—Nosotras llevamos poco tiempo aquí. Estábamos en otro lugar, en un apartamento. Allí era más difícil, porque la propietaria no tenía idea de lo que nosotras hacíamos. El problema es que el lugar se volvió muy popular, muy frecuentado, y las vecinas, que eran un poco detallistas (M no quiso decir que se trataban de viejas chismosas, por respeto y recato, pero aquí nos gusta llamar las cosas como son), se dieron cuenta que allí entraban y salían muchos hombres. Finalmente, el lugar se volvió muy conocido, la propietaria se enteró y nos pidió desocupar.
Referente a su opinión por la reacción de la propietaria del apartamento:
—Yo la entiendo, porque era un apartamento, teníamos vecinos, gente normal con hijos, y es natural que se sientan incómodos por lo ocurrido.
Es decir, M justifica la acción de solicitar la evacuación del apartamento por tratarse de una actividad inmoral.
—Claro. Aquí es diferente porque, al parecer, no incomodamos a nadie.
Al preguntar a M si el propietario de la casa actual conoce las prácticas ejecutadas.
—Creo que sí.
En este punto de la conversación, se retoma una de las sugerencias establecidas por la guía, referente a la oferta que se encuentra en muchos perfiles de mileróticos, relacionada con el trato de novios.
—El trato de novios se refiere, más que nada, a la melosería propia de dicho contexto. Tu tienes que consentir, tutear, dar un trato cariñoso, como si de novios se tratara.
En este sentido, parece evidente que dicho trato de novios está ligado, inexorablemente, al acto sexual. Aun así, dada una idea preconcebida, se le pregunta a M si dicho trato de novios puede considerarse en una connotación no necesariamente íntima o sexual. Es decir, que un hombre pague para que los dos salgan a una cita y se comporten como novios.
—En ese caso, claro, se puede hacer. Solo si es en los alrededores.
A este respecto, M comparte una experiencia personal.
—Un día, me llegó un hombre y me dijo eso. Solo que con la exigencia de que tenía que vestirme como enfermera. Me pagó dos horas. Salimos a un centro comercial cercano, yo vestida de enfermera y él normal. Fue algo un poco raro.
La anterior confesión sirve de enlace para analizar la presunta voluntariedad que se menciona en el artículo del psicólogo y que parece evidente en este contexto escort. Pero antes, la conversación ya toma unos tintes más íntimos y emocionales. De esta forma, M se anima a compartir su historia personal que, así como la de S, es digna y necesaria de ser escuchada, analizada y compartida.
M, de origen venezolano, llegó a Colombia como suele ocurrir en estos contextos, buscando un mejor futuro a razón de la precaria situación en el vecino país. Así, encontró una posibilidad trabajando en un reservado. Ante el desconocimiento propio por este concepto, M explica que los reservados son una forma de bar con habitaciones anexas. El lugar estaba administrado por una mujer, que cumplía las funciones de proxeneta y administradora del bar. Cada que llegaba un cliente, todas las mujeres al servicio del lugar salían y se presentaban. El cliente escogía con cual quería estar. En un primer momento, el servicio se limitaba al acompañamiento en la charla y la bebida. Posteriormente, y si ese era el deseo del cliente, podía pasar el rato sexual con la mujer escogida a partir de una tarifa adicional. Su ingreso a este ambiente se da a una edad relativamente temprana, recién un año después de cumplir la mayoría de edad.
—Era muy niña, muy ingenua. No conocía las realidades y hechos que se deben saber en estos contextos.
En este punto del relato, la confesión se torna más personal y emotiva.
Un día, uno de los tantos clientes la escogió a ella. Un hombre que rondaba los treinta. A este respecto, M menciona que tenía la certeza, después de esa primera impresión, de que allí surgiría algo.
—Es ese sentimiento, esa certeza cuando haces click con alguien.
Bebieron, charlaron, rieron, se conocieron. El servicio adicional era una consecuencia inequívoca del encuentro.
