Éramos la pareja perfecta,
a ella le encantaba pintar mis rimas
y a mi recitar sus contornos.
Conocíamos todas las tonalidades,
estilos, costumbres, métricas y
filosofías del otro.
Hasta que conoció al fotógrafo,
que describía mejor que yo,
enmarcaba los paisajes
de un modo increíble.
Ella se enamoró y…
lo entiendo, pero
desde que se fue
mi mundo tiene menos color.
Mis amigos proyectados
en pantallas o escenarios
intentan animarme, necesitándome.
Hablan de mis letras
y las expresiones que crean
en sus personalidades.
Sus actuaciones entristecen
o tal vez es culpa mía
por la forma en que
les observo y escribo.
Espero salir de la sonata triste,
desagradecida del populismo
emotivo en la necesidad de
buscar sonrisas en historias.
Soles han pasado y despertado
sentimientos que son semilla
en mi llanura pectoral.
Ahora estoy conociendo a una chica,
me encanta su ritmo pero
está casada con el de los pies ágiles.
No es que intenté burlar
el matrimonio o lo sagrado,
pero un ansia de brotar
me carcome los huesos.
Al final lo que realmente me aterra
es quedarme solo,
guardado en el rinconcito
de una estantería.
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