Dicha persona se volvió cliente habitual, que no solo tomaba el servicio adicional, sino que pagaba para tener la posibilidad de amanecer con M. Posteriormente, los encuentros no se limitaban al lugar del reservado. Salían a comer, a caminar, a bailar. Poco a poco, el germen sentimental y emocional se fue apoderando de M, sentimiento que, según ella, fue de carácter recíproco. Eso que muchos llaman amor terminó siendo la consecuencia de su encuentro. La intención de llevar el sentimiento a una relación formal se evidencio en la intención del hombre para sacar a M de aquel mundo.
—Salí del reservado, es verdad. Me trasladé a un apartamento de una mujer que ofrecía servicios del mismo tipo. No dije nada porque en realidad estaba enamorada, pero no quería depender exclusivamente de él.
Claro, la intención del hombre, al parecer, era real y sincera. Al preguntar a M por qué no habían decidido vivir juntos, si aquello era lo deseado:
—En aquel entonces, él vivía con la mamá. No tenía pensado salir a buscar su independencia, pero tampoco pensaba llevarme a vivir con él y su familia.
M llevaba ya un año prestando servicios sexuales. A su vez, tenía la intención de volver a su país de origen, cosa que extrañaba y anhelaba. El hombre en cuestión le ayudó, en términos económicos, para que M pudiera visitar su familia. Pasó unos cuantos meses en casa, con su familia, pero el amor de este lado de las fronteras la reclamaba y exigía. Ella hizo caso al anhelante deseo.
Llegó entonces un fin de semana muy particular, uno conocido y recordado muy bien por muchos. Corría el mes de marzo del año 2020, año que significó un punto y aparte para muchos, en especial para M. Mes a partir del cual se estableció definitivamente y hasta término indefinido la cuarentena a razón de la pandemia del COVID-19. Aquel fin de semana, M planeaba quedarse en casa de su novio. Dado que la propuesta inicial establecida por el gobierno era que aquel fin de semana sería de simulacro (nadie pensaba que dicho simulacro sería la introducción de la cuarentena estricta y rigurosa), M planeó la estadía por tres días. Para su sorpresa, y la de muchos en todo el territorio nacional, lo que pretendía ser una agradable y cálida estadía de tres días, resultó siendo una experiencia dramática que se extendió más de lo deseado. En palabras de M, el inicio de la estadía fue muy buena. Todos la recibieron con alegría y agrado, pero solo era cuestión de tiempo para que las cosas se torcieran. Antes de que aquello sucediera, M descubrió que estaba embarazada. Si bien su pareja negaba la posibilidad, su suegra le ofrecía ese apoyo característico y propio de una mujer que sabe y entiende en carne propia lo que es un embarazo.
Como suele ocurrir en todas las formas de convivencia que se extienden en el tiempo, los problemas empezaron a llegar de a pocos. En primera instancia, problemas entre la pareja:
—Él empezó a desarrollar una actitud indiferente, seca y apática conmigo. Él tiende a ser egocéntrico y orgulloso, yo creo que desarrolló fastidio por mi persona, más aún dadas las circunstancias del confinamiento.
Actitud indiferente que evolucionó a discusiones, para pasar al maltrato físico.
—Una noche, él se fue de la casa a tomar en algún lado. Yo quería irme de allí, pero la mamá no me dejó. Cuando él llegó, a la madrugada, tomado y loco, me golpeó.
Así fue como la relación se fue minando. Las discusiones eran repetitivas y la agresión física iba siendo cada vez más frecuente. Aun así, lo que en realidad sorprende de la historia de M es la posición de la familia de su pareja.
—Ellos siempre se ponían de parte de él. Incluso, un día, el hermano llegó a golpearme también. Pero lo más doloroso para mi, fue la actitud de la mamá. Ella era mi única aliada en esa casa después de enterarse de que yo estaba embarazada, pero con el tiempo, su actitud cambió. Siempre defendió al hijo, siempre lo justificó.
Inevitablemente, la emoción y el sentimiento toman un papel importante en el relato. La expresión física de M demuestra lo difícil que es para ella rememorar estos hechos. Actitud muy diferente a la que tomó S al contar su propia historia.
Al preguntar a M cómo recibió el hombre la noticia del embarazo:
—En un principio, él no creía. Quería negarlo, decía que no quería ser papá aun, pero mi aspecto físico así lo sugería. En esa etapa, en el embarazo, no hubo muchos altercados. De todas formas, la mamá me cuidó. Él no prestaba mucha atención a la bebé, siempre le era indiferente y apático. Pero cuando llegó el día del parto y él la tuvo en sus brazos, él cambió completamente, pero sólo en relación con la bebé.
Fue después del embarazo cuando las cosas se agravaron realmente.
—Las discusiones eran ya muy frecuentes. En ese momento, la mamá se puso del lado del hijo. Así, me encontré completamente sola, toda la familia en contra mía.
M, visiblemente sacudida y afligida, explica a detalle como las circunstancias la obligaron a tomar acción.
—Yo nunca hacía nada, simplemente me dejaba golpear. No me defendía, sólo me encerraba en una habitación a llorar. Pero un día, del desespero y la impotencia, me defendí.
En este sentido, explica M, las circunstancias se agravaron más de lo que ya eran.
—Las peleas eran muy fuertes y dramáticas. Cuando él venía con talante agresivo, yo me volvía loca, me transformaba. Lo rasguñaba, también le pegaba. Un día, después de una discusión muy fuerte, rompí varios vidrios de la casa. Incluso, dañé un carro de la familia.
Las discusiones, que habían sido asunto de casa, tomaron connotaciones judiciales.
—La mamá, mi suegra, conocía gente. Gente muy importante y poderosa de la rama judicial. Me llevaron presa y pasé en la cárcel varios días.
Tras esta confesión, es fácil reconocer la luminosidad de sus ojos. De la misma forma, su voz tiembla, su boca se seca, su cabeza agacha. El quiebre emocionalmente parece inevitable, pero M mantiene el talante.
—Los guardias donde estaba recluida me dijeron que esa señora tenía contactos muy poderosos. Que había sido por eso, más que nada, por lo que me habían dejado presa. Según los guardias, los problemas maritales eran de lo más común. Me explicaban que, en esos casos, solo valía un regaño, una advertencia, pero nunca habían llegado a consecuencias peores. Mi caso era particular, porque aquella mujer, mi suegra, a partir de sus contactos y estratagemas, había logrado que me dejaran presa. Ante eso, dijeron los guardas, nada se puede hacer.
La consecuencia inequívoca de dicha experiencia resultó en la consecuente separación.
—Curiosamente, él ahora está derrochando amor, cariño y comprensión. Me busca continuamente, insinuando que lo perdone, que volvamos, que todo va a cambiar.
Al preguntar si considera la posibilidad.
—En realidad, yo lo amo. Aun lo amo. Pero también sé que lo que dice son sólo palabras. Lo conozco bien, si volvemos, tarde o temprano retomaremos los mismos conflictos.
Es así como M retoma la profesión del trabajo sexual, en esta oportunidad, como acompañamiento escort.
Aquí, M es muy clara. Dadas sus circunstancias, considera que sí se encontró en la necesidad de incursionar, una vez más, en el trabajo sexual, ya que su objetivo principal es ganar la custodia de su hija que, actualmente, está con la familia del padre.
Una vez más y haciendo referencia a su hija, el quiebre emocional parece el resultado inequívoco de la confesión. La evidencia en sus ojos, su voz, su actitud. Mantiene la compostura, se sobrepone a la fuerza de sus emociones y da lugar a su deseo personal de estar con su hija.
De la misma forma, M hace especial énfasis en el aspecto económico. Si hubiera optado por un trabajo tradicional, nunca hubiera logrado alcanzar o conseguir ciertos objetivos secundarios.
Finalmente, se aclaran ciertos aspectos de la historia personal de M, para luego retomar los puntos sugeridos por la guía. En este caso, se analiza la frecuencia con la cual sus servicios son solicitados.
—Como todo. Hay días buenos y otros no tanto. Pero, en general, son buenos.
¿Qué son buenos para ella?
—Bueno, más de tres servicios por día.
¿Y los días en blanco?
—Son muy raros, casi nunca me voy en blanco un día. Esos días son comunes cuando apenas empiezas, cuando aún no tienes clientes frecuentes y aun no te has dado a conocer. Aunque en la antigua casa, tenía un arrimado.
M nota el desconcierto. Ríe disimuladamente y ofrece la explicación pertinente al último término en mención.
—En la anterior casa, había una mujer que hacía brujería. De hecho, la brujería está muy relacionado con la prostitución…O bueno, eso es así en Venezuela, pero aquí en Colombia también se da un poco.
Una novedad que resulta interesante.
—Yo estaba retomando con el trabajo sexual, no tenía muchos clientes, en consecuencia, no tenía muchos servicios, en consecuencia, no tenía mucha plata. Un día, esta mujer me pidió que la visitara en su cuarto. Allí, me confesó que trabaja con magia negra y blanca, que me podía ayudar. Aunque, sinceramente, no creo mucho en estas cosas, acepte su oferta. La mujer hizo sus cosas y confesó que, al parecer, me estaban haciendo brujería. Dijo que era necesario hacer una limpieza y que eso ayudaría a mejorar mi situación. Yo acepté y, curiosamente, después de eso, los servicios llegaron.
Que el enigma de la brujería también tenga su relevancia en el acompañamiento escort resulta un dato a tener en cuenta. Cerrando este pequeño y curioso aspecto, se analiza lo relativo al placer en el ejercicio de la profesión, ¿Existe la posibilidad del disfrute en este contexto?
A este respecto, M es muy contundente en su respuesta:
—A mi no me gusta esta profesión.
Aun así, M no descarta la posibilidad de disfrutar algún servicio.
—Claro. Yo también soy mujer, siento, en ese sentido, puedo disfrutar de un servicio, pero solo en el momento.
De esta forma, M declara que, evidentemente, separa el aspecto sexual del sentimental. Tiene bien establecido los límites de su trabajo. Más aún si se tiene en cuenta su historia personal. En este sentido, M comparte más de su experiencia como acompañante escort.
—Mucha gente dice que este trabajo es fácil. Te señalan y te juzgan por ganártela fácil, pero no, este trabajo nunca será fácil.
Dada la curiosidad surgida por este último comentario, se analizan las potenciales razones y causas del mismo. M lo explica de la siguiente manera:
—Yo tengo un hermano que es el único que sabe realmente en qué ando metida. El hace de proxeneta en España. Un día, él me dijo que hay mujeres que sirven para ser putas y otras que no.
M deja intencionalmente la afirmación en el aire, con el fin de confirmar que ella no es una de estas mujeres que, según su hermano, sirven para la profesión. Antes de preguntar las razones de esta última opinión, otro aspecto atiende el interés, y es mejor atenderlo ahora ya que, dadas las dinámicas rítmicas, entusiastas y alegres de la conversación, se puede perder en el olvido. El interés inmediato responde a la curiosidad de saber si sólo su hermano está enterado de su situación actual.
—Solo se lo he contado a él. Pero, creo que una tía lo sospecha. Además, creo que mi mamá también sospecha algo. Las madres tienen ese don, ese sexto sentido que casi nunca falla.
Al interrogar si, dado el caso, su familia se entera.
—No creo que me juzgarían. Me siento afortunada por mi familia. Es decir, a nosotros nunca nos faltó nada, pero tampoco nos sobró. Tampoco existía la necesidad de salir del país. Mi padre me ha dicho varias veces: te fuiste a comer la mierda que nunca comiste aquí, y cuánta razón tiene. En ese sentido, no creó que me juzgarían o señalarían, pero les sería difícil de asimilar… Porque, ellos hubieran esperado o querido algo mejor o al menos diferente para mi. Como todos los padres esperan.
Después de este pequeño paréntesis relacionado con el tema familiar, la intención retoma las razones para justificar su presunta incapacidad para los trabajos de carácter sexual.
—No sé, es difícil explicarlo. Me cuesta mucho el tema de los besos y las caricias en estos contextos.
Esta intervención, inevitablemente, sirve de enlace para analizar uno de los puntos de interés en la conversación. ¿Da M besos en sus servicios?
—No. Sólo piquitos, eso es lo máximo que puedo hacer.
A estas alturas, sus declaraciones dan a entender que, efectivamente, está muy lejos de disfrutar, si acaso aparentar algo de interés.
—Yo creo que en estos contextos también tienes que ser muy buena actriz. La ficción juega un papel muy importante en estos contextos. A mi me sirve para terminar rápido y salir de eso lo más pronto posible.
Efectivamente. Para M, cada servicio es eterno.
—Hay tipos que pagan una hora, pero se vienen rápido. Para mi, eso es una fortuna. El resto del tiempo la pasamos hablando. Yo soy muy curiosa, me gusta hablar, averiguarles la vida. Así los entretengo y no existe la necesidad de la intimidad constante.
Aún así, existen excepciones.
—Claro. Hay un tipo, que lo odio. El siempre paga una hora, y dura toda la hora. No sé cómo lo hace, pero siempre se viene cuando está por terminar el tiempo.
En este sentido, se puede interpretar que M establece límites en sus servicios.
—Claro. Yo, por ejemplo, no recibo hombres borrachos.
También es posible esperar que M implemente límites a la hora de satisfacer algún tipo de fetiche.
—Eso depende. El problema es que aquí uno encuentra unas cosas.
Como ya es costumbre, los gestos de las mujeres dejan en evidencia la clase de fetiches que se presentan en estos contextos. Como botón de muestra, M comparte un cúmulo de experiencias muy particulares, que sirven además como evidencia para demostrar la hipocresía, doble moral y curiosa naturaleza del ser humano en el ámbito sexual.
—Hay un cliente que es profesor. Ya es conocido por todas las mujeres de la casa. Al tipo le gusta que lo suban al cuarto a golpes y jalándole de la oreja… Incluso, es muy específico a la hora de explicar qué es lo que quiere. Ven y te muestro.
Con la evidencia otorgada por la mensajería en WhatsApp, M demuestra lo que dice. El cliente envía fotos de cómo quiere que las mujeres se vistan, además de ejemplos gráficos relacionados con el trato que desea recibir.
—El tipo es súper concreto. Cuando llega, te dice que le pegues, que lo castigues. Eso a él le gusta.
Aunque puede resultar una experiencia curiosa, rara y hasta incómoda o desagradable, M dice que también sirve de excusa para entretener las jordanas con sus compañeras.
—Aquí nos reímos entre las niñas de todas las cosas que llegan.
Pero el fetiche del sadomasoquismo no termina allí.
—Hay otro tipo que llega con látigos y correas. A él le gusta maltratar a las mujeres, pero en realidad son golpecitos suaves, y que lo golpeen. Un día, le pregunté por qué le gustaba esos tratos. Me dijo que él tenía su esposa y todo, pero que un día, viendo una película, vio por primera vez el sadomasoquismo. Dice que se excitó viendo eso, y lo confirmó un día con una prepago, porque no podía hacerlo con su mujer.
A partir de estas experiencias, M ofrece información más detallada al respecto.
—A muchos hombres les gusta que le estimulen el ano. Hay tres fetiches que son muy comunes: El fetiche de los pies, la lluvia dora y el beso negro.
Una vez más M, a partir del desconocimiento consecuente, muy paciente explica los dos últimos. Pero más que eso, el interés sugiere saber, desde la perspectiva de M, la razón o causa que llevan a desarrollar dichos fetiches.
—No sé porque desarrollan dichos fetiches, pero son muy comunes, más de lo que se pueda imaginar.
Al preguntar si ella satisface dichas solicitudes.
—Casi nunca. Aunque la mayoría de mujeres sí lo hacen, pero por un cobro adicional.
Teniendo como base de la conversación todo lo relacionado con los fetiches, M no se reserva nada para confirmar otra experiencia.
—Hay un locutor muy famoso y reconocido en Bogotá. Va a un reservado que está en un edificio de oficinas, así, pasa desapercibido. Al tipo le gusta que le metan pepinos por el ano. Lo llaman pepino. Lo sé porque ese reservado es de la misma dueña del reservado en donde trabajé. Además, conozco niñas que lo han atendido.
Esta anécdota sirve como ejemplo para demostrar la doble moral que se reviste en estos contextos. Hablando específicamente de los clientes.
—Sí, es verdad, se ve mucho. Aquí llega gente con vestido, en corbata, con moto, carro. Siempre preguntan si el sitio es discreto, si el parqueadero está oculto. Los que se muestran más rectos y recatados son los más corrompidos.
Su declaración, al parecer, confirma una hipótesis que se plantea en la investigación precedente a las entrevistas, relacionada con el clasismo en la profesión. Argumentando que no cualquiera está en la capacidad económica para pagar un servicio como los descritos, M manifiesta.
—Pero los hombres lo consiguen, los hombres se la rebuscan. Yo he atendido desde abogados a doctores, hasta llegar al vendedor de tintos en la calle.
En este punto de la conversación, M hace dos declaraciones sumamente importantes e interesantes, que resaltan por su novedad en relación a las entrevistas previas y ganan mucha relevancia para las intenciones del proyecto.
—Lo que pasa es que el acompañamiento escort ya no es tan exclusivo como lo era antes. Hace unos cuantos años, estos acompañamientos solo lo pagaban personas muy poderosas, ejecutivos de alto rango o políticos de mucho renombre. Pero con el tiempo y a raíz de la popularidad, esa exclusividad se ha perdido, llegando, como ya lo mencioné, al alcance del vendedor ambulante.
Anexo a este comentario, la segunda declaración de importancia.
—Además, este país es muy dado a la prostitución.
Una afirmación que sorprende. Al preguntar los motivos del mismo:
—Yo he estado en varios países, y en ninguno he visto el alcance del trabajo sexual como en este. Parece que fuera algo más que un simple negocio. Creo que la idea del narcotráfico y prostitución tan popular en series y películas repercute.
Sugerente es el hecho de que una conocedora reconozca el alcance del trabajo sexual en el país. Más allá de todas las dinámicas y razones que pueden influir en dicha opinión, puede que se deba a una razón de carácter cultural.
—Exacto. Es como algo cultural. Digamos en Venezuela, dos de cada cinco hombres han experimentado el sexo con prepagos. Pero en Colombia, en cinco de cada cinco. Son muy contaditos los que no han tenido experiencia en este sentido.
Aunque puede que el rango establecido por M sea exagerado, la relevancia cultural es cierta y verídica, especialmente, cuando los hombres llegan a la mayoría de edad. Es común que se les obsequie con una experiencia de este tipo. Es como una especie de prueba, como la confirmación de la virilidad.
A continuación, se plantea con M la siguiente cuestión. Teniendo en cuenta que en el país el trabajo sexual no está legalizado, pero tampoco penalizado, todos sus actores se mueven en una forma de vacío legal que les permite obrar. Suponiendo que ella tuviera la posibilidad de elegir entre legalizarlo o no hacerlo:
—No sé, es difícil escoger. Nunca había pensado en ello.
Se propone un escenario, dadas las características propias del país, en donde la legalización implique el cobro de un impuesto.
—En ese sentido, sería muy desfavorable. Pero, por otro lado, puede que la legalización, bien hecha, promueva mucho el cuidado, bienestar y correctas prácticas en el contexto sexual.
Evidentemente, uno de los elementos fundamentales que se deben adquirir en el contexto del trabajo sexual es, precisamente, el cuidado y correctas practicas. Es casi un hecho que las mujeres implicadas en estos contextos suelen ser muy cuidadosas, con buenas prácticas de higiene.
—Aunque, no creas. Siempre hay excepciones.
Sí, siempre las hay. M menciona que, en su experiencia en el reservado, existía una muchachita de unos 19 años que expelía un olor no muy grato. Aunque M explicó las razones de ello, no vale la pena entrar en detalle. Lo que sí vale la pena resaltar es que una de las principales causas de dicha inconformidad olorosa resulta ser a causa de la ignorancia propia de la muchachita que, muy seguramente, no conocía a detalle las correctas y necesarias prácticas de aseo en estos contextos. En este sentido, puede que la legalización ayude a fomentar estas prácticas que, finalmente, promueven el cuidado personal y bienestar.
Consecuentemente, el interés en esta parte de la conversación recae en la frecuencia con que dicho cuidado, no solo relacionado con la higiene, sino en la práctica sexual en sí misma (Es decir, el uso del preservativo, etc.), es igualmente intencionado y practicado por los clientes (Dado por hecho que las mujeres ofertantes, o bueno, la mayoría, lo practican).
—Hay muchos tipos que no son cuidadosos, son muy dejados. Insisten mucho con las relaciones al natural, sin preservativos. Otros, como mencione anteriormente, usan la palabra para convencerte, o te dicen que solo la puntica.
Para aclarar un poco más esta intervención, se solicita a M que categorice en un porcentaje a los dejados en comparación con los clientes que procuran las correctas prácticas:
—Yo creo que es un 50 50.
Igualmente, se cuestionan las razones de dicha despreocupación.
—No sé porque tantos hombres son tan inconscientes. Al final, son ellos los que llevan las enfermedades de transmisión sexual a sus parejas.
Para confirmarlo, M ofrece un dato muy interesante.
—Tengo un conocido que trabaja en la secretaría de salud, en la sección de datos y estadísticas. Esa persona me dijo que son las mujeres las que prioritariamente cargan con enfermedades de transmisión sexual. Mujeres de familia, del hogar. No las prepago como se puede llegar a creer.
Analizando dicha confirmación, se puede llegar a considerar una hipótesis que sirve de justificación. Es claro que, en el contexto del trabajo sexual, los cuidados y las buenas practicas son algo innato, dada la naturaleza misma del trabajo y del servicio prestado. Se tiende a ser más cuidadoso dada la facilidad de los riesgos. Diferente es la perspectiva en un contexto habitual, donde se asumen más riesgos y se acostumbra a optar por la mentira para poder completar la experiencia. Pero claro, esta es una simple hipótesis sin fundamento, que surge en la dinámica misma de la conversación y que tiene como objetivo, más que cualquier otra cosa, invitar a la reflexión.
Para este punto de la conversación, la hora establecida desde el inicio para cubrir la conversación ya ha pasado, aun así, M mantiene el interés vivo, la disposición latente y el buen ánimo alegre. De esa forma, se pregunta a M su disposición y voluntad de recibir servicios requeridos por mujeres o por parejas.
—Si, lo hago.
Para confirmarlo, otra experiencia que lo demuestra.
—Un día, me llegó una pareja. Dijeron que había sido de ella, la mujer, la que había planteado la iniciativa. Ella quería ver como el esposo tenía relaciones conmigo. Ella, mientras tanto, solo se quedó viendo, pero me preguntaba que sentía, quería saber de forma clara y detallada mi sentimiento. Antes de terminar el tiempo, salieron discutiendo.
Finalmente, se extiende la invitación a M para dejar un comentario, una crítica u opinión para todos los lectores:
—Me gustaría hacer referencia a las críticas y los señalamientos. Se nos juzga muy fácil, acusándonos de vida fácil, de irresponsables y muy poca cosa. Se nos rebaja mucho, pero la gente no entiende que este trabajo no es fácil y que, en muchas ocasiones, muchas lo desarrollamos por necesidad, no porque sea nuestra voluntad. La mayoría de mujeres que están en estas circunstancias tienen una historia de vida ciertamente trágica y difícil. Así que creo que sería de mucha ayuda que la gente se detuviera un poco antes de juzgar, y pensara en todo ello.
Sin nada más por agregar, se agradece toda la disposición, empeño, tiempo y confianza a M por sus opiniones, experiencias e historia. De la misma forma como ocurrió con S, se toma el atrevimiento de preguntar a M la posibilidad de su intermediación para entrevistar a otra mujer, emparentada en la profesión, que esté dispuesta a compartir sus ideas, conceptos y opiniones. M, con toda la disposición característica en toda la conversación, se atreve a más. Sugiere la conveniencia para el proyecto tener la perspectiva de una mujer mayor, con varios años de experiencia en la profesión y que sirva de dato análogo con respecto al resto de entrevistas. De la misma forma, sugiere a su vez la opinión de un proxeneta, perspectivas que, evidentemente, son muy valiosas y a considerar. M asegura que trabajará en ello, ya que cuenta con el contacto de los dos perfiles mencionados.
Los agradecimientos se multiplican y de esta forma, se da fin a la entrevista.
Afuera, la tarde ya está pasada, el sol pega con timidez y ya cansado tras la larga jornada del día. Por el camino, se descubre la certeza de que mucha de la información ofrecida por M quedará excluida del proyecto, a causa del tiempo de la conversación, que cubrió casi las dos horas, lo cual dio para hablar de muchas cosas que la memoria, siempre endeble, no será capaz de rememorar. Aun así, la experiencia cuenta como una anécdota más que sirve de evidencia de una realidad que se entiende a medias.
Aún queda mucho trabajo por delante, especialmente en lo referente a la transcripción de todo lo relatado hoy.
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